Por Pablo Bloise

La última imagen del festejo de Otamendi dejó en segundo plano los problemas que tuvo la selección a la hora de gestar su fútbol ofensivo. Ante Venezuela, Argentina arrojó una imagen muy pobre más allá del 2 a 2.

En los momentos en que el partido era dividido y todavía persistía el 0 a 0, Argentina mostró su mejor versión en el cotejo, pero desde la tenencia. Con paciencia y criterio, elaboró dos jugadas interesantes, aunque estuvieron lejos de ser situaciones claras de gol.

Chances no le faltaron, pero la mala conducción y las pésimas decisiones hicieron que, en varias oportunidades, las aproximaciones de Argentina (que en el segundo tiempo crecieron por la urgencia de conseguir el empate) se pierdan en la húmeda noche de Mérida.

El semblante de Bauza era todo un mensaje: ofuscado, molesto y decepcionado. El poderío ofensivo de su equipo brilló por su ausencia, como también lo hicieron sus individualidades.

Los goles aparecieron, pero la manera en que llegaron avala el déficit a la hora de la gestación. Pratto capitalizó un rebote en una jugada que venía bastante sucia y Otamendi se encontró con un centro rasante de Di María.

Lo importante: la astucia que mostró el equipo. Cuando las cosas no funcionaban, buscó el empate por el único camino que quedaba: el de la desprolijidad. De esa manera, salvó un partido que estaba complicado y se trajo un punto que lo mantiene con vida en la parte alta de la tabla.