Así se vivió la previa en Arroyito: todas las imágenes
Desde muy temprano, Arroyito se vistió de fiesta para esperar, con ansias, un nuevo clásico rosarino. Los bocinazos, las conversaciones entre conductores, de auto a auto, y cientos de hinchas auriazules cantando por el medio de Bv. Avellaneda, tiñeron de color el barrio canalla.
- Deportes
- Sep 13, 2015
La pasión no tiene razones ni explicación. Como el amor, sólo puede profesarse, en un verdadero acto de fe. La pasión arrastra, y propios y ajenos se hermanan, se vuelven nuevos conocidos, se abrazan, cantan y con gestos cómplices, intercambian pronósticos y expectativas. La piel se eriza, los ojos se humedecen y el corazón late más rápido en un estremecimiento que se vuelve colectivo.
Esa pasión es la que desplegó, desde muy temprano en Arroyito, un paisaje conocido, que se renueva año a año, con el calendario deportivo. Conocido, pero, no por ello, menos fascinante.
Las bocinas sonaban a lo largo de Avellaneda, por la cual se desplazaba una multitud a pie, y si bien, los autos transitaban libremente, lo hacían a paso de hombre, porque la gente hormigueaba entre los vehículos como si fuera una senda peatonal. Los hinchas se gritaban de auto a auto, sonriendo, felices y confiados, y, por esa única vez, con total naturalidad, se cedían el paso. Los que iban caminando, se saludaban con gestos cómplices, convidándose cigarrillos y bebidas, y hablando de los posibles resultados de un partido por el que ya no podían esperar más.
“Es un sentimiento” se oía a cada paso, y con esas dos palabras, se expresa aquello que no puede ser explicado, pero que todos alcanzan a comprender. Risas y cánticos, estrofas ingeniosas, que arrancaban más risas, gestos clásicos que se elevaban, coloridos, para ser tomados y reconocidos desde el más puro saber popular.
Se palpaba tensa, la ansiedad, que no llegó a opacar, de ninguna forma, el folklore de la “previa”, que inundó las calles desbordando el barrio canalla en un festival azul y amarillo, humos de colores, gorros, banderas, camisetas todas, de las nuevas y las viejas, muñecos alusivos a las más antiguas tradiciones, vendedores ambulantes, choripán, cerveza y vino, y un inabarcable número de sonrisas y brazos en alto que no dejaban de agitarse.
Los hinchas esperaban, y mientras lo hacían, vivieron una fiesta. Esa fiesta, inexplicable, desprevenida y espontánea, por la cual, sólo aquellos locos por el fútbol, pueden apasionarse.