SáBADO, 30 DE NOV

¿Quién se hace cargo de los agroquímicos que contaminan nuestras aguas?

Silenciada, tergiversada, solapada, así se ha manifestado la realidad cuando de impactos ambientales producto de los agrotóxicos se trata. Distintos estudios e investigaciones realizadas, demuestran que el envenenamiento producto de los químicos del agro acorrala nuestra existencia.

Por Alejandro Maidana

Indisimulable. Esa es la palabra que mejor le cuadra a una realidad abrumadora, un paradigma cercado por un modelo productivo enemigo de la vida y la biodiversidad en su conjunto. Mientras que el lobby agrario sigue tratando de maquillar el desolador camino forjado por el paquete tecnológico impuesto por las corporaciones, las falacias orquestadas por el poder económico, y puestas en práctica por los distintos gobiernos comienzan a descascararse de una manera impactante.

No hay lugar para el mito de las fumigaciones controladas, las BPA (Buenas Prácticas Agrícolas) solo pueden intentar morigerar la rabia de los pueblos fumigados, pero el argumento científico que demuestra con argumentos sólidos que la deriva es incontrolable, daría por tierra una nueva colectora discursiva que persiguió desde siempre legitimar una práctica contaminante.

Conclusión viene recabando testimonios tan sensibles como indignantes, de aquellos que no se resignan a sucumbir ante la desidia organizada. El arraigo puede más que esa enfermedad, que avanza y está ligada íntimamente a la aplicación de agroquímicos ¿Por qué deberían ser los damnificados por el modelo los que deberían correrse del medio?

>Te puede interesar: Agrotóxicos en el Paraná: preocupa la falta de monitoreo de sus aguas

La Constitución Nacional, esa que suele manotearse como argumento discursivo solo para justificar y blindar los privilegios de las minorías, queda apretujada en un rincón de la historia cuando son los desválidos quienes están siendo violentados, pese a gozar con la «protección» de la misma.

Dice el Artículo 41: «Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo….” La violación a este artículo es flagrante, pero la justicia -salvo raras excepciones-, prefiere seguir oficiando de garante de un statu quo que tritura a todo aquel o aquella que ose en interpelarlo.

Lechos fluviales… impacto profundo 

La falta de monitoreo de los distintos lechos fluviales de la provincia de Santa Fe preocupa tanto como exaspera. La última mortandad de peces, suscitada en el río Salado, volvió a instalar y a hacer aún más álgido un debate que, increíblemente, al día de hoy sigue contando con dos bibliotecas antagónicas.

Los argumentos provenientes del Estado, para tratar de explicar el colapso mayúsculo de la fauna ictícola, siguen teniendo su anclaje en el esmerilado “fenómeno natural”. Destacando que tanto en las crecidas como en las bajantes, el Ministerio de Ambiente ha utilizado el mismo razonamiento para justificar un suceso alarmante, el cual tiene en su médula una trazabilidad que incluye distintos agentes, entre ellos los agroquímicos.

> Te puede interesar: Bajo la sombra de los agrotóxicos: El caso Ludmila, la niña con glifosato en sangre

La masividad del suceso nos invita a considerar que el “fenómeno natural”, indudablemente, ha contado con un disparador que debido a la carga de estrés que abrumaba a la fauna ictícola, ofició de desencadenante de la mortandad.  Una nueva alarma, un nuevo llamado de atención, para una raquítica respuesta estatal a la hora de brindar seguridad en torno al monitoreo de las aguas.

El Estado provincial no lleva un monitoreo, ni tiene un protocolo sobre la contaminación con agrotóxicos en los ríos y otros cauces de agua. En ese marco, la contaminación generada por los venenos que utiliza el agro para su producción, sigue adelante y gozando de “buena salud” ¿A quién responsabilizamos de la injerencia de los mismos en nuestras vidas?

Ocurrencia y destino 

Entre 2010 y 2012, el Centro de Investigaciones del Medio Ambiente (CIMA) recogió muestras del agua y los sedimentos en 22 lugares donde los afluentes vuelcan sus aguas al Paraná, desde Formosa y Chaco hasta la provincia de Buenos Aires. Los niveles de plaguicidas detectados en las aguas de los afluentes del Río Paraná superan los niveles recomendados para la protección de la flora y fauna acuática, concluyó un estudio realizado por investigadores argentinos y dirigido por el biólogo Damián Marino, integrante del Centro de Investigaciones del Medio Ambiente (CIMA).

