MIéRCOLES, 27 DE NOV

Huellas de la cárcel en primera persona: el calvario de la libertad y la quimera de la «reinserción»

A partir de charlas profundas y sin tapujos con dos personas que atravesaron el infierno del encierro, Conclusión explora en el relato de una vida de exclusión que los vio entregarse al delito, a veces no sólo por necesidad sino por el desesperado anhelo de pertenecer. El segundo y concluyente artículo con las claves para entender la realidad de muchos sectores marginales y la psique delictiva.

Por Alejandro Maidana

Fernando Guidi es de origen marplatense, pisó tierras cordobesas cuando se separaron sus padres y él se encontraba terminando la primaria. Al año siguiente sufrió la pérdida de su papá, le tocó crecer en institutos de menores con la idea que los mismos le iban a asegurar la posibilidad de conocer un oficio y asegurarse el techo, lamentablemente eso estuvo lejos de cumplirse. “No creo que le erres tanto a la nota como yo a la vida, pero bueno, son las cartas con las que me tocó jugar. Lástima que nadie me advirtió que al mazo le faltaban varias, cayendo siempre en la misma trampa.” De esta manera iniciaría su diálogo con Conclusión, alguien que sigue peleándole a la estigmatización estatal y a la falta de oportunidades de un sistema que aborrece a los de abajo.

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Al salir del instituto de menores y no contar con la posibilidad de reinsertarse a su familia, Guidi conoció la calle, el hambre y el frío, algo que lo empujaría indefectiblemente a un final anunciado. “Mi destino estaba escrito, me fui quedando sin opciones, la cárcel me esperaba, ya que debido a un robo calificado terminé encerrado en el Bouwer, pero lejos de ser ese mi final, fue el comienzo de una nueva vida. A los 18 dejé el instituto de menores, por ello pasé 3 en la calle dando vueltas hasta que caí preso a los 21 permaneciendo hasta los 25, ya que salí dos años antes con la condicional. Lamentablemente después de más de 12 años de finalizada mi condena, aun me encuentro privado de mi libertad en esta falsa libertad sin derechos”.

Siempre fue consciente de sus actos, pero en la calle no había alternativa alguna para poder gambetear al delito. “Yo sabía que estaba mal lo que iba a hacer, pero no veía en ese momento otras opciones, si bien no maté ni violé a nadie, me hice cargo de todo lo que se me acusó, que fue un poco más de lo que cometí en realidad. Pero bueno, sería el comienzo de un gran cambio en mí, que como te comenté me sometí a un tratamiento psicológico voluntario que me permitió abrir mi mente en el encierro y poder ser libre de alguna forma, más allá de las limitaciones físicas”.

Basta con repasar algunos de los dibujos que realiza para poder contemplar lo maravilloso de los mismos, “otra de las cosas que pude encontrar es la faceta de artista, incluso dentro del penal pude crear varias historietas. Quiero recordar a la primera que lamentablemente me trajo muchas represalias del servicio penitenciario, la misma tenía un dibujo de dos internos agarrados de una reja y eso les sirvió de excusas para hablar de un posible plan de fuga. Entiendo que esta situación surge después de que varias de mis creaciones se publicaron en un diario”, comentó.

Por leyes y ordenanzas reaccionarias al art 51 del código penal, alguien como yo, con antecedentes penales, no tiene posibilidad de trabajar en ninguna de sus formas salvo que sea en negro o mediante el trabajo ilegal.

Tozudo y resiliente, facetas que lo ayudaron a  Fernando a poder acceder un importante taller de plástica y pensamiento artístico. “Mis dibujos debían circular solo dentro del aula y no traspasar los muros, por suerte pude abrazar un concepto excelente entre los profesores de esta importante extensión de la universidad de filosofía y humanidades. Envalentonado con esto decidí ingresar a un taller de periodismo, algo muy interesante que hizo que me cruce con periodistas de la voz del interior que ingresaron al penal para traer una idea laboral. Así fue como surge una revista de humor tumbero, que gracias al trabajo de grandes profesionales y el humilde aporte de los muchachos del taller, me hizo partícipe de la feria del libro”.

No tiene duda alguna de que el mayor poder de transformación radica en uno mismo, “nunca esperé nada de nadie, ni siquiera de dios mismo. Aprendí que nada ni nadie es más poderoso que uno mismo para buscar las respuestas que necesita a su vida. Mi sueño en ese momento era salir y enfrentar la vida con otras herramientas como lo fueron mis propias manos, como lo hice con el dibujo cuando estuve privado de la libertad, llegando a presentar en la feria del libro. Como lo hice al salir armándome con esas mismas manos con las que delinquí, el carro de panchos con el que me gané la vida muchos años trabajando en la ilegalidad y sin la posibilidad o el derecho, a contar con un permiso para poder trabajar. Hasta el día de hoy no me permiten reinsertarme a la sociedad ganándome honesta y dignamente el pan”.

