Por Enrique Genovar

Parece que describir los hechos tal cual ocurrieron es un pecado. En estos días hablar sobre lo que sucedió en los estadios de Rosario se ha convertido en un tema escabroso. Encima, desde Buenos Aires apuntan con el dedo y se corren de lo que sucede en su jurisdicción.

En el caso de Central la cosa está clara, o mejor dicho debe estar claro. En el festejo por haberle ganado el Clásico a Newell’s hubo cuestiones que fueron puramente folclóricas y algunas que son sancionables. Y es precisamente allí donde los encargados de aplicar el Reglamento de Transgresiones y Penas deben hacer hincapié y ajustarse a lo que reza el articulado del mismo para aplicarlo de acuerdo a los informes recibidos.

Comparar lo que sucedió en el Clásico con lo que pasó en el Gigante es absurdo. Por un lado hubo una agresión y un partido que no terminó producto de la misma; donde un espectador arrojó un proyectil y puso en jaque la mayor fiesta de la ciudad en sus próximas ediciones y encima, privará al resto que se portó acorde a ir a ver a su equipo. Y por el otro un festejo que se extralimitó en algunas cuestiones (de acuerdo a las normas).

No es tan difícil la diferenciación. No cuesta nada separar los hechos y describir tal cual se desarrollaron. No hay que ser hipócrita. No hay que dejarse llevar sobre lo que opinen a distancia (a una de más de 300 kilómetros). Las leyes están para cumplirse, las normas o su gran mayoría son claras, el problema no es describir los hechos, el mayor problema es la hipocresía a la hora de hacerlo y de comparar lo que no tiene comparación.