Por Guido Brunet

Todo muy 2001. El liberalismo, el ajuste, el FMI, las relaciones íntimas con Estados Unidos, una clase media desbastada, un país donde el desempleo y la pobreza trepan sin pausa, el hastío y el desencanto. En esos años salía “Un millón de dólares”.

La presunta bonanza del uno a uno, de los ’90, cuando íbamos a Miami y reinaba el dame dos y la ostentación, explotó en nuestra cara años después. Pero unos meses antes de que el país vuele al infinito hasta hacerse trizas, Coki and The Killer Burritos (así se llamaba la banda en ese momento, luego el líder quitaría el Coki and del nombre) se desprendía de, tal vez, el bien más preciado por los argentinos, y lanzaba Un millón de dólares -falsos, en consonancia con la época- al éter “para hacerte feliz”, dice la canción.

Ahora, 18 años después aquel disco que cobijó por igual el estruendo y la melancolía volvió a cobrar vida en la Sala de las Artes. Cerca de las cero del domingo comenzaron los sonidos del tema que le dio nombre al material -o viceversa- para continuar religiosamente con el orden original de la placa. Sobre las tablas algunos músicos se repitieron de aquellos shows de los dos mil, otros no estuvieron.

Pero no todo fue recuerdo. Anoche el pasado, presente y futuro se entremezclaron en una continuidad, como una trama que se repliega y expande ciclicamente. Canciones que parecen no perder su sincronía con el ahora, por el contrario, que cobran cada día más valor, junto con las nuevas creaciones pero que llegaron en formatos antiguos, que parecían olvidados, como el cassette. Sí, los que se ponían en el auto, se daban vuelta y se rebobinaban con una birome.

Mientras el espíritu de Lou Reed sobrevolaba el lugar, bajo el escenario la gente disfrutaba atentamente y un puñado danzaba de forma desenfrenada un ritmo que a cualquier bailarín profesional le costaría poder transformar en expresión del cuerpo. Pero lo importante era soltarse, relajarse, gozar, poder olvidarse aunque sea unas horas de los problemas cotidianos.

Es que la Argentina parece volver sobre sus pasos una y otra vez. Hoy, como aquellos albores del milenio, la crisis se instaló en cada casa, en cada sector. Ahora los precios, como una vida, son imprevisibles, y se hace cuesta arriba pagar una entrada para ver a un artista.

Fueron varias las devaluaciones -entre muchos otros descalabros financieros- a lo largo de estas casi dos décadas en un país en el que la moneda cayó ceca, y el actual desmoronamiento del peso no encuentra un límite. Parece hace siglos, pero no fue tanto tiempo atrás aquel 2001 en el que el boleto de colectivo en Rosario costaba 60 centavos, se podía comprar un alfajor con dos monedas de 25 y un show como el del anoche salía cinco pesos. A veces la música nos ayuda a no olvidar.

Y aquel millón curiosamente hoy serían 44.956.000 pesos. Pero claro, falsos como aquellos ‘90 y principios de los 2000. De todas formas sus canciones, al menos, nos hicieron felices.