Por Florencia Vizzi – 70/30

«Un buen día es cuando no voy por ahí queriendo dispararle a extraños en el rostro para luego dispararme a mí», Tony Johnson.

Un hombre mira en su computadora el video de una mujer, su mujer, que ríe desde el otro lado y le explica, paso a paso, como vivir sin ella.

Así comienza After life, la última apuesta que el creador de The Office ha escrito, actuado y dirigido para la reina de las plataformas de streaming.

La premisa es simple y apunta a algo tan inherentemente humano como es el dolor por una pérdida irreversible y las formas de lidiar con él.

Tony acaba de perder a su esposa, su compañera de vida, a quien amaba profundamente y con quien compartió 25 buenos años. La amargura con la que sobrelleva esa pérdida y lo que desata en él es el nudo central de la serie. Es algo que el protagonista define como un superpoder, que es decir exactamente lo que piensa, sin ningún tipo de filtro o contemplaciones con los otros y actuar a su antojo mientras espera el momento justo para suicidarse.

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«Esto es lo que tienes que saber: la humanidad es una plaga, somos parásitos repugnantes, narcisistas y egoístas y el mundo estaría mucho mejor sin nosotros», explica Tony Johnson, en un momento determinado, a su nueva compañera de trabajo.

La serie consta de 6 contundentes capítulos de media hora, en los que Gervais se permite explorar diversas facetas de la condición humana con una mirada cínica y rayana, por momentos, en la crueldad.

Mientras el protagonista divide sus horas entre el diario en el que trabaja (un pequeño periódico local de distribución gratuita), su perra, que parece ser la única razón por la cual aún permanece en este mundo, las visitas a su padre al geriátrico y el cementerio, se permite un despliegue casi amoral de humor negro, ironías varias, comportamientos patéticos y filosofía barata sobre el fin último de la vida y la razón de estar en este mundo.

After life lo tiene casi todo y, si bien no puede definirse como una serie cómica, está plagada de ese humor oscuro y asfixiante que Gervais sabe hacer tan bien, incluso algunos momentos compartidos con sus compañeros en La Gaceta de Tambury remiten sutilmente a ciertos aspectos de la genial The Office. Pero también tiene momentos en los que la tragedia puede ser abrumadora, sin golpes bajos, pero que generan una empatía tan profunda en el espectador que resulta imposible no ponerse en el lugar de Tony y no sentir que esa es tal vez la única forma de atravesar un duelo.

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Menciones aparte: una es para el elenco que acompaña a Gervais en After life, a pesar de que la serie se centra casi absolutamente en su protagonista, los personajes secundarios son ricos, decadentes e imprescindibles. La otra es para la música: Lou Reed, Cat Steven, David Bowie, Neil Young, Nick Cave, entre otros, componen un soundtrack que es tan importante como el guión y la puesta en escena.

Corta y concisa, en tan sólo tres horas dividas en seis episodios, After life logra que los espectadores se pregunten sobre el propio ser y el deber ser, el sentido de enfrentar una vida que ha perdido sentido y otras nimiedades por el estilo.

Los puntos más altos de la serie están repartidos en el tercer y cuarto capítulo los cuales, probablemente, se llevarán toda la gloria. Luego podría decirse que sobre el final comienza a decaer, justo en el momento en que empiezan las concesiones y la transición hacia un costado algo más amable de la vida. Pero, a pesar de que el último episodio ostenta una progresión que puede resultar como una claudicación excesiva y pierde casi toda su fuerza, el recorrido por toda la serie bien vale la pena.

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