Por Pablo Martínez

Ya no es sorpresa, es trabajo, es convicción y con una idea colectiva, donde el laburo en grupo es lo único. Las estrellas aportan lo mejor, como Scola que a sus 39 años, con humildad y las mismas ganas que el más joven de todo el plantel, anhelan el éxito deportivo.

No fue magia, fue un sueño que comenzó hace dos meses atrás, antes de los Panamericanos, con el Oveja Hernández al frente de una misión que parecía imposible. El sacrificio y el entrenamiento de las estrategias, lograron que este equipo argentino se meta en la historia del deporte.

Campazzo, Laprovittola, Vildoza, Brussino, Deck, Fjellerup, Garino, Caffaro, Scola, Delía y Gallizzi, dieron un paso más hacia la gloria; el domingo a la mañana, España será el rival de turno y todas las miradas estarán puestas en China, como pasa siempre cuando la Albiceleste está por ganar un título, típico exitismo de la argentinidad.

Lo mejor de este mundial es la forma con la que Argentina gana y emociona. Haber dejado a Serbia y Francia en el camino, con tanta claridad, sin discusión y con una contundencia abrumadora, es el producto de una concentración admirable, una defensa sólida y el buen juego.

No siempre para ser protagonista en el mundo del básquet, hay que pertenecer al selecto círculo de la NBA, el elenco argentino tiene la mayoría de sus jugadores en España, justamente el rival de la final. Y con Scola, que increíblemente no tiene equipo y que con el correr de los partidos, se ha convertido en la figura de la Celeste y Blanca.

Argentina se impone por el nivel competitivo, por el fuego sagrado de todo un equipo, que se enciende cuando la naranja empieza a picar.

La Generación Dorada dejó un legado, que los ahora no tan pibes, revalidan como nunca. Sin estridencias, con aplomo y mucho amor propio, el básquet nacional, marca un camino para todo el deporte argentino.