Por Paulo Viglierchio

Rosario Central es el nuevo campeón del fútbol argentino. Coronó un 2023 inolvidable, de la mano de un Miguel Ángel Russo que, como cada vez que el club lo necesitó, vino a poner la cara en un momento duro, con un equipo que se había armado para engrosar el promedio, y que poco a poco no solo se fue olvidando de esa meta, sino que se animó a mirar objetivos más tentadores, primero con la posiblidad de asegurarse un boleto en copas internacionales, y luego permitiéndose soñar incluso con más, vaya que lo logró.

El partido final contra Platense representó el escenario típico de una final. Dos conjuntos con nada que perder, poniendo lo mejor que tenían a mano para dar una batalla digna, y cumplieron. Se entregaron hasta el último minuto, brindando un espectáculo poco vistoso, pero emocionante por la entrega de ambos, en un contexto donde faltó fútbol pero sobró corazón y entrega. Quien esperaba otro desarrollo para este tipo de evento estaba muy equivocado, en esta clase de momentos inciden otros factores que van más allá de lo técnico.

En el primer tiempo, a Central le costó hacer pie en el comienzo. El Calamar le manejó la pelota y, con la intención de volcar los avances de forma vertical, complicó con remates de media distancia que hicieron estirar a Broun. Había muchos nervios, los hombres de ataque no aparecían, y con ellos apagados, el Canalla carecía de volumen. Si bien  la mayoría fueron disparos aislados, el medio campo otorgaba ventajas y el lugar para cualquier descuido era nulo, había que tener la mayor concentración, la que ofrereció como siempre la parte defensiva, con un Facundo Mallo y Carlos Quintana que se erigieron en auténticos guerreros y sacaron todo, como en cada presentación a lo largo del año. Pilares.

Promediando la etapa inicial, de a poco el elenco de Russo comenzó a amigarse con el balón y al menos empezar a alejarse del arco de Fatu, aunque sin profundidad. Pero el conjunto auriazul tiene jerarquía en el plantel de la que carece su rival. Bastó una inspiración de Lovera, que se inventó un jugadón individual a pura guapeza, cambió el ritmo, metió un caño hermoso y finalizó la jugada arrojándose de zurda cuando salían a cerrarlo para vencer la resistencia de Macagno y hacer delirar al Madre de Ciudades de Santiago del Estero. Gol clave en el momento justo. Tranquilidad para irse al descanso con cierto alivio, sabiendo que quedaba seguir luchando.

En el complemento, el Canalla tuvo una mejor cara, se adueñó del protagonismo, creció la participación de Jaminton Campaz e Ignacio Malcorra, y tuvo la intención de acercarse cada vez más a la valla adversaria para empezar a definir la historia. Pudo ser una del Bicho que pegó en el trevasesaño, tras una buena conexión con Lovera. También hubo otros avances de contra que encontraron resoluciones fallidas en los metros finales, de ahí que el contricante, limitado pero muy voluntarioso, siguiera con vida.

Pasado el temporal, nuevamente Platense, con sus armas, volvió a tener la posesión e intentar llevar peligro. El ingresado Zalazar fue difícil de contener con su desborde y velocidad, Agustín Sández lo tuvo a raya, pero igual faltó marca en la zona medular. Aun así, también con Juan Cruz Komar en el campo, Central aguantó como pudo, sabiendo del cansancio producto del desgaste y el intenso calor que azotó a la provincia vecina, con 35 grados a las 22 horas. Cada uno se brindó al máximo para ponerse el overol, pelear y sufrir, para agregarle más condimentos.

Cuando el partido más largo se le hizo, por no liquidarlo, apareció la gran figura que tuvo a lo largo de la Copa de la Liga. Fatura Broun demostró porque fue el mejor jugador en estas instancias, se lució con dos voladas espectaculares para tapar intentos de Zalazar y otro cabezazo a quemarropa que tenía destino de red. Inmenso lo del arquero, que se dio el lujo de demostar su nivel más alto cuando sus compañeroa más lo necesitaron, fundamental en cada fase. Además, también hubo una pizca de suerte (la del campeón) con una media vuelta de Servetto que pasó besando el palo izquierdo.

Cortando clavos hasta la culminación, pero con un esfuerzo encomiable por parte de todos, llegó el ansiado pitazo final por parte de un Nicolás Ramírez de buen arbitraje, y el festejo y desahogo se fundió en un grito estremecedor, el de un club que nunca la tuvo ni la tendrá fácil, pero sabe que cuenta con una hinchada fiel, que siempre lo acompañó y nunca lo dejó a gamba, esa gente que recorrió miles de kilómetros por las rutas del país, demostrando una fidelidad admirable, más allá de los resultados. El pueblo canalla se merecía una gran alegría, estos hombres se la brindaron.

Los merecimientos quedan cortos. Pero si se habla de alguien que también se lo debía, era Miguel Ángel Russo. El entrenador le agregó la frutilla que le faltaba al postre en su camino personal por Arroyito. Sin ser de la casa, se erigió en una personalidad muy querida en la institución, brindándose a ayudar y dar una mano como si fuera un hijo de la institución. Él, que sin pedir nada a cambio nunca, construyó una base sólida primero y le dio sustento después. La página final del libro tenía que ser con este cierre. Por la gente, por la historia, por Miguel, por estos leones, salud Canalla!