Por Santiago Fraga

La salida de Maxi Rodríguez al hincha rojinegro le duele en lo más hondo. Las partidas de Diego Osella, Ignacio Scocco y Mauro Formica anticipaban lo que podía ser un desenlace que, aún así, sorprendió e impactó absolutamente a todos.

El ‘11’ rojinegro y uno de los máximos ídolos de la era moderna deja Newell’s con rumbo incierto. La decisión se podía revertir, pero ya es demasiado tarde. No obstante, y pese a que Maxi en su caballerosidad no quiso declarar para no generar polémica, ahora lo importante es determinar las causas que llevaron a tomar la drástica determinación, una decisión que claramente no quería tomar.

Y es que también la cuestión es esa: se podía revertir. Quizás se podía haber revertido si el presidente de la institución se hubiera presentado a las reuniones anteriores y no solamente a la de despedida. Se hubiera podido haber evitado mucho antes si no se hubieran pasado por los papelones que durante todo el año empañaron el desempeño de Newell’s dentro de la cancha. Él se quiso quedar en el club, y no lo dejaron.

“Quiero dedicarme a jugar al fútbol”, dijo Maxi. También, dentro de la conferencia, confesó que lo agotaron las constantes preguntas sobre los problemas que había en el club, como el pago atrasado a los empleados o la situación en Malvinas. El ídolo quiere jugar, y el dirigente no lo deja.

Tanto Newell’s como Central, los dos clubes más grandes de Rosario y de los más grandes del país, saben lo que es haber sufrido dirigencias que llevaron a las instituciones al borde del colapso.

La salida de Maxi es un cóctel que no se mezcló solo. En junio de 2016, los hinchas consiguieron que se realicen elecciones para sacar a una comisión directiva que estaba llevando a Newell’s a un profundo pozo. El vencedor fue Eduardo Bermúdez, y desde allí todo fue aún más en picada.

Desde los inconvenientes con las barrabravas que generaron el temor en los hinchas y reiterados episodios de violencia, el pago atrasado a los empleados del club que llevó a que en tres ocasiones se realice un paro total, la tardía asunción de Martín Mackey en su puesto de trabajo, los conflictos que llevaron a que los propios jugadores paren y no realicen entrenamientos, las faltas de respeto que sufrió Diego Osella que derivaron en su salida, hasta todas las impresentables irregularidades de este mercado de pases que involucran las negociaciones por Mauricio Sperduti y Giovanni Zarfino y la aparición del polémico Carlos Granero (conocido por lo que hizo en Talleres, club que llegó a disputar el Torneo Argentino A) en un sector importante de toma de decisiones.

Todos esos son ingredientes que llevan a un club a las peores situaciones. Sobradas muestras hay de ello, y de que estas son las formas en las que se destruye una institución. Desojándola poco  a poco, derrumbando los estandartes más potentes, jugando con el amor del hincha, con el bolsillo de quien vive del club.

La reciente decisión de los ídolos, los constantes atropellos y las equivocadas decisiones que se han tomado dirigencialmente en Newell’s en este último año llevan a que sea obligatorio un cambio de timón. Los que manejan los hilos del club tienen que hacer autocrítica más que nunca, y ahí deberán tomar una elección: o modificar absolutamente toda su forma de conducción y de trato para con los empleados del club (incluídos jugadores), o dar un paso al costado. En todos los clubes del fútbol argentino quienes más peso tienen son pura y exclusivamente los socios, y los dirigentes nunca deben olvidarse de ello. Hoy, el socio, el hincha, fue herido profundamente, y el llanto de Maxi en la conferencia de prensa de despedida es el mismo que el de todos los que viven con pasión el fútbol.