La libertad, ese tesoro tan preciado que atraviesa las fibras de una manera muy subjetiva, tanto como lo va a relatar Guidi. “Al recuperar mi libertad lo primero con lo que me encontré fue con el impedimento de poder conseguir trabajo como empleado al tener antecedentes penales. Fue cuando después de ser milagrosamente empleado en una empresa de carritos pancheros, busque independizarme saliendo a vender panchos por mi cuenta en una bici de reparto que modifiqué implantándole una cocina en su canasto. Obviamente con eso no me iban a habilitar, por más que coincidía con los requerimientos básicos para los carros ambulantes, pero a pesar de las negativas, igual me sirvió para comenzar a trabajar por mi cuenta y a su vez progresar en la ‘ilegalidad’.”

Lo que no nunca imaginó, es que tampoco podría trabajar por sus propios medios al contar con antecedentes penales. “Por más que realicé varias notas periodísticas reclamando ese derecho básico de subsistencia, no se me permitió completar los tramites del permiso. Ni siquiera cuando me encadene por sesenta días en mi lugar de trabajo, allí comencé a darme cuenta a donde estaba parado ante la ley, y era afuera de toda posibilidad de reinserción social por medio propio, o en relación de dependencia. Por leyes y ordenanzas reaccionarias al art 51 del código penal, alguien como yo, con antecedentes penales, no tiene posibilidad de trabajar en ninguna de sus formas salvo que sea en negro o mediante el trabajo ilegal, como si estuviera delinquiendo, debía esconderme de la ley para ganarme honestamente el pan”.

Una realidad que se complejiza día tras día, y que ahora debe sumarle el contexto pandémico que nos viene atravesando. “Ahora con todo esto del virus, menos que menos puedo trabajar teniendo antecedentes. Tuve que dejar de ‘traficar’ panchos porque no poseo una habilitación que me lo permita hacer, ya no son solo los inspectores municipales los que me lo impedían, sino ahora también la misma policía que ‘nos cuida’, es el Estado quién no permite que pueda ganarme dignamente el pan. Tuve que guardar mi carro con todo el dolor e impotencia para no perder nuevamente mi libertad, al pretender trabajar sin autorización”.

Ya pagamos nuestras deudas, nuestras cadenas se siguen cobrando de nuestros derechos para poder venderle a la sociedad mas «seguridad».

Y así fue como Fernando Guidi volvió a reinventarse una vez más, haciéndole frente a las distintas barreras  que les impone un Estado que lejos de contenerlo, lo empuja nuevamente al precipicio de las oportunidades. “Bajo este nuevo encierro social, me vi obligado a evolucionar ante esta nueva adversidad, ahora ‘trafico’ pizzas de muy buena calidad, hago el delivery con una mochila de Pedidos Ya y vestido con la chaquetilla de cocinero que usaba para los panchos sumado al  barbijo. En el lugar que vivo somos tres, estoy ocasionalmente aquí y con la cuarentena todos nos quedamos sin nuestras fuentes de trabajo, fue entonces que les propuse usar un horno pizzero chico que tenían los pibes para salir del paso. Hacemos propaganda a través de las redes sociales, encargándome de salir a entregar los pedidos en bici por toda la villa y sus alrededores, con el alto riesgo de que me roben o me detenga la policía por no tener autorización para trabajar. Supongo que al haber trabajado tanto tiempo, casi dos años con el tema panchos en la plaza de la villa, me hice bastante conocido y no me termino de sorprender porque en cada rincón al que voy con las pizzas, me reconocen todos y me saludan como el panchero”.

Cada salida en búsqueda del sustento que le permita poder ‘parar la olla’, representa un verdadero calvario, un infierno abrasador de las sienes que todo lo condiciona. “Hasta ahora vengo zafando, pero sinceramente no se por cuanto tiempo, ya que no tenemos derechos ni oportunidades para poder trabajar en regla, por ello ‘traficamos’ altas pizzas junto a nuestro derecho a trabajar en una sociedad temerosa, prejuiciosa e ignorante que aplaude la mano dura gracias a los medios de comunicación que preparan el terreno para asfixiar aun más la voluntad de quien busca hacer bien las cosas, para no reincidir en el delito como sería mi caso. Muchos piensan que la delincuencia es un problema social o un simple gusto por la vida fácil, no pueden imaginarse que no exista la vida fácil de este lado, sencillamente porque no existen nuestros derechos a hacer bien las cosas al recuperar la libertad. No se imaginan que la delincuencia representa un negocio jurídico y político con consecuencias sociales, sencillamente no lo saben porque nunca robaron y pagaron su deuda con la sociedad, quizás porque nunca necesitaron hacerlo. Nunca cayeron como uno e intentaron levantarse con el peso de nuestras cadenas siendo que ya pagamos nuestras deudas, nuestras cadenas se siguen cobrando de nuestros derechos para poder venderle a la sociedad más «seguridad», cuando por ley se aseguran lo contrario por más de diez años extra a la condena ya cumplida y finalizada”.

Un luchador inclaudible, un terco, como se define Fernando Guidi, que no le escapa a la discusión sobre la perversidad de un sistema que no es otra cosa que una pegajosa telaraña. Alguien que desde que pisó el afuera nuevamente, no ha dejado de sortear las incontables trabas que le impone un Estado que lejos de otorgarle una mano, busca acorralarlo empujando su reincidencia.

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