El tramo argentino de la cuenca del Plata cruza regiones dedicadas a la agricultura extensiva e intensiva sobre todo con el control químico de plagas. “La utilización de plaguicidas en la zona ha aumentado un 900% en las dos últimas décadas asociado con la introducción de los cultivos transgénicos y técnicas en vivo de siembra. Nuestro objetivo ha sido estudiar la ocurrencia, la concentración y el destino de los plaguicidas en la zona de aguas y sedimentos del fondo de los principales afluentes y principal curso de agua del río Paraná-Paraguay”, sostuvieron las y los investigadores.

> Te puede interesar: Damián Verzeñassi: “Los mitos sobre la inocuidad de los agroquímicos fueron cayendo por su propio peso”

Se tomaron muestras de 22 sitios en la posición distal de la mano y de la mano de cursos de agua afluentes del Paraná y el informe de los resultados obtenidos con dos campañas de vigilancia (2010-2012). “Las aguas superficiales y sedimentos del fondo se analizaron según métodos estandarizados por dispersión de matriz en fase sólida y extracción líquido-líquido, respectivamente. Veintitrés compuestos pesticidas se analizaron mediante cromatografía de gases. Los resultados de ambas campañas indicaron distribución generalizada teniendo una meta variable en las concentraciones detectadas en toda la cuenca”.

Los rangos de las concentraciones de plaguicidas total medida en agua y sedimentos fueron, respectivamente, 0,004 a 6,62 mg / ly 0,16 a 221,3 mg / kg de peso seco. Endosulfán, cipermetrina, clorpirifos y estaban compuestos por ubicuos en los dos compartimentos ambientales y cuantitativamente dentro de la mayor parte. “Todas las concentraciones detectadas en el agua fueron más de las pautas recomendadas para la protección de la biota acuática. La partición indicó una mayor afinidad por los sedimentos. La actividad agrícola es la fuente de cargas de contaminación de pesticidas, que se transportan por los afluentes que llegan hasta el curso de agua principal y alteran la calidad del ecosistema acuático”, enfatizaron.

Pedidos añejos, ¿y el Estado?

No faltan leyes, falta control estatal. Por ello la exigencia de que sea el Estado quién se ponga los pantalones largos a la hora de monitorear las arrasadas aguas de nuestra provincia, sigue siendo imprescindible a la hora de ponerle nombre y apellido a las prácticas contaminantes que se imponen por su propio peso.

Un modelo productivo que, de 1996 a esta parte, convirtió a gran parte de la Argentina en un verdadero desierto verde, asimilador impertérrito de las aspersiones que llegan desde los cuatro puntos cardinales. La industria de los agroquímicos ha secuestrado (literalmente) al sistema agrario, la naturalización de la utilización de venenos para producir mayoritariamente commodities, es la raíz de una problemática que se llevó puesta la memoria y cultura del viejo campo, el de los olores, los colores y los sabores, el que alimentaba.

> Te puede interesar: Docentes rurales: cuando los pizarrones gritan su rebeldía

La última gran mortandad de peces acaecida en el Río Salado, volvió a disparar un debate que si bien es de vieja data, parece no encontrar una colectora que pueda acercarlo a una verdad aliviadora. Un informe de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), registró residuos de agroquímicos en el río Salado, a 40 kilómetros de la capital provincial.

Los investigadores firmantes de la investigación fueron los doctores Rafael C. Lajmanovich (Inv. Principal CONICET), Paola M. Peltzer (Inv. Independiente CONICET) y Maximiliano A. Attademo (Inv. Independiente CONICET). Mientras que el muestreo fue organizado por la Procuración General de la Corte Suprema de Justicia de Santa Fe y del mismo se labró un acta de constatación. Participaron los doctores  Juan Bautista Milia (Fiscal del Distrito Judicial Nro. 19 – Esperanza) y Leandro Ariel Lujan (Prosecretario de la Procuración General de la Corte Suprema de Justicia de Santa Fe), junto a la doctora Clarisa Andrea Neuman (miembro de la Procuración General de la Corte Suprema de Justicia de Santa Fe).

Se sometieron a análisis 116 compuestos, destacándose la presencia de agroquímicos entre los mismos (tres herbicidas y un fungicida) que se encontraban tanto en el agua y en los sedimentos, como en las branquias e hígado de los peces. Cabe destacar que al estrés sufrido por estas especies debido a la bajante y las altas temperaturas, se le debería agregar la participación de los venenos del agro, posible detonante teniendo en cuenta la masividad del suceso.

