El 4 de diciembre de 1993 fallecía a los 52 años en Los Ángeles, Frank Zappa, el más inclasificable artista que transitó por la cultura rock.

Los últimos meses de su vida a dejó organizado una serie de compilados sobre su obra para ser editados de manera póstuma, una tarea a la que se abocó cuando fue diagnosticado de un cáncer de próstata terminal para evitar que la industria musical -su principal apuntado a lo largo de su trayectoria- saque su habitual tajada del negocio de la muerte.

Este último gran gesto artístico podría definir con abarcadora exactitud el universo conceptual de esta inigualable figura nacida el 21 de diciembre de 1940, en Baltimore, impreso en una profusa obra que rompió todos los esquemas y marcó un intrincado camino, imposible de seguir sin perderse en desviaciones.

Zappa fue un excelso compositor de música contemporánea, un lenguaje al que puso a dialogar desde sonoridades y géneros pertenecientes al universo del rock y la cultura popular, como el blues, el doo-wop y el jazz.

En la profusa obra de este artista hay alrededor de un centenar de discos del más variado perfil -rockeros, orquestales, experimentales, jazzeros, óperas-rock, etc.-, en donde las guitarras eléctricas se combinan con marimbas y violines distorsionados, y dibujan indescifrables pentagramas.

Y su creación artística se expandió más allá de la cultura rock, con hitos como el haber sido elegido como su compositor por el prestigioso Ensamble Modern. No es casual que nombres ligados a la música sinfónica o avant-garde, como los de Edgar Varese, Zubin Metha o Pierre Boulez, por citar apenas algunos, sean parte del «universo Zappa».

Sin embargo, no acompañó este andar con paso solemne: con una agudeza y sarcasmo acorde con su genialidad musical, aunque sin circunloquios, se dedicó a lanzar duros dardos contra la sociedad estadounidense y la industria musical.

El «sueño americano», los hippies, la Casa Blanca, el negocio alrededor del rock, los telepredicadores y los medios comunicación, entre otras cosas, cayeron en la picota de los versos de Zappa. Y esas críticas no fueron escupidas en formas de metáforas o como proclamas políticas, sino que muchas veces desde la parodia, a partir de la supuesta mirada en primera persona de los protagonistas, quienes, incluso con lenguaje soez, manifestaban sus deseos más inconfesables.

Ello provocó en muchas ocasiones duras críticas que lo ubicaban como misógino, racista, homofóbico, antisemita, entre otras linduras; basadas en las líricas que ponían al descubierto a los personajes que buscaba poner en ridículo.

Dos cosas pueden decirse de Frank Zappa que acaso enaltecen su figura: nunca se amparó en la sagrada invocación del arte para defenderse de estos ataques y, además, midió fuerzas con enemigos poderosos: sus burlas hicieron blanco, por caso, indistintamente en el Gobierno de Estados Unidos, las jerarquías religiosas o las discográficas. Entre los colegas, no tuvo reparos en apuntar contra incuestionables como Los Beatles y Bob Dylan.

Desde el punto de vista musical, la complejidad y el carácter propio de la obra de Zappa implican que su estilo no puede ser definido con facilidad, sino que amerita distintos abordajes.