Disruptiva, con una gran destreza narrativa y efectos visuales de altísimo impacto para su época, «El exorcista» llegaba a las salas estadounidenses medio siglo atrás de la mano del director William Friedkin para convertirse, a pura posesión demoníaca, en un emblema que legitimó y elevó al terror como género cinematográfico e impregnó la cultura popular hasta nuestros tiempos.

Adaptación de la exitosa novela homónima que William Peter Blatty había publicado dos años antes, este clásico absoluto dejó tras su estreno en 1973 -con una para nada casual fecha post-navideña- sus marcas en el acervo de sucesivas generaciones que, cuando de ficciones satánicas se trata, todavía se referencian en sus imágenes y frases.

Efectiva por la simpleza tanto de su premisa como de su ejecución, «El exorcista» cuenta la historia de Regan (Linda Blair), una nena de 12 años que, después de jugar inocentemente con un tablero de Ouija en el sótano de su casa, es poseída por una entidad malvada que comienza a manifestarse en su cuerpo y sus comportamientos. Sin respuestas de los médicos y ya desesperada, su madre, Chris MacNeil (Ellen Burstyn), recorre a la ayuda de la Iglesia.

Con un suspenso y una atmósfera amenazante que se construyen de forma gradual hasta su violento estallido, aparecen en escena el veterano padre Merrin (Max von Sydow) y su joven colega, el padre Karras (Jason Miller), para hacerse cargo de la situación: con la duda, la fe y la batalla entre el bien y el mal como elementos constantes de la trama, el dúo devenido en héroes de sotana y agua bendita en mano deberá hacer lo posible por salvar el alma de la pequeña Regan.

«El exorcista» hizo en ese entonces lo que ninguna otra obra de terror se había animado a hacer, al desafiar todas las expectativas de lo que puede causar horror y perturbación desde lo psicológico. En manos de Friedkin, quien falleció en agosto pasado a los 87 años, la liturgia del catolicismo se contrapuso con lo grotesco, con incómodas tomas de crucifijos siendo blandidos de maneras blasfemas y un lenguaje explícito que shockeó por completo a las audiencias que sacaban entradas en masa para ser parte del fenómeno.

«El exorcista» hizo en ese entonces lo que ninguna otra obra de terror se había animado a hacer, al desafiar todas las expectativas de lo que puede causar horror y perturbación desde lo psicológico.

Como testimoniaron los diarios estadounidenses, el público de los 70, aún virgen de impresiones de ese estilo, vivió una verdadera experiencia religiosa a la inversa. Gritos, huidas de las salas, vómitos, desmayos, crisis espirituales y hasta ambulancias en las puertas de los cines, todo formaba parte de un combo que nadie se quería perder y que la crítica, ante semejante novedad, recibió con los brazos abiertos.

Pero además de cumplir con su cometido artístico y de taquilla, el filme pronto alimentó su propia leyenda cuando empezaron a conocerse algunos truculentos detalles que le valieron la etiqueta de «producción maldita», y que iban desde demoras innecesarias hasta accidentes sufridos por los técnicos y actores, inundaciones e incendios en los sets -a excepción de la habitación de Regan- y muertes en el equipo y entre sus familiares. Era tal el descalabro que, contribuyendo al mito, Friedkin llamó a un cura para que exorcizara las locaciones y decorados.

Con todo, pero sobre todo gracias al genial balance entre una historia bien contada, destacadas performances, secuencias imborrables y un clima inquietante y de angustia, «El exorcista» probó que el género no era materia menor, que podía hacerse con seriedad y no renegar de su popularidad al mismo tiempo. Todo un logro que tuvo su correlato en los premios Oscar de esa temporada, donde se transformó en la primera cinta de terror en disputar la estatuilla a Mejor película, junto a otras nueve nominaciones que recibió por parte de la Academia.

Y aunque algunos de los artilugios desplegados 50 años atrás hoy puedan resultar poco creíbles para las audiencias más jóvenes, el miedo de sus entrañas sigue vigente como el primer día y continúa siendo esa película que nadie puede olvidar, una invitación irresistible a compartir «un excelente día para un exorcismo».