Por Mario Luzuriaga

En la madrugada del 16 de septiembre de 1976 en la ciudad de La Plata, un grupo de tareas dirigidos por la policía de la provincia de Buenos Aires secuestró a un grupo de jóvenes de sus casas. Estos chicos venían luchando por la implementación del boleto estudiantil secundario, por eso algunos se comprometieron a defender sus derechos. Sólo por defender sus derechos estos chicos fueron sometidos a torturas y vejaciones de las más crueles.

Hoy más que nunca y para mantener activa la memoria, Conclusión entrevistó al actor Alejo García Pintos, que interpretó a Pablo Díaz en la película «La noche de los lápices» dirigida por Héctor Olivera. La misma fue asesorada por el propio Díaz y los familiares de las víctimas desaparecidas.

noche—¿Cómo fue filmar «La noche de los lápices?

—Fue una experiencia fuerte, primero enterarme que fui elegido par filmar la película y después de ser seleccionado. Fue una emoción muy grande porque era el comienzo de mi carrera como actor profesional y con una cinta que sabíamos que iba a generar un impacto grande en la sociedad. Por suerte eso se confirmó y es una película que quedó en  la memoria de la gente y todavía se sigue proyectando en la tele, universidades y congresos.  Formar parte de eso no solamente es un orgullo, sino también es una confirmación de que participé de un hecho, que si bien inicialmente es un hecho artístico, quedó como un testimonio para las distintas generaciones que aún sigue enterándose más profundamente lo que ocurrió en la última dictadura cívico-militar y eclesiástica.

—¿Tuviste contacto con los familiares de Pablo Díaz a la hora de interpretar al personaje?

—No, yo estuve con Pablo todo el tiempo y estuvo permanentemente en la filmación. Mis compañeros actores estuvieron muy acompañados por los familiares de las víctimas, incluso filmamos en la propia casa de los chicos con pertenencias propias de ellos como ropa y útiles escolares. Fue muy fuerte en todo sentido, además con la presencia de las familias que iban viendo como se iba desarrollando la filmación, aportando datos y textos para poder ser lo más fiel posible a lo que queríamos contar.

—¿Qué sentís cuando la película se pone como material de estudio en las escuelas secundarias?

—Me parece muy bien de alguna manera, pues la película sirve como ejemplo que fue una etapa oscura y difícil de nuestra historia. También están los profesores que elijen no pasarla, lo cual habla de sesgar parte de lo que sucedió y eso a veces duele. Hace muy poco, mientras hacía una gira teatral, una profesora de historia a la salida me decía: «Por tu culpa tengo unos dolores de cabeza…», y yo pensaba qué es lo que le hice y me contaba que le hacía mal pasar la película, a lo que le respondí que no la pase si no está de acuerdo. Osea también tenés de esos, que la sigan proyectando en las escuelas me parece bárbaro, es una manera muy gráfica de contar lo que pasó en nuestro país. Es un testimonio muy cercano de lo que pasó, se aclara al principio de la misma que algunos acontecimientos fueron alterados para poder contarla. Es sabido que entre ellos no eran tan amigos de verse y juntarse como se muestra, y de alguna manera la ficción permite unir las historias.

—¿Fue muy difícil filmar el momento de la liberación de Díaz, como así también las escenas de los tormentos?

—Fue muy duro, toda la parte que tiene que ver con el secuestro de los chicos hacia el final fue difícil y movilizante. De alguna manera estábamos volviendo a la memoria de las familias y de Pablo lo que había sucedido diez años antes. Y el final particularmente fue el último día de rodaje, lo cual significaba para nosotros el fin de un proceso que habíamos transitado juntos durante muchos meses. Fue muy lindo pero siempre con la conciencia de que lo que estábamos haciendo era dejar plasmado en una cinta de 35 milímetros un pedazo de la historia, y que eso va servir para que la gente de ninguna manera pueda saber lo que ocurrió en este país y que ojalá que nunca más lo vuelva a transitar.

—¿Qué pensas cuando vez que el cine nacional sigue mostrando diversas historias ocurridas en ese período?

—Yo creo que con la «Historia oficial» de 1984 se da comienzo un período de reflejar y plasmar en una pantalla nuestra historia reciente. Creo que a partir de ese momento se generó un montón de películas, incluso muy superiores artística y estéticamente a «La noche de los lápices». Lo que siempre rescato de nuestra película en particular, es que no conozco otra película argentina que se proyecte tanto como esta en diversos ámbitos y en distintas partes del mundo. «La noche de los lápices» es la bandera que utilizan muchas organizaciones, no sólo militantes, sino personas y docentes, eso es algo muy llamativo y me llena de orgullo.

—¿Cuál fue la reacción de Madres y Abuelas de plaza de Mayo cuando vieron la película por primera vez?

—Siempre fue de mucho apoyo tanto de Madres como Abuelas, recuerdo perfectamente ver a Hebe (Bonafini) y a Estela (Carlotto) el día del estreno. A Hebe ya la conocía en La Plata de algunos debates semi clandestinos en los últimos años de la dictadura. Sabía que se organizaban y había muy poquita gente y conocí del tema de la desaparición de los chicos más en profundidad. La película llevó a que se hagan espectáculos con esta temática en otros ámbitos, tengo la suerte de ser uno de los actores fundadores del ciclo «Teatro por la identidad», que nació como algo muy chico y que terminó extendiéndose por todo el interior y en otros países. Es un recuerdo hermoso que tengo y ahí mismo tienen mucha participación las Abuelas y generó la recuperación de nietos.

Les dejamos un fragmento de la película dirigida por Héctor Olivera.