Por Paulo Viglierchio

Recuperarse para volver a encaminarse, ese era el objetivo de Rosario Central en su casa esta noche. Tenía que dar una respuesta anímica a los últimos nubarrones padecidos, era fundamental demostrar el alma de un equipo que supo acariciar la gloria hace muy poco, pero al que las dudas lo habían vuelto a asaltar. Necesitaba el calor del pueblo canalla para reencontrarse y cambiar la perspectiva. Vaya que lo consiguió, una vez más, como tantas en 2023.

Con el 4-2-3-1 que tantos buenos dividendos le dio en Arroyito el año pasado, este 2024 ese esquema volvió al equipo de Miguel Ángel Russo totalmente descompensado en el medio, ya que ninguno de los creadores de juego retrocede con su marca y los volantes de contención deben recorrer varios metros para tapar huecos, dejando una zona de libre tránsito en la mitad, muy expuesta, algo que podía ser muy peligroso con este Instituto vertical, de fútbol directo y con contraataques veloces.

Como único dato «positivo» de la primera mitad, el Canalla volvió a llegar al arco tras dos compromisos, ya que dispuso de un zurdazo de Ignacio Malcorra que devolvió el palo. Fuera de ello, faltó todo. La Gloria maniató la salida por los costados, obligando al local a asociar por el centro, algo que nunca consiguió, porque Jaminton Campaz no se impuso en ningún mano a mano (su principal virtud), Maxi Lovera  alternó buenas y malas y Nacho Malcorra estuvo desaparecido, desconectado, impreciso y falto de dinámica.

Así, los caminos para Central resultaron vallados. Abel Hernández bajó pelotas, pero demasiado aislado y jamás fue abastecido con claridad. Claro está, con tan pobre nivel de elaboración, ni el mejor delantero del mundo puede arreglárselas. En el aspecto defensivo, estuvo la solidez de siempre en la zaga central y Jorge Broun, pero el conjunto cordobés encontraba facilidades por afuera y también cuando superaba la línea de mediocampistas.

Con mejores movimientos con balón, los dirigidos por Dabove dispusieron de la ocasión más clara en la etapa inicial, a partir de un buen zurdazo de Jonathan Bay que encontró una respuesta espectacular de Broun, quien con una volada sostuvo el cero en su arco. El empate queda bien igual, porque tampoco fue una superioridad notoria de los de La Docta. Por el lado auriazul, había mucho para charlar y retocar en el entretiempo.

En el complemento, el trámite se le facilitó a Central con un golazo de Tomás O’Connor, que tras una pared con Campaz se metió en el área a pura gambeta y ajustició a Roffo de derecha arrojándose al suelo. Alivio en un momento clave, ahora había que manejar la diferencia con inteligencia, trabajar el partido, sin replegarse demasiado, sino imponiendo condiciones.

El Canalla así lo entendió y estuvo tranquilo un buen tiempo, con un Instituto que iba pero con una imagen distinta, afectado por el tanto en contra. Sin embargo, la expulsión por doble amarilla de Carlos Quintana alteró los planes y obligo a aferrarse al 1 a 0 a como de lugar, sabiendo que aún quedaban varios minutos. Recurrir el viejo libreto del overol, arremangarse y luchar hasta el final, la opción a mano.

Los ingresos de jugadores como Franco Ibarra y Alan Rodríguez fueron en consecuencia con esa idea. Central defendió con uñas y dientes, despejando cuanto envío cayera en el área. Hubo una acción clave que pudo haber arruinado todo el esfuerzo, a partir de un cabezazo de Silvio Romero en soledad en el área chica, pero el testazo del Chino se fue besando el palo izquierdo de Fatura, lo que pareció ser la sentencia definitiva, a modo de mensaje de como iba a terminar la historia.

Sufriendo, pero con mucha garra, los de Russo pudieron quedarse con un triunfo trabajado, pero muy meritorio. Todavía tiene chanches en esta Copa de la Liga, que lo encuentra como campeón defensor. Ganar era clave para superar el desánimo de las flojas presentaciones como visitante. En el Gigante es otra historia, queda siempre demostrado, por algo el invicto de 32 partidos.