SáBADO, 30 DE NOV

Bailando con los impuestos en la cubierta del Titanic

El diseño de un sistema impositivo racional, que asegure recaudación y permita el desarrollo productivo, supone pocos impuestos de base general y sostenible en el tiempo. Esto requiere un debate profundo y participativo, sin las urgencias de la aprobación presupuestaria.  

Los impuestos, a lo largo de la historia, han sido causa de revoluciones y rebeliones en mayor medida que las ideologías. Para citar los ejemplos más emblemáticos vale recordar el impuesto al té en los causales de la independencia de Estados Unidos o el impuesto al pan, uno de los disparadores importantes de la revolución francesa.

Aplicar impuestos, sin estudiar el contexto social y económico, puede generar efectos contrarios a los esperados. Siempre que existe un problema fiscal, inevitablemente el parlamento incrementará algún impuesto y si es posible con algún barniz ideológico: hay que “gravar a los ricos, desalentar vicios o cuidar el medio ambiente”.

En la práctica siempre hay un límite hasta el cual el contribuyente está dispuesto a pagar, más allá de lo que considera razonable, asume el riesgo de la desobediencia que en general aparece bajo la forma de la evasión, sea porque no se puede pagar o de pura avivada criolla.

Nuestro país tiene una evasión crónica y enorme, que no ha bajado ni endureciendo leyes, ni siquiera con la ley penal, donde la evasión se condena con la cárcel. El reciente blanqueo que se presentó como el más exitoso de la historia mostró la cuantía de la evasión.

Hoy la economía está en recesión, cae la recaudación real, y el Gobierno aspira al déficit cero; como el gasto es muy rígido a la baja, se plantea aumentar impuestos en medio del debate presupuestario.

Nada garantiza que los nuevos impuestos serán recaudados, pero si se gastara a cuenta de esa mayor recaudación hipotética y el imaginario déficit cero —que se asemeja al arco iris —, por más que caminemos nunca lo podemos alcanzar.

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Impuestos internos , al tabaco, alcohol o combustibles, con tasas altas y sin acuerdo tributario con países vecinos, constituye el festín de los contrabandistas, que llegan al colmo de exportar sin impuestos a países limítrofes y luego ingresar de contrabando los productos argentinos.

Tasas altas del impuesto al valor agregado aumentan la tentación de las ventas en negro, sobre todo en la etapa minorista; fenómeno parecido ocurre con el empleo en negro, cuando los impuestos al trabajo son muy altos.

Incluso impuestos de mucho volumen y fácil recaudación como el impuesto a los combustibles han sido objeto de maniobras delictivas al usar el tributo para financiar negocios privados.

El diseño de un sistema impositivo racional, que asegure recaudación y permita el desarrollo productivo, supone pocos impuestos de base general y sostenible en el tiempo. Esto requiere un debate profundo y participativo, sin las urgencias de la aprobación presupuestaria.

No podemos pedir que todos los legisladores sean especialistas en tributación, pero al menos que los impuestos dejen de aplicarse con eslóganes derivados de prejuicios ideológicos.

El único impuesto que no se puede evadir, pero que es el más inequitativo, es la inflación. Desde hace décadas ha sido el recurso más usado y el que más pobres ha generado.

Como somos incurables y volvemos a chocar con la misma piedra, una generación destruye la moneda y la que sigue el crédito; cuando nadie nos fía tocamos las puertas del FMI, cuyas recetas siempre agravan la situación, más impuestos, más tarifas, más inflación, más pobres.

La locura es hacer siempre las mismas cosas y esperar resultados distintos. ¿Por qué las consecuencias de la tablita de Dujovne van a resultar distintas de las de Martínez de Hoz?

Los grandes jugadores financieros tienen ganancias aseguradas que no se registran en otras partes del planeta, pero como no hay crecimiento, sus ganancias son la pérdida de otros , en general los que tienen ingresos fijos, asalariados, jubilados, pensionados y los que reciben planes asistenciales.

Seguramente alguien dirá que en la emergencia hay que tomar decisiones de emergencia y los impuestos que aumentarán o se crean durarán poco tiempo, hecho que desmiente nuestra historia: los impuestos de emergencia atraviesan los siglos.

Lo razonable, y además previsto por la ley de administración financiera, es separar el tratamiento de los impuestos de la ley de presupuesto y medir en un debate abierto el impacto en la economía real.

De tanto parche, nuestro sistema ha devenido en un adefesio insostenible; para los que quieren cumplir es el camino a la ruina, y un negocio muy rentable para los evasores militantes , y con recaudación insuficiente para afrontar el gasto del Estado.

Un primer acuerdo serio, de gobernabilidad, debería pasar por definir un sistema tributario que ponga eje en el crecimiento de la economía, y terminar con viejos y reiterados caminos que conducen inevitablemente al fracaso. Y no debería ser una deshonra para el Congreso escuchar las opiniones de los estudiosos en la materia.

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