LUNES, 02 DE DIC

La carta de Arturo Jauretche a un cirujano que vivió en Rosario y fue ministro de Yrigoyen

La mirada sobre el mundo de las finanzas, de los medios de comunicación y de la política del titular de Forja quedó expuesta en la nota fechada en 1942 y que no acusa el paso del tiempo.

El presidente de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (Forja), Arturo Jauretche, supo enviarle una carta al cirujano José Benjamín Ábalos quien se desempeñaba como cirujano en la ciudad de Rosario.

En la nota fechada el 9 de julio de 1942, Jauretche dejó algunas consideraciones que a la luz de los tiempos que corren, puede decirse que estuvo pensada para lo que sucede en estos días.

Ábalos había sido ministro de Obras Públicas de Hipólito Yrigoyen, y anteriormente compañero de la insurrección de los Libres de Jauretche.

Entre muchos temas, el principal animador de Forja supo escribirle por aquellos tiempos al respecto del mundo de las finanzas, de los medios de comunicación y de la política:

«Mientras no comprendamos que hay una superestructura que rodea al Estado y lo somete a sus fines, constituida por la finanza, no comprenderemos nada.

El vigilante no está puesto para cuidar la libertad de los argentinos, sino para impedir que la libertad de los argentinos lastime los intereses de la finanza.

Pues bien, tenemos que crear las instituciones de la Causa en que la función del vigilante sea meter la finanza en vereda para que no lastime la libertad del pueblo.

De otra manera, las mejores intenciones se verán quebrantadas, o serán dejados de lado los bien intencionados.

Hoy no hay, por ejemplo, libertad de prensa, sino libertad de empresa. Cuanto más grande es un periódico más depende de los grupos financieros y los mismos partidos tienen que ir de claudicación en claudicación, pues son los grupos financieros los que proporcionan recursos que obligan; el que no los acepta se coloca en inferioridad de condiciones.

Aún en el seno mismo de los partidos, depende del periodismo manejado por la finanza el prestigio personal; de manera que el nombre y la personalidad no la hace ni la conducta, ni la capacidad, sino el elogio de la tal prensa, pues aquél que pretenda tener conducta propia está condenado al silencio y a la difamación.

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