La figura de Mercedes Sosa, eslabón esencial para el trazado de una memoria poética y musical de la Argentina y que -a la vez y necesariamente- constituye una memoria política, fue homenajeada este martes, a diez años de su fallecimiento, a sala llena en el Teatro Opera, por algunos de los artistas que la acompañaron en su vasta trayectoria, en la que jalonar proyectos de otros fue una vocación persistente.

Siempre es complejo, cada vez que se propone un tributo colectivo, conseguir un resultado musical que supere la mera emoción del encuentro de múltiples artistas y que no sea la repetición segmentada de colaboraciones que se han hecho en el pasado, sin un sentido integral. El espectáculo, «Por ella cantamos», organizado por la Fundación Mercedes Sosa, salió airoso de esa encrucijada.

Y era particularmente desafiante si se repara la función, incómoda, movilizadora, que Mercedes ocupó en el escenario musical ya desde su irrupción, asociada al Movimiento del Nuevo Cancionero que, en los ’60’, y en pleno apogeo mercantil del llamado «Boom del folclore» se interrogaba sobre los contornos de lo que se había establecido como tradición y que, además, se proponía una ambición comprensiva de las músicas regionales y que jamás se alcanzó en los términos en que la imaginaron Armando Tejada Gómez, Oscar Matus, Tito Francia o Juan Carlos Sedero.

Pero Mercedes nunca perdió, en las inflexiones de su carrera –a la que el concierto del Opera interpeló en diferentes etapas- en sentido reflexivo que acompaña al oficio del artista. Acaso la ayudaron las condiciones materiales de su nacimiento, el 9 de julio de 1935, en Tucumán, como descendiente de calchaquíes, hija de un obrero de la industria azucarera y una lavandera, para comprender que había una voz profunda que no se detenía en el relumbrón pasajero del elogio.

A escondidas de sus padres, una joven Mercedes ganó un concurso radiofónico para cantantes noveles y en 1962 lanzó su primer álbum, «La voz de la zafra». Luego, historia conocida: la popularidad, la censura, el exilio y el regreso, ya para atreverse al tango, el jazz y el rock. De cada uno de esos momentos quedó una estela en el concierto en el que desfilaron León Gieco, Liliana Herrero, Víctor Heredia, Alejandro Lerner, Pedro Aznar, Lito Vitale, Piero, Julia Zenko, Orozco-Barrientos, Franco Luciani, Bruno Arias y Soledad Pastorutti.

El encuentro homenaje, intenso y extenso, se inició con la entonación del Himno Argentino y siguió con «Yo vengo a ofrecer mi corazón», en versión de Lerner, Herrero y el dúo Orozco-Barrientos y un saludo desde el escenario a Nora Cortiñas y Sergio Maldonado, presentes en la sala.

Enseguida, Piero, Gieco y Lerner retomaron el trazo de la canción testimonial con los versos certeros de «Como la cigarra»; luego Herrero exhumó las profundidades de la música argentina con «Guitarra dímelo tú» y la resonancia de Atahualpa Yupanqui; Pedro Aznar ofreció su versatilidad en «Romance de la luna»; Bruno Arias entregó su compromiso para la cita obligada a Violeta Para y su «Volver a los 17», mientras que Lito Vitale se aventuró a «Alfonsina y el mar».

El desenlace, con todo el colectivo en el escenario, se confundió en el canto con el público para entonar «Inconsciente colectivo», «Cuando tenga la tierra» y «María María».

Una clave de reconocimiento del sonido de Mercedes se observó (y oyó) en el acompañamiento: una formación integrada por el formidable guitarrista riojano Nicolás «Colacho» Brizuela, figura determinante en los equipos de la tucumana; más Carlos Genoini en bajo; Rubén Lobo en batería; Beatriz Muñoz en coros y Gustavo Spatocco en piano y dirección.

Mercedes Sosa falleció, a los 74 años, el 4 de octubre de 2009, por una disfunción renal. Había nacido en Tucumán el día de la Independencia en 1935. Era descendiente de calchaquíes, hija de un obrero de la industria azucarera y una lavandera.

Su figura, por su dimensión y potencia, no pudo ser ignorada por aquellos que, desde un tradicionalismo cerril, delimitaron –y clausuraron- aquello que es y que no es parte del folclore argentino pero, a la vez, tampoco pudo ser domesticada por ese acto aplanador. He allí uno de sus triunfos.

A escondidas de sus padres, una joven Mercedes ganó un concurso radiofónico para cantantes noveles y en 1962 lanzó su primer álbum, «La voz de la zafra», prefigurando lo que iba a ser el Movimiento del Nuevo Cancionero.

Luego la historia es más conocida: jalonada por la popularidad y algunos discos memorables, fue censurada por la última dictadura, por lo que tuvo que exiliarse en Europa, donde prosiguió con su trabajo con grandes figuras iberoamericanas de la canción. Tras su regreso a la Argentina en los ’80 su sonido se atrevió al tango, el jazz y el rock.

Su último trabajo fue «Cantora: un viaje íntimo» (2009), en el que interpretó 34 canciones a dúo con otros tantos artistas latinoamericanos.