Tan natural verlo en bares de Río de Janeiro, rodeado de artistas, como en una reunión de la alta sociedad, Vinicius supo transitar ambos mundos con igual gusto y dejar testimonio de ello en una vasta obra que incluye clásicos como «Garota de Ipanema», «Chega de saudade», «A felicidade», «Agua de beber» e «Insensatez», entre otras, asociado a Tom Jobim.

La buena estrella del poeta también brilló en el cine con «Orfeo negro», adaptación de su obra teatral «Orfeu da Conceição», que se acumuló un Oscar a mejor película de habla no inglesa, un premio Bafta y una Palma de Oro en Cannes.

Pero además de ser una de las figuras más relevantes de la escena cultural brasileña del siglo XX, Vinicius trabó una especial relación con nuestro país, con un hito musical en su carrera, largas noches de fiestas y una de las nueve esposas que tendría en su vida.

Nacido en Río de Janeiro, tomó contacto desde la cuna con la música por pertenecer a una familia de artistas, por lo que en su adolescencia ya contaba con varias composiciones propias en su haber.

Sin embargo, la vida de Vinicius no estuvo solo marcada por la bohemia artística, sino que la buena posición económica de su familia y la posibilidad de cursar estudios de abogacía, le abrieron las puertas a la alta sociedad, sitio que no afectó su popular manera de ser.

Acaso por su encanto natural, su facilidad para la palabra y sus dotes de buen conversador; tras una beca en la británica Universidad de Oxford, se unió a un cuerpo diplomático en Brasil e inició así una larga carrera en ese terreno.

En paralelo, continuó con su labor artística en la composición de las primeras bossa novas, hasta que hacia fines de los 50 conoció a Jobim, con quien conformó una de las más célebres duplas compositivas de la música contemporánea.

Impulsadas por los «susurros» de Joao Gilberto, especialmente en su asociación con Stan Getz en un recordado disco, las canciones de Vinicius de Moraes y Jobim alcanzaron fama a nivel internacional y fueron versionadas por músicos de diversos estilos.

En 1970, el artista enamoró al público porteño con su disco grabado en el local La Fusa, junto a los jóvenes Toquinho y María Creuza, y su sucesor, registrado en vivo en Mar del Plata, con María Bethania, en la voz.

En aquellas noche, Vinicius conquistó a los argentinos con sus conciertos, en donde acompañado por su infaltable botella de whisky, hizo gala del don de la palabra con ocurrentes discursos entre canciones.

El lazo entre el poeta y nuestro país se volvió familiar a partir de su casamiento con la argentina Marta Rodríguez Santamarina, una de sus nueve esposas.

Hacia finales de los 70, la salud de Vinicius comenzó a deteriorarse hasta que en 1980 finalmente murió en la misma ciudad que lo había erigido como uno de sus máximos símbolos.

No es casual que el bar «Garota de Ipanema», ubicado camino a la homónima playa, en donde el poeta y Jobim escribieron los famosos versos dedicados a una adolescente a la que veían pasar por allí, sea visitado permanentemente por turistas de todo el mundo.