Con rúbrica dorada en el libro de epopeyas del deporte argentino, la pelea en la que hace medio siglo Carlos Monzón se quedó con el título mundial mediano que ostentaba el italiano Nino Benvenuti tuvo curiosos condimentos que merece la pena reponer: por ejemplo, el protagonismo del periodista Hernán Santos Nicolini, que honró una corazonada, compró los derechos de radio y televisión y relató el nocaut para Radio Rivadavia.

Cuatro años menor que el propio Monzón, que el 7 de agosto había cumplido 28, Nicolini alternaba sus días como redactor de la sección Deportes de la Agencia de Noticias Télam, narrador de boxeo y aspirante a empresario vinculado con el universo de las transmisiones deportivas.

Pese a que hacia avanzado el año 70 el santafecino Monzón era campeón argentino y sudamericano y había perdido sólo tres de 79 combates, no gozaba de mayor prestigio entre los habitués al Luna Park ni entre el periodismo especializado en boxeo.

De hecho, la pelea de despedida que Juan Carlos Lectoure programa para el 19 de septiembre en el mítico Luna porteño congregó a un escaso número de espectadores que recibieron con una mezcla de indiferencia y desencanto el nocaut que en el cuarto round Monzón propinó al estadounidense Candy Rosa.

Tito Lectoure, constaba en el reducido lote de quienes creían en Monzón después que éste hubo de quedarse con la corona nacional y surcontinental del acreditado Jorge Fernández, inspirado en esa convicción se esmeró en contratar a probadores estadounidenses, como Bennie Briscoe, Doug Huntley, Charley Austin, Johnny Brooks, Tom Bethea y Eddy Pace.

Sin embargo, tanto Benvenuti cuanto sus entrenadores y el organizador de la pelea que se haría el 7 de noviembre en el Palazzo dello Sport de Roma, Rodolfo Sabbatini, consideraban que Monzón era el oponente ideal para sumar otro logro a un envidiable récord de 120 victorias en otras tantas presentaciones en el campo aficionado y 82 de 87 en condición de púgil rentado.

A 50 años de aquellos días, Nicolini evoca que su condición de periodista de Télam le permitía acceder a la máquina de teletipo e intercambiar impresiones con un colega italiano, de la agencia de noticias italiana ANSA, que lo puso al tanto de la irregular marcha de la preparación de Benvenuti.

«Benvenuti piensa que Monzón no puede ganarle, me dijo, y me contó que el campeón del mundo coqueteaba con ser una estrella como actor de cine y que la baja intensidad de sus entrenamientos dificultaba que se encuadrara en los 72,574 kilos del límite de la categoría mediano»

A todo esto hacía rato que Monzón había viajado a Buenos Aires con su sabio entrenador Amílcar Brusa, que gozaba de una licencia extraordinaria en el banco de la capital santafecina donde realizaba tareas administrativas.

Alojado en el hotel Lavalle Splendid, a pocos metros del gimnasio del Luna Park, Monzón cumplía exigentes rutinas matinales de footing indicadas por el profesor Patricio «Baby» Russo en los bosques de Palermo y no menos arduas sesiones de guanteo con dos sparrings, el welter junior Juan «Ardilla» Aranda y el medio pesado platense José Menno: con uno trabajaba la velocidad y con el otro la fuerza y la resistencia.

«Monzón estaba hecho una luz, terminó de convencerme de que tenía muchas chances de noquear a Benvenuti y cuando Lectoure me comentó que comprar los derechos de transmisión para radio y televisión estaba fuera de su alcance me decidí a gestionarlos por mi cuenta», recuerda Nicolini y desanda el camino de una de las anécdotas más jugosas de la historia del boxeo argentino.

Entre otras rarezas que se inscriben en la legendaria jornada en la que Monzón ganó el título del mundo, destaca el hecho de que el contrato no se firmó en el país del campeón sino en el del retador: en la capital de la Argentina.

Sabbatini cobraba 35 mil dólares por los derechos de transmisión, y Nicolini, que para llegar a un acopio más significativo de la moneda norteamericana había hipotecado un departamento, le hizo notar que podía hacer el esfuerzo de pagar un total de 28 mil.

«De acuerdo, 28 mil y no se hable más», respondió el promotor italiano y como al pasar le comentó que había ido a ver algunos entrenamientos de Monzón y lo notaba mucho más peligroso de lo que parecía en el tape que en su momento le había mandado Lectoure.

En realidad, Lectoure había ejecutado una picardía factible en tiempos de poco o nulo acceso a las imágenes de boxeadores del otro confín del planeta: enviar un material capaz de esconder lo suficiente las virtudes del pupilo en cuestión: Monzón.

Un Monzón cuya gesta llegó a la Argentina por intermedio de Canal 11 y Radio Rivadavia por los oficios de Nicolini tras negociar con Héctor Ricardo García y José María Muñoz: «García me mandó 20 mil dólares en una moto, y con Muñoz, que tenía a Osvaldo Caffarelli como la voz del relato de las veladas de los sábados, arreglamos que Osvaldo relatara los rounds impares y yo los rounds pares. Tuve mucha suerte. Monzón lo hizo».

Y así fue: en el atardecer de la Argentina y hacia la medianoche de Roma, un Monzón juramentado, encendido y feroz superó de campana a campana a un Benvenuti de técnica igual de refinada que insuficiente.

Las imágenes de Canal 11 las acompañó Ulises Barrera y a los millones de argentinos que siguieron la pelea por radio los ilustraron Caffarelli y Nicolini, desenlace incluido.

En el minuto de descanso entre la vuelta 11 y 12, Brusa le había dicho a Monzón: «ese hombre no quiere más, Carlos. Está esperando que usted lo noquee. Vaya y póngalo nocaut».

Sin hesitar Monzón desbordó a Benvenuti, lo llevó hacia un rincón y con una derecha de escuela consumó un nocaut de antología y fundó un reinado que se prolongó hasta la última vez que subió a un ring el 30 de julio de 1977 y lo hizo merecido acreedor de un lugar en el Salón de la Fama del Boxeo de Nueva York.