MIéRCOLES, 27 DE NOV

El último tren de la locura de Ozzy pasó por Buenos Aires

El referente mundial de heavy metal brindó un sólido show en Obras Sanitarias.

Ozzy Osbourne salió corriendo solo al escenario a las nueve en punto con un negro y largo tapado, agarró el micrófono y gritó: «¿Están listos para una noche de locura?», dando inició, así, a la parada porteña del «No More Tours», la gira final de sus cincuenta años de carrera.

Apoyado en una suerte de grande éxitos, el show que brindó en el predio de Obras Sanitarias dejó varias certezas: Ozzy sigue siendo un gran maestro de ceremonias; sus canciones son inoxidables; tranquilamente puede ser considerado como la columna vertebral del rock pesado; y sería muy injusto que sea recordado por sus disparates y no por ser un gran letrista.

Ya con «Mr Crowley», segundo tema de la noche tras «Back at The Moon», su garganta se quebraba como si recordara cuando un delirante religioso quiso censurarlo por considerarlo satánico.

Ese quiebre en la voz también mostraba algunas cosas. Por un lado, Ozzy realmente se emocionaba con las letras, gesticulando, agarrándose los pelos, rasgándose la remera; por el otro, que la falta de afinación en varios pasajes del show (como en la lacerante «Mamma I´m Comming Home») dejaba en evidencia los casi 70 años de una vida al borde del abismo y, también, que para este show prescindió del playback y las segundas líneas de voces.

«Demos rienda suelta a la locura», pedía el fundador de Black Sabbath, provocando al público a que gritara más fuerte, agitara las manos y cantara los estribillos de «I don´t know», «Road to Nowhere» o «Flying Hight Again».

También hubo lugar para tres clásicos de Sabbath. Con el correctísimo Andy Wakeman en segunda guitarra (tocó los teclados durante el resto el show) pasaron por el pogo del público «Fairies Ware Boots», la atrapando «War Pigs» y el eléctrico cierre con «Paranoid».

Justamente fue la guitarra y sobriedad de Wakeman lo que resaltó uno de los grandes fallos en la formación de la banda. La entrega a la canción del hijo del mítico Rick Wakeman contrastó con el egocentrismo y la desprolijidad de Zakk Wylde. Llenando de armónicos y acoples cualquier melodía, Wylde deformó tanto los temas de Sabbath que por momentos parecían sacados de su banda Black Label Society.

Más allá de esto, que incluyó un interminable sólo de guitarra en «War Pigs» (¿son necesarios los solos en 2018?), la banda es un reloj que se maneja al tempo que marca su líder. El baterista Tommy Clufetos, ya conocido por reemplazar a Bill Ward en Black Sabbath, y el bajista Blasko Nicholson son lo que Ozzy necesita.

«El Príncipe de las Tinieblas», como lo apodaron casi en forma rídicula en los 70, se mostró en mucha mejor forma que en sus visitas anteriores. Se nota que esta última gira se la tomó con la seriedad de un profesional y que su última aparición en público debía estar a la altura de su legado.

Quizá por eso prescindió de los trucos de consola para ocultar sus fallos, aunque ya en la segunda parte del recital debió ser apoyado por los coros de Wakeman y Wylde (aquí sí fue de gran ayuda) para las notas altas a las que no llegaba.

«Esta canción la escribí para una noche como esta», dijo en otro pasaje antes de entonar esa joya musical que es «No More Tears». Y aunque fue compuesta en 1991, en plena época de excesos y fama, la letra muestra una sensibilidad propia de alguien que no puede menos que doblarse emocionalmente en el ocaso de su carrera.

También pasó por la noche porteña «Suicidal Solution», la canción que sufrió la demanda del padre de un chico que se suicidó mientras escuchaba esa canción, aunque la misma fue escrita como un homenaje a Bon Scott, el vocalista de AC/DC que murió ahogado en su vómito por la borrachera, un destino que bien podría haber sido el de Ozzy.

Fue justamente con canciones del quinteto australiano con las que el grupo aplacó la media hora de espera desde que finalizó el show de Malón. Luego de que sonaran las guitarras de los hermanos Malcolm y Angus Young, las luces se apagaron.

Detrás del escenario, una cruz gigante pendía como si se tratara de una iglesia y las pantallas realizaban un recorrido fotográfico por la vida de Ozzy, empezando por el joven inocente de Birmingham, cuya mirada continuaba siendo la misma que la de esta noche mientras cantaba en «Shot in The Dark»: «Pero como los heridos, y cuando es demasiado tarde; Ellos recordarán, ellos se rendirán; Nunca importa la gente que odia; Ahora me subestiman».

Fuente: Agustín Argento- Telam

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