Los incendios forestales provocaron en el mundo un récord de emisiones de dióxido de carbono (CO2) de 1.258,8 megatoneladas en julio y de 1.384,6 megatoneladas en agosto, durante el verano del Hemisferio Norte, según un informe del Servicio de Monitoreo de la Atmósfera europeo Copernicus, unos fuegos agravados por el calentamiento global.

Según consignó la agencia de noticias AFP, Copernicus, que es financiado por la Unión Euroea (UE), afirmó que «en el mes de julio se batió un primer récord de 1.258,8 megatoneladas de CO2 liberadas a la atmósfera por los incendios en el planeta (la mitad procedentes de América del Norte y Siberia)».

En tanto, durante agosto, “se volvió a batir el récord con 1.384,6 megatoneladas”, afirmaron.

Las regiones más afectadas por la temporada de incendios en el Hemisferio Norte va de mayo a octubre con sus picos en julio y agosto fueron la cuenca mediterránea, bajo importantes olas de calor, Siberia y Norteamérica, donde el incendio denominado Dixie, en el estado de California, fue uno de los más graves.

Para el científico Mark Parrington, de Copernicus, es alarmante «el número de incendios, el área quemada, su intensidad y su persistencia».

Además, Parrington añadió que se trata de un fenómeno agravado por condiciones climáticas más secas y cálidas, «a consecuencia del calentamiento global».

Y resaltó: «El cambio climático está creando entornos ideales para los incendios forestales, con fuegos más intensos y que se desarrollan más rápido”.

Por otra parte, indicaron que en el caso de Siberia, el aumento de las temperaturas y la sequedad del suelo están detrás del récord de emisiones de CO2 entre junio y agosto, el doble que en 2020, con un pico registrado el 3 de agosto.

En el Ártico, las llamas provocaron 66 megatoneladas de emisiones de CO2 entre junio y agosto de 2021.

Los científicos del Servicio de Monitoreo de la Atmósfera de Copernicus siguen la evolución de la atmósfera gracias a satélites, y pueden así estimar el impacto de las emisiones en la contaminación del aire.

En este sentido, sus observaciones registraron una columna de humo procedente de los incendios en Siberia y Norteamérica que cruzó el Atlántico y llegó hasta la costa oeste de las islas británicas.