Por Santiago A. Fraga

El nuevo disco de Dani Lésté es profundo, es sentido y resulta tremendamente bello. Cargado con numerosos detalles que revelan de a partes la historia de tres generaciones de mujeres de su familia, la artista rafaelina lanzó en 2020 “Iala”, su más reciente álbum junto a La Bandurria, que presentará con un show presencial mañana y representa un homenaje a ellas: a su madre y a su abuela.

El recital de presentación, que originalmente iba a ser el viernes 15 y debió suspenderse por las fuertes tormentas, tendrá lugar el jueves 21 de enero a las 20 en la terraza de la Plataforma Lavardén (Sarmiento 1085), un lugar a tono con la musicalidad de este álbum que a la gran voz de la ex Kunyaza (entre otros proyectos musicales), le suma una fuerte identidad litoraleña combinada con numerosos arreglos influenciados por la música árabe.

Es que, así como en la armonía, en todo el concepto de “Iala” hay una fuerte conexión entre Siria, Rafaela y Rosario. Una historia que quizás no quede tan de manifiesto en las letras de las canciones, en las que Lésté trata cuestiones igual de personales y sentidas como amores, desencuentros, muertes y nacimientos cercanos, pero sí en todo el trabajo visual de las tapas y los videos y en los arreglos, incluido el tono de oscuridad que lleva la música por momentos.

En el inicio del tercer tema del disco, “Jardín en flor”, se puede escuchar la voz de una mujer cantando en árabe, o más precisamente recitando el Corán, al tiempo que una guitarra aparece suavemente y se entremezclan ruidos de autos y pájaros. Esa grabación casera fue registrada por la propia Dani cuando tenía 13 años y esa voz es la de su querida abuela, uno de los grandes pilares en torno a los que gira esta producción discográfica.

Según contó Dani Lésté en entrevista con Conclusión y 70/30, varias de las canciones ya las tenía creadas de forma suelta, cuando empezó a notar que entre ellas había algo que las conectaba. Al comenzar a profundizar, notó que las raíces de aquellos temas eran precisamente las suyas, y que lo que las atravesaba tenía que ver con su descendencia y con la historia de su familia.

Eso la llevó a comenzar a investigar en profundidad sus orígenes y más precisamente lo que habían vivido su madre Nely y especialmente su abuela Amún, desde cómo era la vida en una región muy dura para las mujeres como la árabe de inicios del Siglo XX hasta el momento en que aquella emprendió el viaje seis meses en barco rumbo a la Argentina, dejando para siempre una vida atrás.

Ese recorrido que en tres generaciones une Homs con Rafaela y el norte santafesino con Rosario es el que se nota en el paisaje sonoro del disco, marcado fuertemente por el chamamé y con pasajes de oscuridad propios de la historia que se está contando. Además, donde más se nota esta historia es en las visuales, con un arte de tapa lleno de símbolos y un videoclip (de la canción “En el cuerpo”).

– ¿Qué sentís de volver a encontrarte con la gente después del 2020 que vivimos?
– Fue bravo. Son muchos sentimientos. A uno se le cruza por la cabeza toda la cuestión social, lo que significa el tocar para uno y para la gente, el público, la sociedad en sí. Pensando desde ese lugar, es un sentimiento de alivio, de alegría, de sentir que uno vuelve a sumar un grano de arena, una semilla, ante este año tan triste sin música, sin espectáculos en vivo. También con todo el miedo ante esta oleada de incertidumbre sobre lo que va a pasar, pero pensando en que esto no se puede detener así tan fácil y que se consideren protocolos de higiene para que esto se siga sosteniendo, que no frene la música.

– Esta es la primera vez que presentas el disco al público.
– Estoy re mil contenta por eso, y además estoy re entusiasmada porque va a ser en la Lavardén, que es un lugar hermoso y que ya desde el 2019 lo vengo militando y pidiendo. Que me lo concedan ahora devuelve todo lo malo de lo que me pasó con la cuarentena, y tener la posibilidad de presentarlo con todos los invitados, con todos los protocolos correspondientes para mantener la distancia y el cuidado. Son muchos músicos los que van a participar, pero nunca estamos todos juntos. Una vez es voz y cuatro cuerdas, después piano y nosotros cuatro… nunca hay más de seis en escena. Pero que estemos todos en el mismo lugar después de haber grabado todos en el mismo disco, es alta alegría.

