Por Paulo Viglierchio

Rosario Central está en caída libre. Desde mitad de año viene haciendo todo para estar cada vez peor. Es su propio enemigo, se pega tiros en los pies a cada rato. No hay respuestas de ningún tipo, el barco empieza a hundirse y nada hace pensar que la situación pueda mejorar en el corto plazo. Y todo esto a la víspera de un partido que, nuevamente como tantos años, volverá a ser el único objetivo del semestre. Mediocridad absoluta.

El Canalla se acostumbró a poner la otra mejilla en cada excursión que sale de Arroyito, ya ni siquiera rescata al menos un punto. Da igual el adversario, esté en la parte alta o baja de la tabla, el elenco auriazul le va a ofrecer todas las comodidades para que pueda tener una jornada apacible, sin dificultades. El urgido Gimnasia también se aprovechó de las ofertas disponibles y sacó un poco la cabeza del fango.

Ni siquiera el hecho de haber empezado ganando, por esas casualidades del encuentro y en la única llegada en la primera mitad, le dio a Central la tranquilidad para manejar el trámite con templanza. Carece de jugadores que puedan hacer descansar la pelota y manejar los tiempos, mostrar el camino, lograr que sus compañeros se refugien en él para guardarla, sin que queme los pies.

El párrafo anterior resume lo que fue el equipo de Russo con el balón, que no le duró nada cuando lo tuvo, mucho pedir tres pases seguidos. Lo que quiso inventar el entrenador con Agustín Toledo y Alan Rodríguez (¿cuándo fue la última vez que tuvo una buena actuación?) por el medio fue más un problema que una solución. Nuevamente el mediocampo siendo el principal talón de aquiles, Gimnasia manejó como quizo esa zona y por allí decidió profundizar, buscando preferentemente por el sector de Damián Martínez, que le costó arreglárselas con el talentoso Benjamín Domínguez. Todo esto hizo que el empate de Tarragona fuera lo más justo para el marcador. ¿Arriba? Poco y nada, solo los arranques de Jaminton Campaz.

En el complemento, de entrada el penal que le otorgó la ventaja al Lobo lo llevó a manejarse por el terreno más cómodo, sabiendo que muy difícilmente cambiara la historia. Volvió a la cancha Maximiliano Lovera por el lesionado Giaccone (otro más, el preparador físico debe dar alguna explciación) y con su juego demostró que, si está bien, debe ser titular. Fue para adelante y complicó con un par de remates. Junto con Campaz (se soltó mucho más y estuvo incontenible) fueron lo único rescatable de Central.

Nuevamente el aspecto de los cambios dejó que desear. El Canalla terminó, como tantas veces, con un solo delantero como referencia, jamáz se rompió el doble cinco ni se buscó alguna apuesta más ofensiva, jugada. Todo respetando lo establecido, como si eso fuera muestra de una soldiez envidiable, todo lo contrario. Russo elige morir con la suya, y eso lo está empezando a complicar, porque sus decisiones inciden en la forma de pararse tácticamente y el mensaje que se transmite al contrincante, una postura de inferioridad. La tozudez cuesta cara.

Central estuvo en partido hasta el final porque empujó con Campaz y Lovera, pero nada modificó un desenlace que estaba escrito desde que Tarragona cambió por gol su remate desde los doce pasos. Porque este equipo se acostumbró a perder de visitante, al margen de los nombres, los esquemas, las ideas. Una imagen repetida que se hizo costumbre, y que incluso viene de antes de este ciclo (los números con Tevez, Somoza y el Kily González eran similares).

El Canalla ya ni siquiera conserva un lugar entre los representantes que clasifican a la Copa Sudamericana, perdió un boletó que le costó conseguir pero que había alcanzado merecidamente en el primer semestre. Buscar las responsabilidades afuera sería un grave error, la falencia es interna, y cuando ello sucede es responsabilidad de la propia institución revertir el presente. No hay peor ciego que el que no quiere ver. O se endereza el barco a tiempo o esto será un cúmulo de sinsabores. Así como está todo hoy, no va.