MIéRCOLES, 27 DE NOV

Una vida de lucha tanto arriba como abajo del ring

Lucas Obregón es dueño de una historia muy particular, este púgil rosarino reparte su vida entre su trabajo y el ring. Un camino de superación y perseverancia que no deja de guantear con el destino.

«Imposible» es sólo una palabra que usan los hombres débiles para vivir fácilmente en el mundo que se les dio, sin atreverse a explorar el poder que tienen para cambiarlo. «Imposible» no es un hecho, es una opinión. «Imposible» no es una declaración, es un reto. «Imposible» es potencial. «Imposible» es Temporal, «Imposible» no es nada.  (Muhammad Ali)

Camino pedregoso, solitario y estoico el del boxeador. Sus sueños suelen fundirse con un sinfín de necesidades propias del derrotero que deben transitar. Hijos de las barriadas populares y en muchas oportunidades de la miseria instaurada, entienden que solo a fuerza de puños pueden derribarse las murallas.

Aquellos que alguna vez se animaron a fajarse arriba un ring, podrán tener la dimensión exacta del sacrificio que impone el mismo. Pero ahí van, algunos más amigos del gimnasio que otros, aquellos que sueñan en grande y los que prefieren volar bajo, ya que esto también se trata de metas.

Lucas Obregón se calzó los guantes por primera vez a los 20 años, antes se fajaba sin necesidad de los mismos, “crecí en un barrio bajo, Juan Canals y la vía, toda mi adolescencia me la pasé a las piñas”, de esta manera iniciaría su charla con Conclusión, quién transita sus días despostando y boxeando.

“De pibe frecuentaba recitales punk de todo tipo, cuando no armábamos bardo, teníamos que defendernos del que armaban otros”, “Asco y Pena”, “Unos negros de mierda”, son sólo algunos de los grupos que seguía quién hasta ese entonces era un boxeador callejero. “También supe agarrar la guitarra y la batería en un grupo que se llamaba “Pozo infeccioso”, el punk supo estar muy presente en mi vida”, indicó Obregón.

Las palabras de un vecino le cambiarían el destino de sus días, “un vecino me dice un día, porque en lugar de cagarte a piñas todos los días no te vas a practicar boxeo. Y así fue como me inicié en esto, fue allá por el 2004 en el gimnasio de Luciano Ploner, Alem y Pellegrini”.

 

 

 

 

 

 

Lucas recuerda a los pocos meses de entrenar, el gran Hugo Bidyerán, quién fuese campeón sudamericano, ya lo quería hacer fajar en amateur. “Arranqué en marzo, y en junio ya me estaba apurando para boxear. Quemé procesos, no es lo aconsejable, pero lo disfruté mucho. En los primeros guanteos me cagaron a palos, la primera pelea la empaté y encima me pagaron, no lo podía creer. Fue el 10 de junio del 2005. ”

La segunda batalla lo encuentra como ganador por Knock Out en Villa Gobernador Gálvez, lo que fue sin dudas un envión notable para consolidar el sendero a transitar.

Pero claro, este sistema nos exige desdoblarnos para poder sostenernos, y Lucas Obregón también puso el cuerpo abajo del ring. “En mi vida hice de todo, hasta antes de los 20 años, era calle y punk rock, pero después puedo decir que no le escapé al yugo para poder sobrevivir. Trabajé en la construcción, zanjeo para cableado telefónico, reparto de lácteos, reposición en supermercados, lavadero industrial, hasta que la conducción de AEC me abrió sus puertas”.

Hoy Obregón divide su vida entre la carnicería de la Proveeduría de Empleados de Comercio y el gimnasio del mismo sindicato. Si bien supo mamar el oficio por su viejo, Dante Álvarez lo terminó de instruir, dice que le encanta despostar, pero no es muy amigo de los cortes pequeños.

“Estoy muy agradecido por la posibilidad y contención que me han brindado, es una satisfacción muy grande repartir mi vida entre esta actividad y el boxeo. Salgo a las 16 hs de la carnicería y enseguida me meto en el gimnasio hasta las 18, de ahí me voy pedaleando hasta zona sur. El boxeo es una forma de vida, no volví a pelearme en la calle, por suerte me ha cambiado el temperamento”, cuenta un hombre al cual se le encienden los ojos al hablar de su familia, del profe Botta y de su trabajo.

 

 

 

 

 

 

Con 64 peleas como amateur y 27 como profesional, conserva la alegría e ilusión de seguir batallando arriba del ring. Si bien no hay confirmación alguna, marzo podría ser el mes que encuentre a Lucas Obregón nuevamente midiéndose en el cuadrilátero.

Consultado sobre que pelea recuerda como un gran espectáculo, no duda un instante, “fue con el recientemente fallecido Damián Albornoz, el venía de salir campeón amateur y pude vencerlo por puntos en el Club Ciclón. Y otra que quiero mencionar es la que hice con Miguel Barrionuevo, hoy campeón Welter y con proyección mundialista, él me ganó en fallo dividido en una gran pelea”.

Si bien tiene que hacer un poco de memoria, recuerda las manos pesadas de David Acosta y de Leonardo González, un entrerriano que estaba quinto en el ranking, mientras que el tenía sólo 5 peleas en su espalda.

En su camino se han atravesado muchas personas, pero destaca a uno por sobre el resto, “sin dudas el profe actual Marcelo Botta, un gran profesional y ser humano. Supo encontrarme algunos secretos, ha sido muy contenedor, y sin dudas fue quién me hizo recobrar el amor por este deporte que en su momento creí haber perdido”, enfatizó.

 

 

 

 

 

 

Para concluir, recuerda una jugosa anécdota con su primer entrenador, Hugo Bidyerán. “Estábamos volviendo de una pelea en Colón, provincia de Buenos Aires, y Hugo venía manejando. Lo cierto es que se quedaba dormido, y yo a cada rato tenía que pegarle un grito porque el auto cambiaba de carril de manera permanente.  Resulta que en un momento también me duermo y al mirar hacia los costados solo veo lápidas y tumbas. El viejo se había metido con el auto al cementerio, si bien hoy me causa mucha risa, debo admitir que en ese entonces me asustó mucho”.

La historia de Lucas Obregón es sólo una de las tantas que abrazan a los boxeadores de nuestro país. Plagada de sacrificio y voluntad, no escatima en seguir dando pasos firmes y valientes. Si bien aquel pibe de barrio fanático del punk hoy ya tiene 34 años, sus sueños siguen siendo los mismos, ganarse el respeto y el cariño de aquellos que comparten los días junto a el.

 

 

 

 

 

 

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