– Hubo una enorme cantidad de invitados y de gente involucrada en el disco.
– Sí. Todes amigues que pusieron su granito de arena en colaboración a esto que es un disco independiente. Si bien pude tener el premio subsidio de Inamu y ahora la convocatoria de Industrias Culturales, que me ayudó con el dinero en cuestiones de prensa y grabación, hacer un disco ahora es muy costoso, y tener los músicos y los compañeros que tengo aportando tiempo y su música es una de las cosas que más me gratifica. Más allá de que la música y el disco me encantan, que suena muy hermoso y estoy muy contenta con el resultado, siento una gran familia atrás que está sosteniendo y creo que eso es más que nada lo más importante.

– ¿Este es el más especial de todos los discos que hiciste o en los que participaste hasta ahora?
– Sí. También tengo un EP independiente, “Floricanto”, pero esto es otra cosa. “Iala” viene también con una carga muy emocional porque cierro ahí un poco la historia de mi familia. Yo soy descendiente de siriolibaneses y tengo una conexión con mi abuela muy directa. De hecho, en el disco está su voz, canta ella en una grabación que hice cuando era muy chica. Lo digitalicé, lo samplié y lo puse ahí, y hay como toda una vuelta conceptual que es sobre eso. Sobre la familia que me tocó y un homenaje a ellas, a mis mujeres, a mi abuela y a mi madre.

– Uno de los aspectos más característicos que tiene el disco es este concepto introspectivo, personal. Al mismo tiempo, cuando estaba por salir justo sucedió la cuarentena, que en su comienzo también fue un momento muy fuerte que nos hizo frenar un poco y pensar mucho para adentro. ¿Conectaste aún más con este disco en ese momento?
– Fue raro. Por el hecho de que yo venía con el tren de finalizar. El 10 de abril lo íbamos a presentar, entonces para mí el freno de la cuarentena fue un stand by de incertidumbre que no me pude relajar demasiado. Fue bastante angustioso. Sí, hice todo un trabajo de introspección, hice biodecodificación también pensando en que esto conllevaba algunas otras cosas y todo ese camino de terapia y de pensamientos, análisis, de querer preguntar a algo y no saber. Incertidumbre. En ese momento la pasé bastante mal, y después fue como que entendí que es parte del aprendizaje. En este proceso de disco me empezaron a caer muchas fichas. Mucha información sobre lo profesional de cómo uno trabaja, cómo uno lleva adelante las cosas. Hacer discos no es pensar en que uno va a generar dinero o recuperar lo que invirtió. Entonces, en todo ese proceso fue como entender el valor (no económico) que uno le pone a las cosas que hace y cómo las hace. Fue un aprendizaje muy grande entender eso. Entender de mi día cuánto tiempo dedico a laburar el mango para comer, cuánto tiempo para alimentar mi alma, qué es lo que necesito en mi vida sin creer o querer pretender alguna determinada cosa de más, y que lo que tiene que volver, volverá, pero más que nada con el trabajo profesional.

– Y sobre todo cuando se hacen las cosas de manera independiente, que tiene otro gusto pero también es un esfuerzo increíble.
– Un esfuerzo increíble. La valoración. Porque ¿cómo haces vos para explicarle al público que seguís trabajando a pesar de que no mostrás lo que hacés? ¿Cómo explicás a tu familia, que tiene otro bagaje, que hacer un disco a veces es más complicado? Es dar vida a algo, alimentarlo y hacerlo crecer. Lo que vos comés es lo que ponés. Yo siento que la cuarentena me ha dicho “Stop angustia, y sacá de esto el aprendizaje de lo bueno que pudiste hacer a pesar de que hubo un freno”. Y seguimos, hasta día de hoy que presento el disco el 15 y es una alegría. Un sueño. Tanto tiempo esperar para algo. Que salga el sol después de un huracán, un tsunami y un terremoto que vino de golpe.

