MARTES, 26 DE NOV

El sistema económico occidental está ‎a punto de expirar

Occidente ya no logra vivir de la producción de bienes mientras que China se ha ‎convertido en «la fábrica del mundo». Los dueños de los grandes capitales son ‎los únicos que se enriquecen actualmente… y mucho. Todo el sistema está a punto ‎de colapsar. ¿Pueden aún salvar sus fortunas los grandes capitalistas?‎

Por Thierry Meyssan

En el siglo XVIII, los economistas británicos del capitalismo, reunidos alrededor de David ‎Ricardo, ya se interrogaban, sobre la perennidad de ese sistema. Lo que al principio reportaba enormes ganancias ‎acabaría convirtiéndose en algo ordinario, dejando de enriquecer a quienes inicialmente habían ‎obtenido beneficios. El consumo no podría justificar eternamente la producción en masa. ‎Más tarde, los socialistas –alrededor de Karl Marx predecían el inevitable fin del sistema ‎capitalista [1].‎

La muerte de este sistema debió haber ocurrido en 1929. Pero, para sorpresa de todos, logró ‎sobrevivir. ‎

Hoy nos acercamos a un momento similar: para Occidente, la producción de bienes ya ‎no reporta suficientes ganancias, sólo logra hacer dinero el mundo de la finanza. En todo ‎el mundo occidental se reduce el nivel de vida de la gran mayoría de la gente, mientras que ‎crece escandalosamente el patrimonio de unos pocos individuos. El sistema está otra vez ‎al borde del colapso definitivo. ‎

‎¿Podrán aún los súper capitalistas salvar sus enormes fortunas o veremos producirse una ‎redistribución aleatoria de la riqueza como resultado de un enfrentamiento generalizado?‎

Sólo después de romper con León Trotsky y con el sueño trotskista de la ‎‎“Revolución mundial”, Josef Stalin fue capaz de construir la URSS sin tener que enfrentarse a ‎enormes ejércitos financiados por la reacción internacional.

LA CRISIS DE 1929 Y LA SUPERVIVENCIA DEL CAPITALISMO

Cuando estalla en Estados Unidos la crisis de 1929, las élites occidentales estimaron que había ‎muerto la gallina de los huevos de oro y que era necesario encontrar rápidamente un nuevo sistema ‎o la humanidad moriría de hambre. ‎

La lectura de la prensa estadounidense y de la prensa europea de aquella época resulta ‎particularmente instructiva para los interesados en comprobar la angustia que reinaba en Occidente. ‎Inmensas fortunas se esfumaban en sólo un día. Millones de obreros se veían abruptamente ‎lanzados a la calle y, sin perspectivas de hallar un nuevo empleo, eran víctimas no ya de la ‎miseria sino del hambre. ‎

Los pueblos se rebelaban. En numerosos países, la policía reprimía a tiros las multitudes ‎enfurecidas. Nadie creía que el capitalismo fuese capaz de cambiar y menos aún de renacer. ‎Aparecían entonces dos nuevos modelos: el estalinismo y el fascismo. ‎

Aunque hoy, un siglo después, tenemos una visión diferente de todo aquello, en aquel momento ‎todo el mundo estaba consciente de las taras de ambas ideologías. Pero lo más importante era ‎saber quién lograría realmente alimentar a su población. Ya no había derecha ni izquierda, sólo ‎un generalizado “sálvese quien pueda”. ‎

Benito Mussolini, quien había dirigido el principal diario socialista italiano antes de la Primera ‎Guerra Mundial –antes de convertirse en agente del MI5 británico durante ese conflicto–, devino ‎en líder del fascismo, que se veía entonces como la ideología que iba a garantizar el pan a ‎los obreros. Josef Stalin, quien había sido bolchevique durante la Revolución Rusa, liquidó a ‎casi todos los delegados de su partido y renovó su dirigencia para construir la URSS, ‎considerada entonces como una concretización de la modernidad. ‎

