Por Rubén Alejandro Fraga

“Bajo tu amparo, no hay desengaños, vuelan los años, se olvida el dolor”. Así reza una entre un centenar de placas en homenaje a Carlos Gardel en el cementerio porteño de la Chacarita, donde muchos que lo veneran como un santo milagroso y otros que lo evocan como el mejor cantor de tangos de la historia le rinden homenaje este miércoles al cumplirse el 129 aniversario de su nacimiento.

En tanto, por iniciativa del autor y compositor Ben Molar, a fines de 1977, se instituyó en la Argentina el 11 de diciembre como el Día Nacional del Tango, con el objetivo de destacar la importancia de la música ciudadana en la cultura argentina y en homenaje a la fecha de nacimiento de Gardel y del director de orquesta Julio de Caro (1899).

Y aunque todos coinciden en que Carlitos “cada vez canta mejor” y festejan su cumple cada 11 de diciembre, los gardelianos no se ponen de acuerdo con su lugar de nacimiento ni con el año en el que vino al mundo. Según algunos investigadores Charles Romuald Gardès nació en Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890, Según otros, nació en Tacuarembó, Uruguay, el 11 de diciembre de 1887.

De lo que no hay dudas es que vivió junto a su madre, Berta Gardès, en Buenos Aires desde 1893, en un inquilinato de la calle Uruguay 162, en el Abasto, una zona entre los barrios porteños de Almagro y de Balvanera.

La tesis francesista, argumenta que Carlitos Gardès estudió en el Colegio Salesiano Pío IX de Buenos Aires donde estuvo pupilo en 1901 y 1902. Allí fue compañero de dormitorio de Ceferino Namuncurá, futuro beato argentino.

Desde muy pequeño comenzó a ser reconocido por su canto, y se hizo famoso como el Morocho del Abasto. El payador José Betinotti le dio un nuevo apodo que también se hizo popular, El Zorzal Criollo, y lo motivó a cantar en los centros políticos.
Falleció el 24 de junio de 1935 en Medellín, Colombia, en un accidente aéreo.

“Los payadores y milongueros anteriores a él habían canturreado casi en voz baja, con una entonación entre lo cantado y lo oral; Carlos Gardel, fue acaso el primero que dejó ese desgano y cantó con toda la voz”, señaló Jorge Luis Borges en el prólogo del libro Carlos Gardel de Carlos Zubillaga.

En dicha introducción, el autor de El Aleph definió al tango y a Gardel como inseparables y también aludió al desarrollo temático representativo de las ciudades puerto, ciudades de melancolía, donde cada corazón de barco, encierra el misterio del adiós, por lo que afirmó: “Rosario, Montevideo y Buenos Aires, son los tres lugares que se han disputado el nacimiento del tango”.

Y aunque Rosario jamás terció entre los franceses de Toulouse y los uruguayos de Tacuarembó, quienes se disputan ser la cuna de Gardel, ni osó apropiarse de la estampa del máximo ídolo popular de los porteños –de Buenos Aires–, luce con orgullo numerosas historias del Morocho del Abasto que lo tuvieron como protagonista en sus teatros, radios, calles, hipódromo y estadio de fútbol.

Tal vez por eso todavía sigue sonriendo, cerca de la terminal de ómnibus, desde el bronce de la estatua que esculpió Reynaldo Baduna y que el 24 de junio de 1975 se convirtió en el primer monumento público del país que homenajeó a Gardel.

El Rosario que transitó el Zorzal

Carlos Gardel vino a Rosario por primera vez en 1914 junto con José Razzano, el Oriental, para actuar en el ya desaparecido teatro Colón, que estaba en la esquina nordeste de Urquiza y Corrientes, según reseñó Roberto Ríos en su obra Mis 40 años junto al Zorzal.

El Morocho del Abasto regresó a la Chicago Argentina en 1916 y actuó, entre el 20 y el 27 de julio, en el teatro La Comedia, de Mitre 948, junto a la compañía de Enrique Muiño. Hacia fines de ese mismo año volvió, esta vez junto a Luis Arata, y logró un gran éxito con Razzano en el teatro Politeama, de Mitre 748.

Sin embargo, en su libro El Rosario de Satanás, Héctor Nicolás Zinni dio cuenta de una actuación poco feliz del dúo Gardel-Razzano en 1917, en el café La Bolsa, de San Martín al 600. Según parece, tan poco gustaron los intérpretes aquella noche que allí mismo, mientras el dúo cantaba, el empresario del local llamó a un mozo y le dijo: “Mirá, cuando terminen esos dos, dales estos pesos y que se vayan”. De más está decir que aquel hombre no tenía la menor idea de a quién estaba echando en ese instante.

