«Brasil me interesó desde muy temprano, aunque vine por primera vez ya bastante grande, con unos 25 años, a Florianópolis. Al conocer Río quedé fascinado por su geografía, su gente, su clima, con el espíritu de la ciudad. Toda mi vida había bebido agua brasileña, el río Paraná nace en los estados de Minas Gerais, San Pablo y Mato Grosso do Sul, y yo, que siempre remaba en kayak y nadaba, me pasaba mucho tiempo en el río, recolectando arcilla de los depósitos que se forman en las islas frente a Rosario», conto el artísta plástico rosarino Leo Battistelli, en una entrevista al diario La Nación, a propósito de la muestra que prepara para noviembre en la reconocida galería porteña Del Infinito.

Battistelli vive y crea desde hace varios años en Alto da Boa Vista, el Parque Nacional de Tijuca que envuelve Río de Janeiro. «En la Argentina, a mi obra le faltaba color y a mí me faltaba ánimo e impulso para atreverme a probar otras cosas. Allá trabajaba mucho con el blanco, algunos tierras, azul y verde como mucho. Desde que llegué a Río, en 2006, se me abrió una paleta de colores infinita”, contó el artista nacido en 1972.

Battistelli estudió Bellas Artes en la Universidad Nacional de Rosario, pero se inclinó por la cerámica gracias a su abuelo paterno, Alfredo Battistelli, quien trabajaba en el ferrocarril Belgrano, adoraba viajar y solía volver de sus travesías por el centro y norte de la Argentina con diversos botines que incluían piedras, azulejos, vidrios, plásticos y cualquier fragmento que le llamara la atención.

Con todos esos objetos, Alfredo creaba pequeñas escenas de sus viajes e intervenía los rincones del hogar que habitaba, puertas, ventanas y mesas.

«A mí me alucinaba esa casa toda trabajada con recuerdos. Cuando mi abuelo murió, antes de vender la casa sacamos toda la obra, la montamos en paneles para que no se perdiera. Fue en ese momento cuando me puse a restaurar las piezas, a tocarlas y me enamoré de la cerámica, del material. Fue el puntapié inicial de mi carrera», recuerda el artista plástico.

Finalizado su paso por la Universidad, continuó sus estudios becado por el Fondo Nacional de las Artes, con el escultor Leo Tavella y en la escuela de cerámica de Oberá, Misiones.

Su trabajo fue creciendo y alcanzó un punto inolvidable en con Temperantia, una instalación que realizó en el año 2013 para arteBA, elegido y auspiciado por Chandon, e inspirada en el fenómeno natural por el cual se producen las burbujas en el vino, representado con materiales sólidos en su obra.

La muestra que prepara ahora para la galería porteña Del Infinito, contará con algunas piezas realizadas para la fábricas Verbano de Capitán Bermudez y la brasileña Luiz Salvador, con quien tiene una fuerte relación desde que se instaló en Río de Janeiro.

Además, en la instalación exhibirá piezas que producirá en estos días en la empresa Vitrofín de Cañada de Gómez, para lo cual viajará próximamente a la Argentina.

La nueva exposición bautizada Gargalhadas («Carcajadas»), estará dividida en ocho secciones llenas de simbología, relacionadas de alguna manera con Exú, una deidad yoruba irreverente y muy popular en el candomblé, que sirve de comunicador entre el mundo real y el divino.

Allí habrá espacio para las «guías» (collares) de Exú, calabazas que representan al planeta tierra, agujeros que hacen referencia al pasaje entre distintas dimensiones, seres sobrenaturales y bichos originados en la tradición oral indígena, cascadas de cuarzo en homenaje a Iemanjá, líquenes que evocan la conjunción entre el mundo marino y el terrestre y pieles descascaradas que aluden a la transformación continua, la dualidad entre la vida y la muerte y la posibilidad de un nuevo comienzo.

«La cerámica es un material que todo el tiempo se renueva con diferentes aplicaciones, destaca Battistelli. Yo vivo en la frontera entre el arte y el diseño, pero me interesa siempre marcar en las piezas lo artesanal, la huella humana; no que sean perfectas.

Asimismo, se pregunta: ¿Cuál es el sentido de que todo sea homogéneo, igual? Si ves las primeras piezas de las fábricas chinas que inventaron la porcelana, o las de Sèvres, las de Limoges, se ve esa marca humana; los tipos hacían piezas únicas, dejaban su huella. Ahora no. Con fábricas súper mecanizadas, lo más importante parece anular la marca humana».

«Como artista, eso me parece absurdo. Yo creo que los materiales terminan absorbiendo energía y es eso lo que espero transmitir con mi obra», finalizó el artista rosarino.