– Vos decías que es un homenaje a las mujeres de tu familia. ¿Hiciste un proceso de investigación histórica a la hora de plasmar el trabajo o fue más lo que vos ya tenías incorporado respecto a eso?
– Fue bastante fluctuante la cuestión. En la mayor parte de mi composición, si vos escuchás en las armonías hay como una cuestión que tiene que ver con la armonía árabe. Están en modo frigio, están en modo armónico, hay muchos melismas que yo canto, que me salen, que tienen que ver con la escucha de mi infancia. Pero en sí, las letras y demás cuestiones son historias a veces de amor, de encuentros, desencuentros, del nacimiento de mi sobrina, de la muerte de mi mamá, de la muerte de mi papá, cuestiones que están como enmarcadas en canciones sueltas. Lo que yo hice es con eso querer homenajear, porque el hilo conductor era la cuestión armónica árabe, y sobre eso empecé a investigar. La tapa es un mundo, un collage…

– Está llena de símbolos.
– Claro. Ahí sí hubo una investigación. Yo empecé a investigar qué pasó con mi abuela, cómo fue específicamente, y en el video también hay otra data. Investigar como para empezar a cargar el sistema visual, relacionarlo con ella. Entonces no solo investigué lo que pasó con la ciudad de mi abuela, Homs (Siria), sino cómo vino, cómo eran los barcos en esa época. Empecé a hacer una investigación de la descendencia, de su historia, y fue re heavy, porque empecé a leer un poco cómo es la cultura allá, vi tutoriales de argentinos que viven en Arabia, y es terrible. Porque la historia de mi abuela no es muy feliz.

– Sobre todo con lo que es Arabia, aún hoy, para con las mujeres.
– Exacto. Sobre todo para las mujeres, y en una época como el 1900. Mi abuela vino en un barco casi secuestrada por mi abuelo, con quien tuvo cuatro hijos pero sin su consentimiento, y yéndose de un país al que nunca pudo volver y donde mi abuela nunca más volvió a ver a su mamá. El viaje eran seis meses en un barco. Con toda esa carga, cuando me puse a investigar era terrible. Por eso hay un poco de oscuridad en esa tapa y en el video en sí (que lo hice con Carolina Rimini que es una amigaza, con un increíble ojo fotográfico y escénico). En ese videoclip (“En el cuerpo”) hablo un poco de eso. Hay tres personajes, que es como que uno soy yo, otro mi madre y otro mi abuela, y es como esa sensación de encontrar en la oscuridad. Inclusive, hay un vestido que se mueve, que baila, y unos ojos pintados también. Ese vestido es el que mi abuela se trajo desde allá y lo tengo guardado.

– Que también está en la tapa.
– Exacto. En la tapa podés ver también caballos, que son un símbolo. Esos son unos caballos que vimos en Bombal, que es creo que el único lugar en el país que tiene un haras de caballos árabes muy “exquisitos”, por así decirlo (que el chabón los vende a fortuna y a países árabes), y fuimos a sacarles fotos. Tienen como una línea muy hermosa, y a la vez mis canciones hablan mucho de caballos, porque tuve uno y los amo. Después está mi espalda, donde tengo unos tatuajes que significan mi mamá y mi papá, la guitarra; al fondo se ven unos croquis de la ciudad de Rafaela, que es de donde soy, el croquis de Homs, el pueblo de mi abuela; y arriba el río Paraná, que se ve como moviéndose. Después hay otros símbolos, que son los que tenía tatuados mi abuela en los brazos, que eran de protección. También la mirada a un punto muerto o punto ciego que es una moneda, que también fue una herencia de mi abuela (allá en los casamientos se regalan cosas de oro puro, y en una época me habían tocado a mí unas monedas de oro que ella me había dado y tenían toda una simbología, así que inventamos el símbolo del medio). Toda la estética se hizo investigando sobre eso, un poco jugando, un poco sabiendo que le ponía ese peso, y un poco también tratando de devolverle un poco de amor a la vida que tuvo mi abuela.

