“Nunca perseguí la gloria / ni dejar en la memoria / de los hombres mi canción; / yo amo los mundos sutiles, / ingrávidos y gentiles / como pompas de jabón. / Me gusta verlos pintarse / de sol y grana, volar / bajo el cielo azul, temblar / súbitamente y quebrarse. / ¿Para qué llamar caminos / a los surcos del azar?… / Todo el que camina anda, / como Jesús, sobre el mar”. El precedente fragmento de Proverbios y cantares es oportuno para recordar que un día como hoy, pero de 1939, moría su autor: el poeta sevillano Antonio Machado.

Perteneciente al movimiento literario conocido como Generación del 98, Machado probablemente sea el poeta de su época que más se lee todavía.

Hijo de Antonio Machado Álvarez, alias Demófilo, Antonio Machado nació en Sevilla, el lunes 26 de julio de 1875, y vivió luego en Madrid, donde estudió. En 1893 publicó sus primeros escritos en prosa, mientras que sus primeros poemas aparecieron en 1901.

En 1899, Machado viajó a París, donde vivía su hermano, el poeta Manuel, con quien en lo sucesivo emprenderá una carrera conjunta de autores dramáticos, y trabajó de traductor para la editorial Garnier. Allí entró en contacto con, por ejemplo, Oscar Wilde y Pío Baroja y asistió a las clases del filósofo Henri Bergson, que lo impresionaron profundamente.

En 1902 volvió a visitar París, donde conoció al poeta nicaragüense Rubén Darío, del que será gran amigo durante toda su vida.

En Madrid, por esa época conoció también a Miguel de Unamuno, Ramón del Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez y otros destacados escritores con los que mantuvo una estrecha amistad.

En 1907 publicó Soledades, Galerías y otros poemas, una versión ampliada de Soledades, y ganó las oposiciones al puesto de catedrático de francés. Eligió la vacante del instituto de Soria, donde conoció a Leonor Izquierdo, una joven con la que se casó dos años después. Ella tenía 15 años y él, 34.

En 1911 Machado viajó a París al conseguir una beca para ampliar sus estudios.

Pero Leonor se enfermó de tuberculosis y murió en 1912, lo que sumió a Machado en una gran depresión y lo llevó a solicitar su traslado a Baeza, en Jaén, donde vivió con su madre dedicado a la enseñanza y al estudio.

En 1927 Machado fue elegido miembro de la Real Academia Española de la lengua.

Durante los años 20 y 30 escribió teatro en compañía de su hermano Manuel, estrenando varias obras entre las que destacan La Lola se va a los puertos (1929), y La duquesa de Benamejí (1931).

La Guerra Civil Española

El estallido de la Guerra Civil Española a Machado lo sorprendió en Madrid, desde donde marchó a Valencia. Vivió en la localidad de Rocafort desde noviembre de 1936 hasta marzo de 1938. En 1937 publicó La Guerra. Entre 1937 y 1939, Machado escribió 26 artículos para el periódico La Vanguardia, que en aquella época era el órgano de expresión del gobierno de la República y recogía firmas de los más destacados intelectuales y escritores que apoyaron la causa republicana.

En enero de 1939, tras la caída de Barcelona, huyó de España y se exilió en el pueblo costero francés de Collioure.

Villa marinera mediterránea de belleza sobrecogedora a los pies de los Pirineos, allí habían acudido, a principios del siglo XX, los pintores franceses Henri Matisse y André Derain, atraídos por la luz de su puerto pesquero y el colorido de sus casas que inmortalizaron en sus lienzos.

Pero hacia 1939 densos nubarrones se cernían sobre la bella Collioure: la villa era parte de una Francia acobardada por la amenaza nazi, y que no dudaba en recluir en campos de refugiados a los miles de españoles, mujeres y niños, que huían de la barbarie de la guerra civil fratricida que desangraba su patria.

Y fue así que un lluvioso 28 de enero de 1939 el autor sevillano junto a parte de su familia –su madre, Ana Ruiz; su hermano José y la mujer de éste– bajó del tren que lo condujo desde Barcelona hasta esta pequeña localidad francesa de unos 3.000 habitantes.

Collioure era la última etapa del penoso periplo de Machado hacia el exilio huyendo de la Guerra Civil Española por sus ideales republicanos.

Aquel día gris, acompañados por el periodista y escritor madrileño Corpus Barga, los Machado se dirigieron, por recomendación de un ferroviario, hasta el cercano hotel Bougnol-Quintana tras un corto pero difícil recorrido a pie y en taxi en el que la madre de Machado, exhausta y desorientada, preguntaba cuándo llegarían a Sevilla.

Tras una breve parada para reponerse del trayecto, los Machado se instalaron en el hotel, donde el poeta, casi sin dinero y ya gravemente enfermo de neumonía, murió apenas un mes después de su llegada a Collioure y tres días antes que su madre, el miércoles 22 de febrero de 1939.

La pensión, ubicada en una calle que hoy lleva su nombre, conserva intacta la habitación en la que ambos pasaron sus últimos días y en la que probablemente Machado escribió uno de sus últimos versos, el que a su muerte encontró su hermano en el bolsillo de su abrigo: “Estos días azules y este sol de la infancia”.

La muerte del gran poeta cerró un ciclo ominoso abierto al inicio de la revolución española, con el crimen cometido por la guardia civil franquista contra el otro coloso de las letras españolas, Federico García Lorca.

La divisa libertaria es rotunda y la leyenda acredita que el poeta de Soledades (1903) se dejó morir de tristeza, indignación, desesperanza, presagiando la llegada de la larga noche franquista y su clima de muerte, prisión, censura, traición y sometimiento. Es que Machado dio la espalda a una dictadura atroz que duraría 40 años, cercenando lo mejor de varias generaciones de españoles y truncando un impulso humanista sin paralelo en la Europa de su tiempo.

Con él hay que recordar también a una pléyade de escritores y pensadores como Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Posadillo, Miguel Hernández, Rafael Alberti y León Felipe, entre otros, quienes se opusieron también al golpe de los falangistas y pagaron muy cara su limpia osadía, unos con la muerte y otros con el exilio, donde experimentaron en carne propia los inmortales versos de Machado: “Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más; / caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar”.