El primer gesto fue de incredulidad. El zurdazo de todos ellos, españoles y brasileños, se fue ancho y un mundo de sensaciones invadió el pecho de todos nosotros. Una vez más, el deporte nos unió y nos arrojó una enseñanza que no se compara con lo que se exhiba en la vitrina.

¿Por qué costó tanto? Porque hay que trabajar, transpirar, frustrarse y resurgir para sentir lo que hoy estamos sintiendo: más allá de la alegría por la medalla, el placer de vernos representados como argentinos. Porque esa es nuestra esencia. Muchas veces, todo nos cuesta el doble, y seguimos intentado; mejor y más fuerte. Hasta que un día como hoy, todo encuentra sentido. La bandera argentina se izará porque uno de los nuestros, Juan Martín Del Potro, dejó la piel en lo suyo. Como lo haríamos nosotros si estuviésemos en su lugar, y como lo hacemos diariamente en lo nuestro.

Ya partió el saque destructor de Nadal y ahora sólo 6 segundos nos separan del grito triunfal. Desperdició varias chances, pero todavía está vivo. Todavía estamos vivos. Después de dos devoluciones incómodas, llegó el bombazo del español que, gracias a vaya uno a saber quién, se terminó escapando de la cancha.

Es una victoria trascendental, pero es algo más que un triunfo. Es la enseñanza que nos dejó este guerrero que se puso de pie ante el mejor Novak Djokovic, y que desde ese momento no paró de martillar con su derecha. Dejó atrás un pasado oscuro, repleto de lesiones e impedimentos por culpa de esa maldita muñeca. Volvió a ser el que era, haciendo lo que mejor le sale, pero demostrando que la confianza en uno mismo lo es todo.

Callado, poco expresivo y hasta se arriesgaría a decir tímido en algunos casos, explotó de alegría al final y lo demostró con una sonrisa enorme y espontánea, que difícilmente se le haya conocido antes. Se dejó caer, extenuado y feliz. Todo salió bien.

La perseverancia y la fe son los factores excluyentes del éxito. Lo demostró Paula Pareto más temprano en este juego olímpico. Que los más chicos vean y aprendan cómo los más grandes son derrotados y luchan para levantarse, ese es el verdadero triunfo.

Queremos la medalla. Pero más allá de esa circunstancia, de tal deseo, la Torre de Tandil ha demostrado y nos ha regalado cosas mucho más valiosas para el deporte y para la vida. Salud, Delpo.

 

¡Gigante! En un partido emocionante, Del Potro venció a Nadal y es finalista