Por Graciana Petrone

Un 2 de septiembre de 1805 nacía en Buenos Aires Esteban Echeverría, uno de los escritores que fue emblema del romanticismo del Río de La Plata y cuya vida como escritor fue marcada por las influencias de su estancia en París adonde se nutrió de los románticos de la época, trasladando luego esa particular y profunda manera de mirar la realidad, a través de su pluma, al entorno de la Nación argentina con un marcado y profundo rechazo a la figura de Juan Manuel de Rosas. Murió en Montevideo, en 1851. 

A su regreso de Europa, a principios de la década del 30, Echeverría ya comenzaría su derrotero como escritor con las obras “Elvira” (o la novia del Plata) en 1832 y luego con dos más: “Los Consuelos” y “Rimas” que vieron la luz en 1834 y 1837, respectivamente, siendo el último el que contenía el extenso poema “La Cautiva” en el que aborda a los indios, el desierto, la supervivencia y el imaginario latinoamericano, entre otros, a través de la devastadora historia del matrimonio de criollos formado por María y Brian quienes quedan cautivos en mano de una tribu de indios, intentan escapar, son atacados luego por un malón, pero cuando quieren huir nuevamente él está muy malherido y solo se enfrentan con “la inmensidad de naturaleza”, de la noche, del desierto y, finalmente, con la muerte.  

“La Cautiva” fue analizado por numerosos críticos de su época y actuales. La mayoría de ellos señalan que este extenso poema, dividido en nueve partes, no se destacaba por su calidad literaria, sino por los temas que abordaba en ella y su particular forma de mirar y describir el espacio. 

El Matadero, barro y sangre 

En “El Matadero”, su obra póstuma publicada en 1871, pero escrita entre 1838 y 1840, Echeverría pone en escena elementos como la sangre, la muerte, el hambre, el barro y el enfrentamiento casi animal entre unitarios y federales. La trama se desarrolla, en su mayor parte, en el lugar que da nombre al relato.

Es época de Rosas como gobernador y tiempo de cuaresma. Una copiosa lluvia entorpece el camino de tierra y no llegan animales al matadero. La falta de reses genera hambre y una suerte de descontrol entre  los más vulnerables. Algunas personas murieron por falta de comida, “hasta las ratas”, escribe Echeverría comparando a los roedores con la servidumbre, con los carneros y con todo aquel que no forma parte de la sociedad libre o acomodada como el clero y los políticos cercanos al Restaurador quienes sí accedían a la comida en plena escasez.

Después de una larga espera llegan cincuenta cabezas. Una es para el gobernador, quien envió a los animales para paliar la situación. Las cuarenta y nueve restantes son carneadas de una manera brutal y salvaje, excepto el último animal que es un toro que se escapa y que en medio de la huida decapita a un joven. En medio de la voraz carnicería pasa un unitario que es increpado por no llevar la insignia de luto de los federales. Se diferenciaba de los demás por sus buenos modales y su barba en “U” y les dice que  no la lleva porque es un hombre libre. El matarife se ensaña con él, y es maniatado y torturado hasta que muere desangrado como un animal.

La animalización del otro es un elemento que utiliza Echeverría para mostrar cómo se miden entre las personas, no sólo respecto de quién es distinto por pertenecer a otra clase social, sino por estar del otro lado de las dos vertientes políticas de la época. Ese poder simbólico que parece permitir, según  muestra el autor, de que se mate al humano como a un animal.