No se puede descartar que la presencia de agroquímicos no esté afectando la supervivencia de peces en condiciones ambientales extremas, como las que ocurrieron durante las mortandades masivas del año 2020.

Las conclusiones y recomendaciones de los investigadores del CONICET fueron concretas: “No se puede descartar que la presencia de agroquímicos, en una cuenca, fundamentalmente por su detección simultánea durante un evento de mortandad masiva en ejemplares moribundos de la misma especie, en sitios distintos y muy alejados, no esté afectando la supervivencia de peces en condiciones ambientales extremas como las que ocurrieron durante las mortandades masivas del año 2020”.

> Te puede interesar: Los agrotóxicos y sus derivas, el mito de las fumigaciones controladas

Para comenzar a remediar y restaurar la cuenca de la presencia de sustancias tóxicas para la salud de la vida silvestre y ecosistémica incluida la salud humana, se recomienda fomentar modelos de producción sustentables no contaminantes como los agroecológicos.

Por último, los doctores Rafael C. Lajmanovich , Paola M. Peltzer  y Maximiliano A. Attademo indicaron que “se recomienda un monitoreo más exhaustivo y con continuidad espacio-temporal sobre la presencia de desechos agrícolas (agroquímicos y fertilizantes) tanto en agua, sedimento y tejidos de peces a lo largo de la cuenca del Río Salado, principalmente en especies de interés comercial que sirven de alimento a las poblaciones locales. Un último punto a considerar, como una forma de comenzar a remediar y restaurar la cuenca de la presencia de sustancias tóxicas para la salud de la vida silvestre y ecosistémica incluida la salud humana, se recomienda fomentar modelos de producción sustentables no contaminantes como los agroecológicos y con participación social. Asímismo, como primer medida de mitigación, se plantea la urgente necesidad de aumentar la distancia de los cultivos transgénicos dependientes de plaguicidas a los ambientes acuáticos”.

Con la idea de complejizar el debate, y tomando como referencia su extenso recorrido en materia de investigación, Conclusión dialogó con Eduardo Rossi, ecologista, Técnico en Inmuno Hemoterapia y Epidemiología, y miembro activo del Colectivo “Paren de Fumigar” Santa Fe. “En lo particular llevo casi dos décadas investigando este tema, he presentado infinidades de informes y la respuesta del Estado siempre ha sido la misma. Lamentablemente los argumentos suelen ser siempre los mismos, el frío, el calor, la bajante, la crecida, pero nunca la contaminación, es más, una de las tantas veces una de las Defensorías me contestó que era improcedente e improbable que los peces puedan estar afectados por la contaminación del Paraná”, sostuvo.

Desde fines del ’90 a esta parte, son muchas las investigaciones que de manera implacable permiten ver los impactos de los pesticidas en la fauna ictícola.

Estudios e investigaciones sobran, incluso de juntarlos a todos hasta nos podrían dar sombra, pero es preciso destacar que por parte del Estado solo se ha cosechado silencio. “Desde fines del 90 a esta parte, son muchas las investigaciones que de manera implacable permiten ver los impactos de los pesticidas en la fauna ictícola. Destacando que poco tiempo atrás una investigación internacional arrojó un informe que muestra la sinergia entre las altas temperaturas, los plaguicidas y antibióticos. El Río Paraná tiene en su lecho un coctel no solo de agroquímicos, ya que también carga con residuos industriales, farmacéuticos y medicinales. Entre ellos podemos mencionar a los antibióticos, anticonceptivos, anticancerígenos, antipiréticos y antidepresivos, todos ellos forman un ejército muy tóxico”.

> Te puede interesar: Agrotóxicos en escuelas rurales: reflexiones de quienes llevaron adelante una crucial investigación

La mortandad se debe a una sumatoria de causas incluido los agroquímicos… Tanto las bajantes como las altas temperaturas influyen, esto es indudable, pero el coctel químico estresa el organismo de los peces.

