El escritor Guillermo Saccomanno inauguró la 46° edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires con un discurso crítico en el que eligió «ahondar en la tensión» y en el que se refirió a los actuales problemas de la industria editorial, entre ellos a la falta de papel, pero también a las contradicciones de habitar un espacio como La Rural y celebrar lo comercial, invirtiendo el orden simbólico de lo que la literatura debería promover, «Decir Feria implica decir comercio. Esta es una Feria de la industria, y no de la cultura», dijo.

Con el aplauso de escritores, escritoras, editores, editoras, periodistas, funcionarios y otros invitados, Saccomanno subió al escenario del salón central de La Rural y con un tono sagaz y divertido como respuesta a la ovación, advirtió:

«No se adelanten, a algunos no les va a gustar».

En su discurso una frase, dicha como al pasar, se aproximará a ese tono picaresco y disidente con el que el escritor abrió esta 46 Feria del Libro, luego de dos años suspendida por la pandemia: «Asumo el riesgo de ser malentendido y juzgado como aguafiestas».

El autor de «Cámara Gesell» dio un mensaje muy combativo que abarcó desde la oposición al oligopolio de la industria del papel hasta la mercantilización de la Feria y la «relación despareja» entre autores y editores: «El editor es propietario de un banco de sangre compuesto por un arsenal de títulos publicados siempre en condiciones desfavorables para quienes terminan donando prácticamente su obra», sentenció.

La falta de papel

El bosque, el papel, la escritura. Saccomanno escribió este discurso en su casa del bosque en Villa Gesell, donde vive desde hace treinta años, sobre un papel de hojas lisas, con una birome negra, como hace cada vez que escribe. Del bosque la madera, de la madera el papel y una problemática que aqueja a editoriales pequeñas y medianas: la escasez y el alto precio. «A la escasez de papel, producto de la pandemia y el aumento en los costos de energía en el mundo, se le suman en nuestro país los problemas habituales: la industria del papel es oligopólica, el papel se cotiza en dólares, y aun cotizando en dólares, tiene inflación y ningún tipo de regulación desde el Estado».

En este sentido, contó cómo son los jugadores de la industria del papel, a la que ubicó en dos grandes empresas «una es Ledesma, propiedad de la familia Blaquier Arrieta, una de las más ricas del país, apellidos vinculados con la última dictadura en crímenes de lesa humanidad» y la otra «Celulosa Argentina, su directivo es el terrateniente y miembro de la Unión Industrial José Urtubey, conectado con la causa Panamá Papers», describió mientras algunas personas del público acompañaban con silbidos y abucheos los nombres que mencionaba. Con ese tono de denuncia de los oligopolios y siempre aprovechando la incomodidad para agregar humor, lamentó que «han destinado su producción a papel para embalar o para cajas, y no tanto al papel de uso editorial». Como contraoferta, convocó a crear una papelera con participación del Estado, cartoneros y cooperativas.

El discurso de Saccomanno, que se extendió por casi media hora, acompañó el clima de inauguración de esta Feria dado que si bien en las intervenciones previas hubo cierta mística reivindicativa del reencuentro tras el regreso a la presencialidad, por el otro lo más potente es que la Fundación El Libro aprovechó la oportunidad de vidriera pública que supone este hito para dar cuenta de la crisis que el sector viene atravesando hace varios años, de manera más crítica desde la pandemia. Desde ese lugar, el escritor elevó un poco más el tono de reclamos y demandas, y disparó contra todos, como quien se posiciona dispuesto a incomodar, incluso compartiendo sus propias contradicciones y logros, como el haber sido el primer escritor en cobrar por inaugurar la Feria. El prestigio con el que habitualmente se le pagaba a los responsables del discurso inaugural, para Saccomanno, no es excusa para desechar el «trabajo intelectual» de la intervención. «No creo que mencionar el dinero en una celebración comercial sea de mal gusto. ¿Acaso hay un afuera de la cultura de la plusvalía?», cuestionó.

Otras de sus intervenciones críticas fue para la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, mejor dicho, para la lógica de mercado y la decisión de habitar un espacio como La Rural, asociado a esos apellidos que como señaló antes fueron cómplices de la última dictadura cívico militar. «La Feria siempre me generó tensión -explicó el escritor. Y no sólo porque uno se se topa con un injuriante pabellón Martínez de Hoz, que homenajea al esclavista y saqueador de tierras indígenas, antepasado del tristemente célebre economista de la última dictadura. Decir Feria implica comercio. Esta es una Feria de la industria, y no de la cultura aunque la misma se adjudique este rol. En todo caso, es representativa de una manera de entender la cultura como comercio».

También sostuvo que a esta Feria le «queda claro, le importan más los libros que más se venden, que, como es sabido, suelen ser complacientes con la visión quietista del poder. Conviene quizá que lo aclare: la literatura que me interesa, trátese de ensayo, poesía, narrativa, ilumina, perturba, incomoda y subvierte».

Al plantear la compleja situación socioeconómica del país y mencionar el 40 por ciento de pobreza en el país, Saccomanno, incidirá con una reflexión a propósito de lo que implica la lectura: «Corresponde entonces preguntarse si un chico con hambre está en condiciones de realizar esa operación, asimilar conocimiento cuando no ha asimilado alimento».

¿Por qué en La Rural?

«¿Es una paradoja o responde a una lógica del sistema que esta Feria se realice en la Rural, que se le pague un alquiler sideral a la institución que fue instigadora de los golpes militares que asesinaron escritores y destruyeron libros? En lo personal, creo que esta situación simbólica refiere una violencia política encubierta», planteó.

Esa violencia también se cuela en nuestra literatura, que «está signada por la violencia política», dijo refiriéndose al «indio, la mujer y el inmigrante» como víctimas que han «sido y siguen siendo muchas veces escamoteadas». «Toda nuestra literatura, incluso aquella que se define como de evasión, aunque se haga la otaria, también tiene que ver con la violencia política. Es que, me digo, si escribimos no podemos jugarla de inocentes».

Y así como no se juega de inocentes tampoco le interesa «bajar línea». Frente a una audiencia fragmentada en cuanto a aplausos y risas de acuerdo a qué interlocutor disparaba, Saccomanno aseguró que «quienes me han leído saben que, acá, ahora, persisto en sostener una contrariada coherencia».

En este «nervioso desorden enumerativo», como describió sus palabras de apertura, el autor de «El oficinista» volvió al tema de la crisis: «La crisis que afecta a la industria es tanto una realidad como la de quienes, a pesar de las dificultades colectivas y personales de toda índole, persisten en la escritura y creen que, si bien la escritura no puede transformar el mundo, puede hacerlo un poco mejor».

Y como cierre de ese engranaje donde el centro siempre estuvo en escribir, en la industria y en la relación con la realidad, ese terreno plagado de contradicciones y tensiones, Saccomanno poco antes de despedirse dejó rebotando una definición luminosa: «La vida es breve, uno escribe contra la fugacidad. Escribir es el intento muchas veces frustrado de capturar instantes de belleza, registrarlos para que sobrevivan a pesar de la finitud. Se escribe en soledad, pero no ajeno a las contradicciones de lo real, de lo social».

Por Milena Heinrich- Télam