Por Enrique Genovar

Los canallas se habían encariñado. Y cuando existe ese sentimiento, un portazo o una ruptura inesperada genera un golpe mucho más fuerte. Ese es el verdadero hincha, el que tiene derecho de enojarse, de ponerse triste y de malhumor. Después, como casi siempre, hay excepciones y están los otros que pintaron y le prendieron fuego el ingreso a una escuela, pero la palabra hincha le queda muy grande.

Algunos se enteraron el mismo jueves por la noche, especialmente por las redes sociales, otros el viernes. Pero más allá del cuándo, la noticia cayó mal. Es que el “25” se había metido en el corazón de los canallas. Y, ¿cuándo empezó el cariño? Casi desde el comienzo. Pero hubo un hecho: cuando se fracturó buscando una pelota en campo rival cuando recién empezaba el partido contra los colombianos.  Esa lesión fue el detonante de esa identificación, la misma que ahora llena de vacío a los hinchas.

Pero siempre son los hinchas. Son los únicos que tienen derecho a enojarse con el que se fue de manera impensada. Son los que muerden bronca en las malas y son ellos los que más festejan en las buenas.

También son siempre los hinchas los que cometen un error tremendo. Porque al ser pasionales “endiosan” en demasía a los jugadores y ahí está el problema. Es que ese lugar solamente debe estar reservado para unos pocos, los que solamente tuvieron la capacidad de hacer recíproco ese cariño. Ese lugar es para pocos, porque hay algo que ocupa un espacio muy grande y que está por encima de todos: la camiseta. Y es a ella a la que los hinchas sí le deben dar todo el cariño del mundo.

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