Al alto índice de contaminación a la que están expuestas las aguas de los ríos y arroyos aledaños producto de los agrotóxicos  y efluentes industriales, se le suma la bajante y las altas temperaturas. “La mortandad se debe a una sumatoria de causas incluido los agroquímicos, ya que es una causalidad producida por el profundo estrés e inmunodepresión. Tanto las bajantes como las altas temperaturas influyen, esto es indudable, pero el coctel químico es quién estresa el organismo de los peces. Por otro lado ha quedado demostrado que los agrotóxicos, en especial el glifosato, fomenta las xianobactérias que se reproducen por la gran cantidad de fosfato y materia orgánica”.

Eduardo Rossi ha llevado adelante muchísimas investigaciones, las cuáles en su gran mayoría han sido descartadas y apartadas a los márgenes de una historia escrita con una pluma embebida en agroquímicos. Para citar algunas, encontramos la mortandad de peces del 2005, debido a ello se había realizado un estudio profundo en el cual había intervenido Nación, allí se encontró una bacteria saprófita, pero el final es el mismo, nunca se profundizó la investigación.

Te puede interesar: El otro campo toma la palabra

En el 2007 hubo otra muy grande, allí se lo achacaron a un hongo, en ese momento se acercaron distintos expedientes, y se le aconsejó a la Defensoría del Pueblo de Santa Fe que era necesario que se profundice el análisis, ya que en la muerte de los armados del 2005 se había detectado endosulfán (insecticida). El 2008 y 2010 mostró una nueva y dolorosa mortandad de peces, como las mismas se dieron en invierno, se lo adjudicó al frío no siendo investigadas a fondo. El descrédito es la moneda de cambio que utiliza el Estado para no avanzar sobre una problemática que nos atraviesa como sociedad.

El glifosato, cuando se degrada, produce una gran carga de fosfato que genera una importante disminución del oxígeno. 

Para concluir, el Técnico en Inmuno Hemoterapia y Epidemiología indicó: “Como supo decir Rafael Lajmanovich, investigador del CONICET, el Paraná está en agonía por la deforestación, por los arroyos clandestinos que producen bajantes en los humedales, concentrando aún más los venenos. Cabe destacar que los agrotóxicos, pero principalmente el glifosato, cuando se degrada produce una gran carga de fosfato que genera una importante disminución del oxígeno. Esto sumado a la gran cantidad de fertilizantes nitrogenados que también colaboran para que el pez diga basta y finalmente muera”.

Un vital trabajo de investigación realizado y publicado en Septiembre de 2020 por la organización Public Eye junto a Unearthed, entidad de Greenpeace, llegó a la conclusión que Europa exporta plaguicidas que su industria no puede vender allí por su alta peligrosidad. Solo en 2018, la Unión Europea exportó unas 81.615 toneladas de pesticidas prohibidos. La industria agroquímica de 11 países europeos vende a 85 países no europeos sustancias nocivas. Entre los 41 plaguicidas prohibidos vertidos en otros continentes, se encuentran, entre otros, la atrazina, el paraquat, el dicloropropeno o el clorpirifós, muy conocidos y utilizados por la agricultura industrial de nuestro país.

El herbicida atrazina es un potente disruptor hormonal que perjudica al desarrollo infantil. Tan fuerte es su efecto que se hizo tristemente famoso por cambiar el sexo de ranas expuestas. El paraquat es otro herbicida, tan tóxico que un sorbo puede ser letal y, en dosis bajas y continuadas, puede causar Parkinson.

Te puede interesar: Una vecina de Pueblo Andino sufre los impactos del glifosato en su cuerpo

No resulta antojadizo que se haya prohibido en Europa, pero Syngenta sigue produciéndolo. En los terceros países (como el nuestro), la ausencia casi total de control, sumado a los niveles más altos de exposición, implican daños a la salud y al medio ambiente contundentes. Según estimaciones de la ONU, la intoxicación por plaguicidas mata a más de 200.000 personas al año en los países en desarrollo. Gracias a que la industria hace una fuerte presión para adaptar las leyes nacionales a sus intereses comerciales, los pactos de silencio se siguen imponiéndose por sobre los derechos.

¿Qué ser humano racional elegiría llevar dentro suyo los venenos utilizados por el agronegocio? ¿Podemos naturalizar los impactos que generan los tóxicos en la flora y fauna acuática? ¿Por qué un país que puede alimentar diez veces a su población, no puede garantizar un plato de comida a quiénes lo habitan? ¿Si se utiliza veneno podemos llamar alimento a lo que se produce de manera transgénica? No queda mucho tiempo, mañana será tarde.

Últimas Noticias