Pero ninguno de los dos logró hacer prevalecer su modelo. En definitiva, los economistas ‎siempre acaban viéndose obligados a ceder el paso a los militares. Las armas tienen siempre ‎la última palabra. Estalló la Segunda Guerra Mundial, la URSS y los anglosajones obtuvieron la ‎victoria y el mundo asistió a la caída del fascismo. Estados Unidos era el único país que había ‎escapado a la devastación de la guerra y el presidente Franklin Roosevelt, al organizar el sector ‎bancario, dio al capitalismo una segunda oportunidad. Estados Unidos reconstruyó Europa, ‎absteniéndose de presionar a los obreros europeos… por temor a verlos volverse hacia la URSS. ‎

El alemán Klaus Kleinfeld es el director del proyecto saudita Neom. ‎Es miembro de los consejos de administración del Grupo de Bilderberg (OTAN) y del Foro ‎de Davos (NED/CIA).

LA CRISIS POST-URSS

Sin embargo, con la desaparición de la URSS, a finales de 1991, el capitalismo, huérfano ‎de rival, regresó a sus viejos demonios. En pocos años, las mismas causas producen los mismos ‎efectos: la producción comienza a decrecer en Estados Unidos y las transnacionales trasladan ‎los empleos a China. La clase media sufre un lento proceso de erosión. Los propietarios ‎estadounidenses de capitales se sienten amenazados e inician experimentos tratando de salvar ‎su país y de mantener el sistema.

El primero de esos experimentos consistió en convertir la economía de Estados Unidos en exportadora ‎de armamento y utilizar las fuerzas armadas estadounidenses para controlar las fuentes de ‎materias primas y de recursos energéticos en la parte no globalizada del mundo. Es ese ‎el proyecto –la adaptación del «capitalismo financiero», si tal fórmula compuesta de ‎dos elementos radicalmente opuestos tuviese algún sentido real–, la doctrina Rumsfeld-‎Cebrowski [2], lo que llevó el «Estado Profundo» estadounidense a ‎orquestar los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la «guerra sin fin» en el Medio Oriente ‎ampliado. Ese episodio ha dado al capitalismo un respiro de 20 años, pero las consecuencias ‎internas –en Estados Unidos– han sido desastrosas para la clase media.

El segundo intento consistió en frenar el intercambio internacional y tratar de forzar el regreso ‎de los empleos y de la producción a Estados Unidos, intento que emprendió Donald Trump ‎durante su mandato presidencial. Pero Trump había declarado la guerra a los organizadores ‎estadounidenses del 11 de septiembre y nadie lo ayudó a tratar de salvar su país.

También se planteó una tercera posibilidad: olvidarse de las poblaciones de los países ‎occidentales y llevarse los megamultimillonarios a vivir en un Estado robotizado, desde donde ‎podrían dirigir sin temor los movimientos de sus inversiones. Eso es el proyecto Neom que ‎el heredero del trono saudita, el príncipe Mohamed ben Salman, comenzó a construir en ‎el desierto de Arabia Saudita, con la bendición de la OTAN. Después de un periodo de intensa ‎actividad, los trabajos allí están hoy en punto muerto.

El antiguo equipo de Donald Rumsfeld –el secretario de Defensa recientemente fallecido de George Bush hijo–, equipo ‎que incluía a los doctores Richard Hatchett [3] y Anthony Fauci [4], decidió dar inicio a una cuarta opción alrededor de la pandemia de Covid-19. Se trata ‎de proseguir y de generalizar en los Estados desarrollados lo que ya se había iniciado en 2001. ‎El confinamiento masivo de las poblaciones sanas ha llevado los Estados a endeudarse. El uso ‎intensivo del teletrabajo ha abierto el camino a la deslocalización de decenas de millones de ‎empleos. El «pase sanitario» o «pasaporte covid» ha legalizado la imposición de una sociedad ‎basada en el control y la vigilancia masiva sobre la población. ‎

Klaus Schwab organiza el Foro de Davos como el rey francés Luis XIV ‎organizaba su corte en Versalles: lo utiliza para vigilar a los megamultimillonarios del mundo ‎entero por cuenta de la NED y de la CIA estadounidenses.

