Por Graciana Petrone

Hasta fines de abril se podrá ver en la sala Azul de la Galería de Artes La Tertulia, de 3 de Febrero 464, una serie de obras del pintor nacido en Buenos Aires y radicado en Rosario desde 1973, Carlo Raffo. Se trata de una puesta en donde se ofrece sólo una ínfima parte de la producción del autor, que es extensa. Definido como autodidacta, inició sus pasos en la pintura desde muy chico, en Constitución, su barrio natal porteño en donde, cuenta a Conclusión, dibujaba las calles antiguas y los pasillos porque “en ese tiempo se podían ver las calles desde las ventanas de las casas”.

La exhibición en la galería de barrio Martin en Rosario da cuenta de los vestigios de la casa de su infancia, el espacio ocupado por una máquina de coser, el retazo de un patio con macetas de cemento desbordadas de helechos pintados hasta en su más mínimo detalle y sombras que pululan en espejos que sólo se reflejan a través de su mirada y su pincel, forman parte de una serie inagotable. Raffo la define como “un mundo mágico que está en el recuerdo”.

“Son obras que llevan mucho tiempo porque para poder entrar allí hay que ser muy fino en los detalles, una cosa que está mal hecha ya choca y no te permite entrar. Tienen mucha vinculación con el surrealismo que yo practico, que es figurativo. Pero esta muestra es una parte ínfima de mi obra, que es mucho más vasta. Creo que mi obra todavía no ha sido conocida en Rosario, si bien expuse en la Alianza Francesa, en salones en donde presentaba proyectos y, con suerte, algunas veces entraba”, dice.

Raffo estuvo a cargo de la restauración del patrimonio artístico de Gustavo Cochet, que actualmente conforma el homónimo museo ubicado en la ciudad de Funes. Junto con su esposa, la grabadora Nelly Arias, expuso en Pisa, Italia, sólo por nombrar algunas actividades de su vasta trayectoria.

A fines de mayo próximo tiene prevista una muestra en conjunto con el fotógrafo Rubén Palomo Lescano en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, de San Juan 1080. Allí, Raffo exhibirá una serie de trabajos sobre la Zona Franca de Rosario, hoy desaparecida. Obras que él mismo considera como una especie de “documentación” de algo que ya no existe más.

—¿Se define como un autodidacta?

— Sí, pero he tenido profesores o, mejor dicho, pintores amigos que me orientaron en el arte. Uno de ellos fue el pintor y monocopista Santos Leto, que vivió en Buenos Aires hasta 1967. Él me guió, me dio las bases para el desarrollo de mi arte. Me facilitó muchos elementos fotográficos en fascículos de Arte Rama o de La pinacoteca de los genios y así, mes a mes, me iba dando las pautas de lo que era el arte.

—¿Cuándo y cómo expone por primera vez?

—Fue en 1966, en el Museo Municipal Manuel Belgrano, de Buenos Aires. Me dieron una mención especial por un dibujo. Después seguí exponiendo, lo hice en el Salón Berligeri, en el barrio de Congreso, que era una concesionaria de autos y estaba regenteada por Eduardo Baliari, (reconocido crítico de arte, escritor y periodista, que llevó adelante durante muchos años publicaciones como “Crear”). Estuve también unos meses con Teresio Fara, pero poco tiempo porque no me interesaba el cubismo. Después con Lucrecia Franco que fue alumna del pintor surrealista Juan Batlle Planas (1911-1966). Ella me orientó más hacia lo que a mí me gustaba que era el surrealismo.

—¿Influyó en su pintura esa suerte de explosión que tuvo el surrealismo de Dalí por esos años?

—Así es. Mi primera muestra oficial fue en la Galería Siglo XXI, de la señora Lucrecia Fox en donde expuse una muestra surrealista que gustó mucho. Juan Grela fue a verla, eso me enteré después. Pero siempre me gustó la pintura de Rosario, la paleta del Litoral como la de Julio Vanzo o Ricardo Suspiche, la de Otman. Toda esa gente me fascinaba porque habían hecho una muestra en la galería “Witcomb”, en Buenos Aires. Yo era chico, tendría 16 o 17 años y a la salida de la escuela me gustaba visitar las galerías.

—Terminado el secundario continuó estudios vinculados con el arte…

—Estudié tres años en el Teatro Colón Escenografía, vestuario, perspectiva, Historia del arte, luminotecnia, en fin, con gente muy reconocida. Quise seguir como escenógrafo, pero era un ambiente bastante cerrado. Como me gustaba tanto hacer los bocetos escenográficos llegué a pintar temas del Riachuelo, le llevé la obra a Quinquela Martin, él me dio su mirada y tuvimos charlas sobre su obra. Me dio algunas sugerencias y también me habló sobre cómo le costaba que sus donaciones fueran a parar al municipio.

—¿Cómo fue el camino que lo trajo a Rosario?

—Me invitó un pintor amigo italiano, Nicolás Espósito, que había ganado un premio como pintor extranjero en el Salón Nacional. Me preguntó dónde me gustaría exponer: si en Naciones Unidad o en Rosario. Le dije que prefería Rosario. Entonces me presenta a Santillán, que tenía su galería en calle Mitre, subiendo una escalerita, y allí conozco a quien hoy es mi señora, Nelly Arias, y desde entonces estoy radicado acá.

—¿Cómo se ganaba la vida mientras pintaba?

—Tenía otros trabajos, fui desde conserje de hotel a portero de edificios y durante un tiempo ejercí el oficio de arreglar paraguas.

—¿Cómo es que fue convocado para la restauración de la obra de Gustavo Cohcet?

— Emilio Ghilioni me presenta a la nuera de Gustavo, su hijo. Tenía cualquier cantidad de obras. Se habían ido de vacaciones y habían dejado a una persona para arreglar el techo con brea y empezó a caer sobre los cuadros. Un desastre total. Había hormigas que se comían la tela. Hubo que hacer reintelado. Algunas obras no tenían marco y hubo que hacérselos.

—¿Cuánto tiempo le llevó ese trabajo?

—Desde el 89 hasta 2005. Íbamos una vez al mes y atendía una obra en particular. A veces tenía que armar el bastidor, lo llevaba en ómnibus, y le hacía también el reintelado. Me gustó mucho hacerlo y me ayudó a que mi hija estudiara inglés en Aricana porque de otro modo no hubiera podido.