Nadie quiere arriesgar, no quieren quedar expuestos, todos quieren ganar, frases que se escuchan una y otra vez, en el advenimiento de un nuevo clásico. Dirigentes, futbolistas, técnicos e hinchas, no soportan una derrota, no podrían superar que su eterno rival lo dejara fuera de competencia, y más allá de la Copa Argentina, parece que esos 90 minutos son tortuosos, algo parecido a una pesadilla.

Las dirigencias de Central y Newell’s, no se pusieron de acuerdo con las fechas propuestas. Claro está, siempre buscan sacar ventaja, de un lado o de otro, cada uno lleva agua para su molino, porque le tienen miedo a lo que piensen sus asociados.

Los técnicos especulan con la fecha, para saber como llega físicamente el plantel, que no haya lesionados porque se juegan demasiado; el presente futbolístico de ambos es irregular, y perder un partido de esta clase, sumado a la pobre perfomance que presentan sus elencos cada fin de semana, sería un mazazo a la continuidad.

Las llamativas acusaciones de la Copa Argentina, haciendo foco en el gobernador Lifschitz (con cierto tufillo político), intentan recriminar a los funcionarios provinciales, por la no realización del cotejo en el territorio provincial. Y si bien, no hubo desde la provincia un mensaje contundente para organizar el match, tampoco se negaron.

Y los hinchas esperan definiciones, no son actores menores, porque nos hacen creer, que tanto los Canallas como los Leprosos, están atrincherados esperando cuando empezar la guerra, que realmente no existe.

Es cierto, que existen los adoradores de tribuna, que se enamoran más de la pasión que de lo futbolístico, porque dentro del campo de juego, sus equipos entusiasman cada vez menos, pero los fanáticos, son los que sostienen vivo el folclore, de una ciudad que respira fútbol.

Que no haya definición del dónde, cuándo y cómo, se juega el derby rosarino, exhibe lo complejo del tema, la ineptitud de los que deciden y el pánico, como un denominador común en todos los actores del espectáculo.