KLAUS SCHWAB Y EL «GRAN REINICIO» (THE GREAT RESET)

‎En ese contexto, el presidente del Foro de Davos, el alemán Klaus Schwab publica su libro Covid-‎‎19: The Great Reset, libro que no es la exposición de un programa sino un análisis de la situación y ‎pretende anticipar las posibles evoluciones. ‎

‎Covid-19: The Great Reset en realidad fue escrito por los miembros del Foro de Davos y ‎su lectura nos permite tener una idea del lamentable nivel intelectual de esos individuos. El texto ‎es una sucesión de clichés, donde se amontonan además una mezcolanza de citas de grandes ‎autores y las cifras catastrofistas de Neil Ferguson, el gurú del Imperial College [5].‎

En los años 1970-1980, Klaus Schwab fue uno de los directores de la compañía Escher-Wyss, que ‎tuvo un importante papel en el programa de investigación nuclear de la Sudáfrica del apartheid, ‎contribución violatoria de la resolución 418 del Consejo de Seguridad de la ONU. Posteriormente, ‎Klaus Schwab creó un club de jefes de empresas que acabaría convirtiéndose en el Foro Económico ‎Mundial de Davos. El cambio de nombre se concretó con ayuda del Centro para la Empresa ‎Privada Internacional (CIPE) que es la rama patronal de la National Endowment for Democracy –la ‎tristemente célebre NED–, la cual es a su vez una pantalla de la CIA. Es por eso que en 2016 ‎Klaus Schwab aparecía registrado en el Grupo de Bilderberg –órgano de influencia de la OTAN– ‎como “funcionario internacional”, algo que Schwab nunca ha sido oficialmente. ‎

En su libro Covid-19: The Great Reset, Klaus Schwab prepara a sus lectores para la implantación ‎de una sociedad orwelliana, y lo hace anunciando todo tipo de hecatombes, hasta la muerte del ‎‎40% de la población mundial en la pandemia de Covid-19. Sin embargo, Schwab no propone ‎nada concreto, de hecho ni siquiera parece preferir alguna opción. Lo único que queda claro en ‎su libro es que él y su público no decidirán nada pero que están dispuestos a aceptar lo que sea ‎para conservar sus privilegios. ‎

CONCLUSIÓN‎

Es evidente que estamos a las puertas de un cambio trascendental, capaz de barrer con todas las ‎instituciones occidentales. Ese cataclismo podría evitarse de una manera muy simple, bastaría ‎con modificar el equilibrio de las remuneraciones entre el trabajo y el capital. Pero es improbable ‎que se aplique tal solución porque eso sería el fin de las megafortunas. ‎

Si tenemos en cuenta esos datos, veremos que la rivalidad entre Occidente y el Oriente sólo es ‎superficial. No sólo porque los asiáticos no piensan en términos de competencia sino ‎sobre todo porque saben que están asistiendo a la agonía de Occidente. ‎

Es por eso que Rusia y China construyen su mundo sin apuro… y sin esperanzas de que ‎Occidente se integre a ese mundo, porque ven a Occidente como una fiera herida a ‎la que no pretenden enfrentarse. Sólo prefieren apaciguarla, aliviar sus dolores en la medida de ‎lo posible y acompañarla, sin violencia, hasta su suicidio. ‎ ‎

Thierry Meyssan

[1] Critique de l’économie politique, Karl Marx, 1867.

[2] «La doctrina Rumsfeld-Cebrowski», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 25 de mayo de 2021.

[3] «Covid-19 y “Amanecer Rojo”», ‎por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de abril de 2020.

[4] «Publican más evidencia sobre el posible origen del Covid-19… y apunta a Estados Unidos», Red Voltaire, 7 de octubre ‎de 2021.

[5] «Covid-19: Neil Ferguson, el Lysenko del liberalismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 19 de ‎abril de 2020.

Foto portada: El hambre se extendió en Occidente a raíz de la crisis de 1929. Todas las instituciones se ‎vieron amenazadas. Sólo sobrevivieron “gracias” a la Segunda Guerra Mundial.‎

Fuente: voltairenet.org

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