El ser humano es un animal que desciende de otros, así que la idea de que especies diferentes a la nuestra tengan emociones no nos debería resultar tan sorprendente. Sin embargo, aún hay a quien le incomoda la idea de asociar la empatía, el cariño, el consuelo o el sentido de la justicia con criaturas que no están en la (supuesta) cúspide de la evolución.

Pablo Herreros, antropólogo y experto en comportamiento animal, escribe en el libro «La inteligencia emocional de los animales» (Destino), cómo algunas de esas emociones que consideramos tan humanas no nos pertenecen en exclusiva. En sus páginas, el autor muestra los sentimientos que compartimos con otras criaturas y que, como a nosotros, les sirven para guiarse, relacionarse y explorar el mundo que les rodea. Estas conmovedoras historias también pueden enseñarnos un poco más sobre nosotros mismos.

A las madres humanas se les presupone ser capaces de hacer cualquier cosa por sus hijos, especialmente por aquellos que tienen problemas de salud o necesitan cuidados especiales. Este sacrificio forma parte del tan ensalzado amor materno (que no tenemos ninguna duda también pueden poner en práctica los padres). Pero no es exclusivo de nuestra especie. Como ejemplo, Pablo Herreros narra en su libro la historia de Christina, una hembra de chimpancé de Mahale (Tanzania) con una cría que nació con síndrome de Down y una hernia que le impedía sentarse por sí sola.

Esta madre coraje cuidó de su pequeña con un mimo extremo, según pudieron documentar investigadores de la Universidad de Kioto en Japón. La destetó mucho más tarde de lo que es habitual. Jamás la soltó, dejando de comer termitas y hormigas (importante fuente de proteínas) ella misma para poder sujetarla entre sus brazos. Y luchó por ella hasta su último día, con dos años, a pesar de la ansiedad evidente que eso le provocaba. Los investigadores aseguran que la chimpancé era muy consciente de lo que hacía, ya que no dejaba que otros miembros de la comunidad cargaran con la bebé, algo habitual en su especie, como si supiera que los demás no sabrían tratarla como ella lo hacía.

Estos lazos emocionales intensos entre madres e hijos no se producen solo entre los primates. El libro cuenta unas cuantas historias de elefantes capaces de conmover al más escéptico. Una de ellas se refiere a la reunión de una hembra con su hija, robada de la manada y puesta a trabajar en un campo en Tailandia, tres años después gracias a la acción de una organización conservacionista. Primero, ambas se quedaron en shock y permanecieron en silencio media hora. Después, comenzaron a unir sus trompas, abranzándose y acariciándose. El encuentro fue tan intenso que todos los presentes no pudieron contenerse y echaron a llorar.