Más allá de lo que se ha hablado y se rumorea sobre la vida del reconocido artista y cantante cordobés, Rodrigo Alejandro Bueno, alias «El Potro», lo que dejó desde el momento de su muerte fue un legado musical inmenso, que todavía suena en todos los encuentros y en cada fiesta donde la alegría y el baile son los protagonistas estelares.

Rodrigo nació en Córdoba capital. Hijo de Beatriz Olave, compositora y trabajadora de una editorial, y de Eduardo «Pichín» Bueno, quien se dedicaba a la producción musical y fue una de las personas más importantes e influyentes en la vida de El Potro.

Su carrera profesional resulta más que atractiva cuando se empieza a indagar en sus comienzos como cantante, que se remontan a su temprana edad de dos años, cuando participó del programa Fiesta de Cuartetos producido por Carlos «Pueblo» Rolán. Este dato es fundamental para comprender plenamente su pasión por la música y el arte, las cuales estaban cien por ciento candentes cuando de «tocar» se trataba.

La vocación que el cuartetero sentía por la expresión musical hizo que su conocimiento por los diferentes géneros musicales sea marcadamente consistente. Y aunque su fama haya llegado de la mano del cuarteto cordobés, Rodrigo transitó por las veredas del rock, el pop, la balada, el tango, entre otros estilos.

Su primer disco llega en el año 1987, se titula «La foto de tu cuerpo» y fue producido por Polygram Récords. «Aprendiendo a vivir», fue su siguiente trabajo y se presentó con una actuación en vivo en la reconocida discoteca Fantástico Bailable, hecho que lo llevó a su primer reconocimiento en la escena de la música tropical.

El Potro fue una persona con una nobleza y una tenacidad que lo diferenciaba de la mayoría de los artistas que surgieron en ese momento. Por lo que en el año ’95 firma un contrato con Sony Music para el lanzamiento de su álbum «Sabroso», y un año después logró cerrar con la productora Magenta en pleno ascenso de su carrera hasta su desaparición física.

El camino al cielo

Entre la presentación de su primer disco y la consagración como artista popular, Rodrigo vive un suceso trágico que marcó a fuego su alma para todo el viaje: el fallecimiento de su padre y representante.

Según datos recabados por el periodista del diario cordobés Diego Quiroga, en ese momento, el artista y compositor regresa a su Córdoba natal, donde permaneció desde finales del ’93 hasta principio del ’95. Durante esta instancia, se dedicó a recorrer los bares y espacios de la nocturnidad, dejando de lado los frecuentes viajes a Buenos Aires y sus participaciones en las bailantas.


Foto Diario La Voz

Rodrigo era muy amigo de sus amigos y disfrutaba mucho de asistir a los diferentes recitales a los que lo invitaban como público, pero también para participar de la tocada o zapada entre colegas y artistas que se armaban después de las presentaciones.

Un detalle que resulta más que atractivo, es que el joven artista, mientras compartía la música con sus amigos en los bares cordobeses, no lo hacía cantando o como vocalista, sino que se dedicaba a tocar las congas, instrumento de percusión que por ese momento estudiaba con el maestro Bam Bam Miranda, músico peruano que integraba el grupo de la Mona Jiménez.

Por esos tiempos, Rodrigo se ocupó de compartir esos momentos que de alguna manera iban suturando la herida que mantenía por la perdida de «Pichín«. Entre zapada y zapada, El Potro pasaba casi inadvertido entre sus colegas y ante el público. No era un proyecto. No le interesaba las luces de la fama. Solo quería compartir la música.

Los días pasaron entre cervezas, amigos y música. El cordobés afianzó sus relaciones y acrecentó el profundo respeto hacia sus colegas, hacia los trabajadores de la música. Respeto por aquellos que vivían a corazón abierto por el arte musical. Y es un sello que su trayectoria y impronta profesional llevó como una marca registrada.

Herencia musical para todos

Si algo tuvo Rodrigo en su vida fue admiración y respeto por los artistas de la movida tropical y por cada uno de los músicos que se ganaban el pan con el sudor, literalmente, de su frente en cada presentación. Es por eso que se pueden decir muchas cosas sobre sus costumbres, sus relaciones y amoríos y el protagonismo mediático que tuvo el artista popular, pero ningún artista jamás habló mal de él. Rodrigo era un buen compañero de trabajo.

Durante toda su intensa vida, El Potro Cordobés construyó un legado artístico sumamente jugoso, el cual llegó hasta esta época sin diferenciar edades ni géneros sociales y musicales. Legado que no solo su familia sigue pregonando, sino que cada persona que escucha su música logra remontarse a alguna situación, suceso o instancia en donde la sonrisa y la alegría desbordaron.

En pocas palabras, Rodrigo puso en valor aquello que algunos artistas de aquella y de esta generación aún no lograron asimilar: para trascender a la historia, el respeto y la humildad abren puertas y construyen caminos. Largos caminos que llevan al cielo.