Opera prima de Ruiz, que se desempeña profesionalmente como montajista, el filme es la conclusión de un proceso de varios años de trabajo en los que la directora cuenta la historia de su abuelo, que de niño huyó de España escapando al triunfo de los nacionales en la guerra civil, pasó la Segunda Guerra Mundial en Francia y llegó a la Argentina con 20 años.

A partir de esta figura, Ruiz encadena viajes a España y Francia y va descubriendo nuevos aspectos de la historia familiar vinculados a la guerra civil, que se unen en parte con su padre, de activa vida sindical y otro de los protagonistas del documental.

«La idea de la película siempre fue partir de una historia muy personal y particular pero que lograra dar cuenta de algo mucho más amplio que tenía que ver con el hecho histórico de la Guerra Civil Española y qué efectos tuvo en los que participaron, cómo fue su vivencia, cómo transitaron el exilio y cómo fue la transferencia de todo eso en las generaciones siguientes», destacó Ruiz en charla con Télam en una primera aproximación al filme que desde mañana se puede ver en la sala Gaumont.

«Junto con esto -señaló Ruiz- aparece el tema de la migración que es quizás el punto de contacto más universal que tiene la película, donde aparecen la necesidad forzada de tener que dejar tu país y cómo rearmás tu historia en el nuevo lugar al que llegás».

El abuelo de la realizadora tuvo que partir primero de Madrid y refugiarse en Barcelona para desde allí cruzar a Francia siendo un niño y separado de sus padres, con los que se reencontró luego de meses del otro lado de la frontera, donde su padre estuvo a salvo de la persecución franquista debido al papel que había jugado durante la experiencia del gobierno republicano y durante el enfrentamiento armado en Madrid.

«Mi abuelo y su hermana, que tendrían 9 y 6 años, tardan entre 3 y 6 meses en reencontrarse con sus padres porque para alejar a los niños de las zonas que eran bombardeadas los llevaban a colonias y desde ahí cruzaban a Francia, mientras que los padres de ellos lo hicieron en forma separada: la madre llegando a la ciudad de Moliere y el padre a un campo de refugiados en Argeles Sur Mer.

El filme va creciendo en su desarrollo y la aparición en escena del bisabuelo de la realizadora termina de redondear un trabajo lleno de significancias históricas y de hallazgos familiares.

«El papel de mi bisabuelo terminamos de descubrirlo en el último viaje que realizamos en 2018 a un pueblo llamado Manzanares, donde viven unos familiares con los que no habíamos tenido contacto previo y ellos develan una parte de la historia absolutamente desconocida para nosotros», relató Ruiz.

«Uno no termina de saber -agregó- si es por una cuestión de dolor, de decepción o de cuidado que él calló una parte importante de su actuación política durante la República, nos quedó a todos un halo de no saber bien por qué ese silencio, quizás por querer dar vuelta la página, lo cierto es que no hablaba demasiado del tema según me contó mi papá. Son como huecos que quedan en la reconstrucción de la historia familiar».

Respecto del tono que conserva la película, siempre centrado en la cercanía íntima con ciertas pinceladas observacionales y reflexiones espontáneas, Ruiz contó que «la voz en off que guía el relato fue algo que hubo que encontrar».

«Fue un laburo muy grande -señaló- encontrar quién iba a llevar adelante la película y con qué tono, hubo mucho trabajo de guión en relación con eso, y en esa elaboración participaron conmigo Andrea Testa, que fue la asistente de dirección, y también en la última etapa Santiago Loza, que nos ayudó, y la montajista Alejandra Almirón. Hubo mucho trabajo en encontrar el tono, y pulirlo, evitando caer en la añoranza romántica e intentando que pudiera ser profundo y al mismo tiempo sincero».