El mundo literario despidió hoy con «tristeza» y «dolor» al escritor rosarino Juan Martini, fallecido ayer a los 75 años en la ciudad de Buenos Aires, quien dejó como legado a la literatura argentina valiosas obras como «La vida entera».

Nacido en Rosario en 1944, Martini fue ganador del Premio Boris Vian y la Beca Guggenheim, entre otras distinciones, y fue el creador de un gran personaje de la literatura local, Juan Minelli, quien protagonizó cuatro novelas: «Composición de lugar», «El fantasma imperfecto», «La construcción del héroe» y «El enigma de la realidad».

Martini publicó obras singulares como la trilogía «Cine» con que el sello Eterna Cadencia, responsable de su edición, decidió despedirlo hoy «a modo de homenaje», citando un fragmento.

En el último número de la tríada que rescató el sello se lee: «Ahora, cuando ya no importa, Sívori lava cerezas. Después pone agua a hervir, le echa sal y una gota de aceite. Abre un paquete de spaghetti De Cecco. Prepara una sartén para saltar el ajo. Destapa una botella de vino. Se sienta. Hojea un diario. Hosni Mubarak cayó en Egipto después de 30 años de tiranía. Mira a través de la ventana de la cocina la ventana del departamento de enfrente. Se terminó».

Las ficciones de Martini otorgaron al lector la ilusión de realidad o, al menos, la fantasía de que todo es posible, y algo así escribía Julio Cortázar en la introducción de «La vida entera», novela que publicó durante su exilio de nueve años en Barcelona.

«Al igual que en tantos sueños que se inician dentro de un clima y de un territorio perfectamente realistas para resbalar poco a poco hacia otras dimensiones donde todo es posible y aceptable -escribía Cortázar en ese 1981-, mi lectura me fue llevando de las secuencias habituales a los enlaces insólitos, de la anécdota al vértigo».

La escritura fue en Martini parte constitutiva de su vida: seducido en los poemas de adolescencia por Amado Nervo, por Edgar Alan Poe o Mark Twain en sus primeros cuentos o por la figura de Eva Perón, avanzó sus textos en esa doble dirección que le permitió, con lucidez, analizar lo propio y ajeno.

Entre 1964 y 1968 codirigió la revista Setecientosmonos con Nicolás Rosa. Luego llegaron los cuentos reunidos en «El último de los onas» y «Pequeños cazadores»; y a partir de 1975, vísperas de la última dictadura militar argentina, exiliado ya en Barcelona donde vivió hasta 1984, trabajó como editor del sello Bruguera y publicó el policial «El cerco».

De regreso en el país, con la recuperación de la democracia, el autor de «El autor intelectual» y de «Colonia» dirigió la editorial Alfaguara y el sello Perfil; y fue quien años más tarde, en 2007, dedicaría a su amigo personal, el Negro Fontanarrosa, los cuentos de «Rosario Express».

De esos textos se valió su colega, Hernán Ronsino, para despedirlo hoy: «Cuando leí ‘La máquina de escribir’, en 1997, sentí una profunda conmoción. Años después hice taller con Martini. Anoche, en un asado, alguien dijo: ‘Hoy murió Martini’. Ojalá esta tremenda novela, o ‘Puerto Apache’ o ‘Rosario Express’ se reediten pronto».