Por Juan Manuel Martellotto

Tenaz, perseverante, estudioso, creativo, talentoso. Son algunas de las cualidades que portaba Astor Piazzolla, uno de los músicos, compositores y bandoneonistas más importantes no sólo de Argentina sino del mundo.

Le incorporó al tango elementos del jazz y de la música clásica. Y le imprimió su propio estilo al modernizarlo. No es casual que haya llegado a lo que llegó pero no fue fruto de la casualidad sino de su esmero, empeño, sacrificio y por supuesto de su destreza y gran capacidad.

Nació un 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata. Desde muy pequeño aprendió a tocar el bandoneón y se destacaba tanto en el instrumento que en una ocasión Gardel mismo lo invitó a participar de una gira y ante la negativa del permiso de su padre porque era menor de edad, Ástor se enojó mucho.

Lo que no sabía es que de alguna manera su propio padre le había salvado la vida. Es que en esa gira cuando estaban por Colombia, Gardel y sus músicos fallecieron en un accidente de avión.

Participó de las orquestas más importantes de Argentina como la de “pichuco” Troilo del que fue arreglador y fue músico del cantante Francisco Florentino hasta que formó sus propios grupos, entre los que se destacaron el Octeto de Buenos Aires, el Nuevo octeto, y el Quinteto nuevo tango.

Realizó exitosas giras por el mundo y con las diferentes formaciones grabó decenas de discos, de los que surgieron célebres obras musicales como Libertango, Adiós Nonino, Balada para un loco, Oblivion, entre tantas otras.

Es un orgullo para Argentina que en su tierra haya nacido Ástor Piazzolla, embajador de la música nacional en el mundo, cuyo prolífico legado artístico lo pervive eternamente.