“The Crown”, la multipremiada serie de Netflix que narra la historia de la reina Isabel II del Reino Unido desde su ascenso al trono en 1952 hasta la actualidad, interpretada nuevamente en esta entrega por la ganadora del Oscar Olivia Colman, estrenó este domingo su cuarta temporada.

El drama histórico creado y escrito por Peter Morgan, quien ya había retratado a la monarca en la película “La Reina” (2006, de Stephen Frears), aborda en esta etapa la llegada de la conservadora Margaret Thatcher al poder como primera ministra hasta su renuncia en 1990 y la aparición de una joven Diana Spencer en la vida de la familia real.

En ese sentido, es el contexto situado en la década de los 80 lo que quizás vuelve a esta temporada la más atractiva hasta el momento para un público que, si no vivió la época y sus cambios sociales y culturales -bienvenida sea la aparición de David Bowie, Stevie Nicks y Joy Division en la banda sonora-, puede de todas maneras recibirla con mayor cercanía.

Como siempre, y permitiéndose algunas pocas libertades narrativas, la serie sigue el detrás de bastidores de la realeza y su apariencia impoluta, con las inevitables tensiones internas que surgen cuando sus integrantes juegan con los límites de la tradición y el protocolo, aunque siempre bajo una lente discreta, que no intenta ocultar los privilegios y lujos que los rodean.

Esas fricciones que velozmente se volvían -y vuelven- carne de rapiña para los medios sensacionalistas ingleses se complementan en la trama con trascendentes sucesos ocurridos dentro y fuera del Reino Unido, como su participación en la guerra del Sinaí o la muerte del renombrado Winston Churchill, eventos ya visto en temporadas previas.

En esta ocasión, ese aspecto de “The Crown” ocupa un lugar más sustancial a través de los ataques del separatista Ejército Republicano Irlandés (IRA) en su objetivo de independizarse del dominio británico, uno de los cuales mató a Lord Louis Mountbatten (Charles Dance), último virrey inglés de la India y uno de los personajes más influyentes y cercanos para el marido de la reina y su primer hijo.

Mientras, el despliegue de medidas de privatización y el desmantelamiento estatal impulsados por Thatcher, llevada a la pantalla con una suerte de caricaturización por la británico-estadounidense Gillian Anderson, en lo que sería la antesala del neoliberalismo a nivel global, provoca los primeros enfrentamientos entre el Ejecutivo y la reina, que deberá negociar con su preocupación y su obligado y persistente silencio público de cara a la política.

Así, con una franqueza superficial que no alcanza a cuestionar explícitamente la gestión de la primera ministra, la serie eligió dedicar por completo uno de sus diez capítulos al episodio que protagonizó el irlandés Michael Fagan, cuando una madrugada de julio de 1982 accedió sigilosamente al Palacio de Buckingham e ingresó al dormitorio de Isabel II para hacerle saber la situación de abandono que padecía la clase trabajadora británica en ese período.

En la misma línea de eventos históricos también dice presente, aunque sin exhibir el escenario bélico, un hecho que resuena con fuerza en los espectadores argentinos: la guerra de Malvinas, con mención a la Junta Militar liderada entonces por el dictador Leopoldo Galtieri, y hasta la inclusión de personajes con acento porteño en su llegada a las islas.

En paralelo, la Corona insiste en su preocupación por el hijo mayor de la jefa de Estado, el príncipe Carlos (Josh O’Connor), que ya rondaba los 30 años y aún no había contraído matrimonio, lo que resultaba inaceptable para los estándares de la monarquía.

Por eso, la llegada de la encantadora y aristócrata Diana Spencer, quien más tarde se convertiría en la famosísima Lady Di y es interpretada con delicadeza por la joven actriz Emma Corrin, es un virtual alivio para un pueblo inglés en crisis, aunque pronto se convertirá en una pesadilla para la pareja, al descubrir que al cuento de hadas que se había fabricado a su alrededor le faltaba, principalmente, amor.

El romance entre Carlos y Camilla Parker-Bowles (Emerald Fennell), quienes se casarían en 2005, y la presión por mantener la imagen perfecta de madre y esposa devota, sumados a su estilo más desenfadado y natural, provocan en la princesa un trastorno alimenticio -representado con frontalidad- y una sensación de reclusión y desatención difícil de manejar, que sentarán las bases para el ya conocido futuro de la pareja.

En tanto, se trata de la última temporada en la que Colman, que ganó el premio Oscar a Mejor actriz por interpretar a otra reina, Ana de Gran Bretaña, en “La favorita” (2018, de Yorgos Lanthimos), encarnará a Isabel II, ya que en la quinta y sexta temporada ese papel será tomado por Imelda Staunton (“El secreto de Vera Drake”).

También será la despedida para Tobias Menzies en el rol del príncipe Felipe, quien será reemplazado por Jonathan Pryce (“Los dos papas”), y para Helena Bonham Carter como la princesa Margarita, hermana de la reina, que pasará a Leslie Manville (“El hilo fantasma”).

Por último, el personaje del príncipe Carlos será retomado en las futuras entregas por Dominic West (“Desplazados”), y el de Lady Di por Elizabeth Debicki (“Tenet”).

Al igual que en sus entregas previas, “The Crown” mantiene un sobresaliente nivel de atención al detalle en toda su realización, desde el vestuario a los palacios, lo que la volvió una de las tiras más caras de la historia, con un presupuesto que ronda los 130 millones de dólares por temporada.