Expertos del Conicet aplicaron una herramienta que hasta ahora había sido de uso exclusivo de la ingeniería, para recrear el cráneo del aetosaurio, un reptil que vivió hace 230 millones de años, y concluir así que su alimentación no fue de base hervíbora, como se creía, sino carnívora.

Según informaron los científicos, se trata de los aetosaurios, un grupo de reptiles extintos que habitó a finales del Triásico, entre 200 y 230 millones de años atrás, caracterizados por tener el cuerpo cubierto por una coraza dorsal flexible compuesta por pequeñas placas óseas articuladas insertas en la piel llamadas osteodermos, cuyos estudios previos existentes los catalogaban como herbívoros.

Emparentados con los cocodrilos actuales, alcanzaron tal diversidad de géneros y especies que hay registros de su existencia en todo el planeta a excepción de lo que hoy es Australia y el continente antártico.

Sobre los hábitos alimenticios de estos animales, la última evidencia se publicó en la revista Ameghiniana de la Asociación Paleontológica Argentina y confirma la hipótesis al menos para una de las especies autóctonas del grupo Neoaetosauroides engaeus se alimentaba de otros animales.

Gracias a una herramienta computacional que permite, a partir de una reconstrucción en tres dimensiones del cráneo, simular los movimientos y fuerza que hacía al comer, los autores concluyeron que era zoófago, es decir que se alimentaba de otros animales, y que podía comer algún material vegetal solo ocasionalmente, como lo hacen perros y gatos, por ejemplo, pero que de ninguna manera esa era su fuente principal, tal como se había considerado históricamente.

“Los resultados del modelo digital nos muestran que era capaz de cazar animales medianos o pequeños, del tamaño de un conejo o un cabrito, y que también podía asaltar nidadas de dinosaurios y ser carroñero de especies mucho más grandes”, contaron Julia Desojo y Jeremías Taborda, investigadores del Conicet en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata y en el Centro de Investigaciones en Ciencias de la Tierra, y autores del trabajo.

Además de las conclusiones alcanzadas, la novedad tiene que ver con la aplicación de una herramienta de la ingeniería llamada análisis por elementos finitos (FEA, por sus siglas en inglés) a la biomecánica para responder a el interrogante sobre los hábitos alimenticios de este primitivo reptil.

Originalmente aplicada en la ingeniería, la técnica se utilizaba en el modelado para la construcción de puentes, edificios, aviones o carrocerías de autos, ya que permite calcular cuánto peso podría soportar una estructura o cómo respondería frente un desplazamiento.

“Lo que antes se hacía con maquetas a escala, pasó a modelarse en un espacio virtual”, explicó Taborda.

A través de las distintas pruebas mecánicas, los expertos midieron la fuerza de mordida en distintos puntos de la mandíbula, el extremo del hocico, el medio y la parte posterior.

“Esos valores nos aportaron parámetros para pensar qué tipo de materiales podía tomar con la boca: si era capaz de romper huesos o, por el contrario, solo podía sujetar elementos blandos”, señaló Taborda.

Los ensayos siguieron con la aplicación de fuerzas externas al cráneo, ejerciendo presión lateral en el hocico o en el eje longitudinal, para simular la compresión sobre una presa que trata de escapar o el arrastre de algo grande y pesado.

“A través de distintos estudios se empezó a ver que no todas las especies tenían este elemento, sino solo algunos, y de otros directamente no se sabe porque no se han hallado los cráneos. Evidentemente, no lo utilizaban para hurgar en la tierra, y tampoco observamos ninguna otra evidencia de ingesta vegetal”, describió Desojo.