Por José Odisio

La violencia no para. Y lo peor es que no hay indicios de que el final esté cerca. Ahora le tocó a Claudio Martínez, secretario del club. Fue un claro mensaje intimidante. Una ráfaga de balas en la puerta del edificio donde vive dejó el sello mafioso de los barras que amenazan con no parar. No hubo heridos físicamente, pero el miedo dejó secuelas en los directivos y los hinchas salieron lastimados: no podrán ir al partido de Copa Argentina ante Morón.

«Hay que terminar con estas lacras», se escucha decir a funcionarios, dirigentes, socios e hinchas. Y a veces el discurso es tan contundente que parece creíble. Pero los violentos se encargan enseguida de mostrar que la realidad es más fuerte que esa ficción sobre un mundo de paz que hoy parece inalcanzable.

Todo actúa como un mazazo a los deseos de aquellos que confían en poder ir a la cancha o al club sin miedo. No bastó con ver un barra asesinado a plena luz del día en la puerta del club. Tampoco que otro fuera acribillado tras definir en los parrilleros que iba a comandar el paraavalanchas. Nada parece suficiente para que todos, funcionarios, dirigentes y jueces coincidan con firmeza en la búsqueda de una solución.

Mientras tanto, las balas pican cerca y asustan a todos. Y los violentos parecen ser los dueños de las decisiones. Ellos definen si se juega o no, si se viaja o no, si se vive o no.