Por Fabrizio Turturici

Su nombre no rebosa de popularidad en el fútbol rosarino. Acaso, en menor medida, por compartir apellido con su hermano Claudio, un distinguido jugador de Rosario Central en la época de los ochenta. Pero ésa es una historia aparte.

José Rubén Scalise es, fue y será, para el fútbol argentino, un pedazo importante de los laureles que adornan su historia. Nacido en Rosario y criado en la zona del Parque Independencia, José comenzó a dar en la calle sus primeros pasos con la pelota. Y así siguió, hasta desembarcar en el mejor Huracán de todos los tiempos. Aquél dirigido por César Luis Menotti y protagonizado por estrellas como Houseman, Babington y otros; que se convirtió en mitología pura en los albores de la década del setenta.

El ex delantero del Globo añora ese cuadro que grabó a fuego el fútbol nacional, inmortalizado por su toque distintivo, buen juego ofensivo y eficaz presión para recuperar la pelota. “Al ser todos jugadores de buen pie, se jugaba de la misma manera en cualquier cancha. Huracán siempre salía a atacar y presionar”. Una especie de prematuro prototipo de lo que actualmente lleva a cabo el Barcelona de Lionel Messi.

Sin pensarlo más, recita de memoria la formación de Huracán que pasó a la eternidad en 1973: “Roganti; Chabay, Buglione, Basile y Carrascosa; Brindisi, Russo y Babington, Houseman, Avalay y Larrosa”. Lo expresa con un cantito nostálgico, como si ya no se hubiera vuelto a jugar a semejantes niveles de calidad y lujo.

Scalise se fue de Rosario a los 14 y allí empezó a motorizar sus sueños de grandeza. Tres años después, Menotti lo haría debutar en Primera. Con la felicidad de quien llegó pero con la acritud de haber atravesado las inclemencias del camino, cuenta que “es difícil para un pibe de esa edad despegarse de su ciudad y de su familia. Yo estuve muchos años en el club y le debo todo porque fue el que me abrió las puertas. Pero en ese tiempo no era como ahora, que los chicos se van afuera y tienen todo. Yo me fui tipo mochilero, porque no sabía ni dónde ir, ni dónde parar. La comida era escasa y mis padres no tenían para mandarme cosas. La pasé mal, pero nunca bajé los brazos porque tenía en claro cuál era mi objetivo. Había que aguantársela, había que aguantársela…”, repite entre el desconsuelo y la satisfacción.

Debuta “en el 71. Para colmo, en un clásico frente a San Lorenzo, en cancha de ellos. Salió 0 a 0. Al menos cumplí con las pretensiones del técnico. Jugaba de delantero y mi característica siempre fue la habilidad; me decían El Pulpo”.

Dos años después, Scalise interpreta el momento más glorioso y rememorado de la historia de Huracán: la consagración del Metropolitano 73. “Salimos campeones de la mano de Menotti y con ese tan recordado equipo, que tenía seis jugadores en la selección nacional. Adelante jugaban Houseman, Avallay, Babington y Larrosa; todos monstruos. Atrás estaban Basile, Carrascosa. Russo y Brindisi en el medio. Un equipazo. El mejor equipo de Argentina, mucho más que Boca y River”.

Al ser consultado sobre sus características de juego, José se distancia de la pedantería y, con la humildad que lo caracteriza, explica que “siempre miraba a Houseman para aprender”, pero que lejos estuvo de “pisarle los talones” a esa olvidada estrella que pudo haber tocado el cielo. “Pese a que éramos de la misma edad, yo lo admiraba a él. Era imposible agarrarlo porque no tenía perfil, te podía encarar por cualquier lado. Lástima que no tuvo sustento ni apoyo, porque podía haber sido mucho más. No se dedicaba plenamente a esto, por ahí no entrenaba. De todas maneras, eso no se notaba dentro de la cancha, ya que sacaba una diferencia terrible”.

Bajo el mando y la voz de César Luis Menotti, Scalise se anuncia “agradecido porque fue el que le abrió el camino”. Además, confiesa que “El Flaco fue un padre para mí, futbolísticamente, aunque también me inculcó valores. Era un técnico que te motivaba y te daba libertades para jugar. También hay que decir que como yo era el más chico del plantel, todos me apoyaban: Carrascosa me instruía permanentemente”.

Por ende, se entiende que el clima del equipo era cálido y confortable. A pesar de haber muchas estrellas, no se respiraba un tufillo de orgullos y prejuicios: “Detrás de un gran equipo, siempre hay un gran plantel. Y cuando se gana, más todavía”.

Al recordar el fútbol desplegado en los años setenta, José entiende que “se jugaba más y se corría menos. Antes había jugadores técnicamente dotados, pero no se corría tanto. Ahora son más atletas, hay algunos que están sólo por la parte física y en aquella época no podrían haber jugado”.

Además —y hace fuerte hincapié en esto— “no se hacían contratos como los de ahora. Siendo un jugador de mitad para arriba, podías cambiar la casa o el auto; pero hasta ahí nomás”.

Desde lo personal, el viejo y habilidoso delantero admite que no quedó nada pendiente en su carrera, eludiendo con audaz gambeta y la misma destreza que lo caracterizaba dentro del campo la pregunta del periodista sobre si le hubiese gustado jugar en Rosario Central, club del que era hincha de chiquito. “En todos los equipos que jugué, dejé algo. Instituto de Córdoba, la Liga de Ecuador (donde fui goleador y mejor jugador extranjero), Once Caldas de Colombia, Racing Club, entre otros. Lo único que me faltó es llegar a la selección mayor, pero prácticamente no dejé nada por hacer. Quizás me hubiese gustado jugar acá, en Central, pero no se dio”, indicó al fin.

En forma de epílogo, José Rubén Scalise se despide con unas palabras sinceras y nostálgicas a su verdadero amor, fogoneado por una carrera que lo erigió en estatua para los hinchas quemeros, y cuyo bronce, lejos de desgastarse con el paso de los años, brilla con mayor pulcritud. “El fútbol es lo que a mí me gusta, la pasión que tenía de chiquito, de ser jugador. Se me dio todo, así que estoy agradecido”, completó.