El propio Razzano diría años después sobre ese suceso a Francisco García Giménez: “De la noche a la mañana, la empresa del cine retiró nuestros nombres de los programas y nos encontramos en Rosario a la ventura, en lamentable situación, con los pocos centavos que no alcanzaban ni para pagar un cuarto del más modesto hospedaje”.

“Nuestro salvador fue Carlos Morganti, el buen actor y amigo que en esos momentos también comenzaba sus lides artísticos juveniles en una compañía de mala muerte. Él nos llevó al altillo que ocupaba en los fondos de una casa de barrio y en su pequeña cama de hierro dormimos los tres, con los cuerpos atravesados, colgándonos las piernas, que las tapábamos con nuestras prendas de vestir”, contó Razzano.

Sin embargo, ese fracaso se convirtió después en memorables actuaciones de triunfo, a razón de mil quinientos pesos diarios, y luego en presentaciones de Gardel solo, en otra sala, inaugurada en la segunda quincena de agosto de 1927 con el nombre de Cine Varieté La Bolsa, en San Lorenzo 1239.

También quedaron en la memoria de los rosarinos una actuación de Gardel en el Palace Theatre, en noviembre de 1922 y otras presentaciones –aunque sin datos fidedignos del lugar– en 1924 y 1927. En ese último año cantó ante los micrófonos de Broadcasting L.O.G., en los altos de una desaparecida casona en Presidente Roca 770. También cantó en Radio Cerealista y Radio Nacional.

En enero de 1930 se registró una presentación en el teatro Varieté de Rosario, aunque no se sabe con certeza de qué sala se trataba ya que por esos años la palabra varieté acompañaba a muchas denominaciones relacionadas con el espectáculo.

Entre el 3 y el 12 de junio de ese mismo año, Gardel actuó en La Comedia, otra vez junto a Luis Arata. De esas actuaciones se conserva una foto en el hall del teatro junto al futbolista Bearzotti, Arata y Razzano, a la sazón representante artístico de Gardel y ya retirado del canto.

También por 1930 Gardel vino a Rosario movido por una de sus pasiones, el turf. En Fisherton existía el haras Ascot, en donde un caballo de su propiedad, Lunático, era pensionista.

Quizás fue en una de sus visitas al Hipódromo Independencia, cuando el Zorzal Criollo también se hizo tiempo para ver fútbol y se cruzó hasta el estadio de Newell’s Old Boys. Allí su estampa quedó inmortalizada cerca del alambrado de la vieja platea leprosa junto a sus guitarristas Guillermo Barbieri y Ángel Domingo Riverol y al periodista rosarino Justo Palacios, alias El Pollo.

Cuentan que durante sus visitas a Rosario y para mantenerse en forma, El Mudo solía hacer footing por las veredas de la avenida Pellegrini enfundado en una gruesa tricota negra.

También actuó en el desaparecido cine teatro Real, de Oroño y Salta, en el recreo de “La Montañita”, frente al lago del parque Independencia, y en el Eden Park, con unos cuantos kilos de más. También dicen que cantó varias veces en forma espontánea en la esquina de Alvear y Córdoba. Y, además, Pichincha lo contó entre sus habitues, como lo describe exhaustivamente el historiador Héctor Nicolás Zinni en su obra citada.

La despedida de Rosario

En abril de 1933, Gardel se presentó por última vez en Rosario, en la sala donde hoy funciona el remodelado teatro Broadway, en San Lorenzo al 1200.

El día 22, en la sección “Ecos de Sociedad”, la revista rosarina Cinema para todos señaló: “Tal como estaba anunciado, se presentó ayer ante nuestro público, en la sala del Broadway, el célebre intérprete de la canción popular Carlos Gardel. Acompañado por los excelentes guitarristas Pettorosi, Barbieri, Riverol y Vivas, Gardel actuará por última vez en esta sala hoy y mañana. La justa expectativa que ha despertado el sólo anuncio del debut de Gardel, se confirmará, a no dudarlo, en esos tres espectáculos en el Broadway”.

Fue en verdad la última vez, y para su despedida Gardel dejó a los rosarinos un estreno absoluto: el tango “Silencio”.