Por Paulo Viglierchio

Rosario Central cerró el 2023. Si, un 22 de diciembre terminó siendo el último partido de una institución que se había preparado para otros objetivos al comienzo. El camino le mostró la estación final del recorrido en un viaje que lo encontró en un compendio de trayectos y emociones que difícilmente olvide, donde hubo paradas que, aunque tediosas, supusieron un sin fin de emociones positivas.

Quien podrá discutirle algo a este Canalla de Miguel Ángel Russo, que como siempre puso la cara, una vez más en un contexto difícil, con una tarea titánica de reconstrucción junto a la nueva directiva entrante. Lo agarró a cinco puntos del descenso, fundido económicamente debido a la desastrosa gestión de la comisión directiva anterior, y lo fue levantando, haciéndolo salir del pozo en que se encontraba.

Volvió a protagonizar, ser competitivo, hizo del Gigante una fortaleza, con un plantel limitado pero con un corazón enorme, logró primero meterlo de lleno en la Copa Libertadores y, de yapa, no conforme con eso, hizo que el pueblo, ese que lo siguió fielmente a todos lados, delirara por completo al grito de campeón en Primera División tras mucho tiempo, sorteando todo tipo de obstáculos, al obtener la Copa de la Liga.

Esto hizo que se ganara el derecho a disputar una nueva final, apenas una semana después, mientras la mayoría del fútbol argentino todavía está de vacaciones o arrancando sus pretemporadas, nuevamente en el escenario que lo había visto festejar días atrás. El desafío era complejo, ante el club que se quedó con la Liga Profesional y el que más puntos sumó en la tabla anual a lo largo de la temporada, pero pudo llegar a esa instancia.

Con el 4-2-3-1 ya clásico, con la única modificación del ingreso de Agustín Toledo por Tomás O’Connor, el primer tiempo le costó mucho a Central, que lució cansado. River lo desbordó por todos lados, le hizo lo que quiso en ofensiva, con un mediocampo muy ofensivo, de buen pie y trato amigable con el balón, que tuvo a un Echeverri endiablado e incontenible como su carta más peligrosa. No recuperaba una pelota, la veía pasar, tampoco había contención alguna en la mitad de cancha, solo la reventaba lo más lejos posible. La única alternativa era rezar.

Las oportunidades para el Millonario fueron al menos diez, muy claras todas. Fatura Broun, el palo y la suerte sostuvieron en partido al Canalla por un buen rato, demasiado largo y generoso en base a lo expresado en el campo de juego. Los primeros 30 minutos fueron un auténtico monólogo del equipo de Demichelis, que pareció incluso tener dos marchas más en cuanto a ritmo e intensidad.

Superado el tormentón, Central pudo «salir» un poco del sufrimiento, trató de amigarse con la posesión y construir en base a lo que pudieran aportar sus hombres de ataque. En ese sentido, Martínez Dupuy dispuso de dos ocasiones que no pudo aprovechar, la primera en soledad tras centro de Campaz y la otra un débil remate que contuvo Armani, que también se había quedado previamente con un zurdazo del Bicho, en lo que fueron las únicas aproximaciones auriazules.

Cuando el Canalla había empezado a respirar en el encuentro e intentar jugar de igual a igual, una pérdida de pelota en la zona neurálgica por parte de Toledo le sirvió el contra al rival, que la movió inteligentemente por el costado hasta encontrar la aparición de Colidio por el medio, que de zurda estableció el 1 a 0 merecido hace rato. Es más, lo mejor que pudo pasarle al conjunto de Russo era irse al descanso perdiendo por la mínima diferencia.

En el complemento, obligado por la desventaja, Central se plantó unos metros más adelante y, a partir del ingreso de  O’Connor, cambió la cara y mostró otro semblante. Dispuso de una llegada muy clara para igualar las cosas, pero Malcorra definió mal en el mano a mano con Armani tras una combinación con Campaz, incluso tenía opción de pase con Martínez Dupuy solo en el área chica.

Esa pudo haber sido la acción que cambiara el desenlace. Pasado eso, River volvió a adueñarse de las acciones y llevó el trámite a su terreno, con tenencia y también con un fútbol directo, vertical, con el que complicó en toda la noche. Por ello, siguió generando chances nítidas, que Broun se encargó de desactivar para mantener con vida a los de Russo, que en el desarrollo estaban muy lejos de equipararse. Para hacer más cuesta arriba todo, Campaz se fue expulsado por doble amarilla.

Así, tras merodear el segundo varias veces, finalmente llegó con una gran jugada colectiva que incluyó una asistencia bárbara de Barco para la definición de Nacho Fernández cruzada de zurda. Historia definida, aunque todo estaba resuelto hace tiempo. Central resistió como pudo, encima emparchado, el poderío de un plantel superior en jerarquía, presupuesto e individualidad, demasiado aguantó y compitió, con el agregado de que también dio ventajas desde lo físico esta noche.

Como se dijo al comienzo, lo de la última jornada en Santiago del Estero no cambia un ápice el análisis. Nada para reprochar a una dirigencia, cuerpo técnico y jugadores que entregaron al máximo durante todo el año, rindiendo incluso por encima de sus posibilidades. Arroyito merece estar de festejo, una nueva estrella borda el escudo, justo cuando se acerca un nuevo aniversario de nacimiento, en un diciembre siempre movido para el Canalla. Un final para agradecer y recordar eternamente.