– En ese cruce de sonidos entre lo litoraleño y lo árabe también se da una musicalidad bastante particular. ¿Cómo la describirías?
– Me cuesta definirlo. De hecho, ahora me estuve postulando a algunas convocatorias y en el “estilo” no sé qué poner. Porque claro, como tengo tanta mezcla encima… Yo me defino más del lado litoraleño. Si bien soy rafaelina, el río Paraná y el chamamé ha marcado un antes y un después en mi vida. Yo siento que todo se desprende un poco de la sonoridad litoraleña, y que todo lo otro es como un adorno extra a eso. Pero no soy chamamecera, no soy pop… puedo decir lo que no soy, pero sí que tengo una base. Incluso las canciones que hacemos que no son nuestras son todas de Ramón Ayala o de Rodolfo Regúnaga, que me gustan mucho y que tienen que ver. Ahora estoy pensando en el nuevo disco y en las canciones venideras y estoy investigando sobre la polka paraguaya, la galopa, todo lo que es el ritmo de esta zona, que es más movido para cantar y bailar. Estoy como con eso en la cabeza, y a la vez no puedo desprenderme de eso de la guitarra y el bajo. Aparte estoy con Franco Ochat que es un investigador de lo latinoamericano y él también el pone ese toque de gracia y belleza con su lado latinoamericano. A mí me encantan los detalles. De hecho, en las canciones todos los arreglos de vientos tienen muchos detalles. Eso me alucina.

– ¿Cómo se registró la voz de tu abuela?
– Eso lo hice yo a los 13 años. En su última época, mi abuela, que vivió hasta los 99 años, se vino a casa con mi familia, mis padres y mis dos hermanas, y ella antes de irse a dormir todas las noches cantaba el Corán. Yo ya a los 6 años empecé a tocar la guitarra, mi mamá me mandó a coro, y para los 13 años estaba con una vorágine de los grabadores doble casetera. Grababa en uno, me hacía los coros, lo daba vuelta… como que me loopeaba con los cassettes, y en esa época grababa todo. Entonces quería hacer eso, grabar a mi abuela, y fue con ese radiograbador que le puse un micrófono y le dije “Che abuela, cantá”. En la grabación se escucha inclusive un loro que teníamos ahí, un auto que pasa, mi mamá lavando los platos. Eso habrá sido 1994. Hace un par de años lo digitalicé y es una grabación de 20 minutos. Es el canto del Corán, ella cantaba el Corán como rezo, y allá, otra de las cosas que investigué, es como que en el Corán no hay melodías. Ellos empiezan a leer y empiezan a cantar sobre eso, y esas melodías que surgen no están en 440, están en otro registro, y hay como un desfasaje tonal que yo quise tocar arriba de eso y no se podía, porque está cantando a capella en otra tonalidad. Incluso mucha gente me dijo que se emociona mucho al escuchar esa voz. Es fuerte, porque se siente su pesar en ese rezo. Siempre fue muy hermoso escucharla, inclusive en su relato que era muy triste por todo lo que había vivido. Ella estando acá se agarraba de esos cantos.

Nely y Amún, madre y abuela, respectivamente, de Dani.

Del disco, editado por Kuikatl Discos, participó una enorme cantidad de artistas e invitados. Por el lado de la música, formaron parte de la banda en vientos Emiliano Zamora, en percusión Franco “El Negro” Ochat, en guitarras y voz Dani Lésté, en guitarra invitada Franco Moscatti, en contrabajo Cecilia Zabala, en violines Inés Dotto y Lucía Prokopovsky, en viola Milena De Giorgio y en violoncellos Melina Salanitro e Ivette Paz.

A ellos se les sumaron como invitados Salvador Trapani (en serrucho), Lucía Coggiola (en bandoneón), Joel Tortul (en piano), Mercedes Borrell y Elisa Bitel (en voces), Ariel Migliorelli (en keys) y Amun Appas (su abuela, en voz en off).

En cuanto al proceso de grabación y producción, la edición estuvo a cargo de Santi Lagar y Lésté (con colaboración extra de Dani Pérez), la mezcla por Ariel Migliorelli, la masterización por Daniel Ovie, los arreglos de cuerdas por Emiliano Zamora como así también la producción musical (junto a Lésté), el arte de tapa y diseño por Ana García y roles de prensa y comunicación a cargo de Valeria Donadío, Paine Nocetti, Julian Rossi y Carolina Rimini.

Las entradas se venderán de manera anticipada con modalidad online en la web abiertoalcielo.com.ar.