MARTES, 26 DE NOV

Hikikomori: cuando el aislamiento se convierte en una cárcel

De origen japonés, este síndrome afecta a millones en ese país asiático y se expande por todo el mundo. El aislamiento como principal alerta de una patología temible.

Tiempo atrás una persona ermitaña estaba relacionada a aquella que buscaba lo frondoso de un bosque, las alturas de una montaña, o cualquier isla que le garantizara el no contacto con seres de su misma raza. Lo abrumadora que muchas veces resulta la sociedad, el ulular permanente de las grandes metrópolis y la imposición siempre impúdica del consumo, pueden empujarnos en más de una oportunidad a interpelar el derrotero de nuestros días para cambiarlos de manera radical.

Ahora, gambetear a Cronos para pensar en el tiempo como un viejo dios vetusto y deshilachado, nada tiene que ver con el síndrome de Hikikomori. Quién se recluye voluntariamente en su habitación, postergando su actividad social, laboral y académica durante al menos 6 meses, puede estar padeciendo el mismo.

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Hikikomori es un término de origen japonés que se puede traducir al castellano como «reclusión» o «confinamiento» y que tiene su punto de partida en el año 2000. Quienes padecen esta enfermedad se aíslan de la sociedad que los rodea para vivir como modernos ermitaños que no salen de su habitación, habitualmente pegados a una pantalla, ya sea de un celular, computadora, televisión o vertientes de las mismas. La franja etária ronda entre los 15 y 39 años.

Cabe destacar como un dato nada menor, que muchos de los Hikikomori han estado recluidos por espacio de 3 años, mientras que otros ostentan un record un tanto menor habiendo pasado 365 días encerrados. El 8% no tiene relación alguna con la sociedad, salvo con otros hikikomori. Se puede relacionar a este síndrome con el alto nivel adquisitivo de esa familia, ya que esa estabilidad les permite prescindir de las actividades comunes que abrazan a gran parte de la población.

Se denomina “Nito” a aquellos que salen de la habitación para poder realizar sus compras o sencillamente por hobby, pero ni trabaja ni estudia. El camino que recorre un joven para terminar convirtiéndose en hikikomori, puede mostrar distintas colectoras. Una relación espinosa con sus padres, el agobio escolar y la sensación de fracaso pueden ser algunas de las respuestas a cientos de preguntas que circulan día tras día. El grueso de los que padecen esta enfermedad se ubican en una franja que va de los 16 a 26 años, algo que analizando lo antes mencionado cobra aun más sustento.

Esta fobia social aguda lleva a perder todo tipo de habilidad para poder volver a relacionarse. Hikikomori se ha incluido en el vocabulario de los japoneses, algo peligroso que estaría hablando de la naturalización de un síndrome.

Aunque este fenómeno proviene de Japón y se asocia a la cultura exigente, competitiva e individualista nipona, poco a poco se ha ido extendiendo como una pandemia al resto del mundo, si bien con características diferentes según cada sociedad. En España esta patología es conocida como ‘’de la puerta cerrada’’, y acumula ya más de 400 casos en los últimos años. En Japón, los afectados se cuentan por millones.

Los síntomas principales que podrían anunciar el aislamiento son:

*Rechazo a asistir al colegio debido en muchas ocasiones al acoso escolar.

*Pérdida total de amigos o desengaño amoroso.

*Escasas habilidades sociales de base.

*Baja autoestima.

*Personalidad depresiva.

*Excesiva dependencia de las relaciones familiares.

*Insomnio o alteración de los ritmos diarios (duermen por el día y permanecen activos por la noche).

*Presión familiar para que cumplan su papel con la sociedad (estudiar, buscar trabajo) y para que cumplan las expectativas o los planes que sus padres tienen para ellos.

*Escasa o nula tolerancia a la frustración, entre otras.

Todo comportamiento que represente un círculo vicioso, compulsivo o adictivo, te va a pedir más y más tiempo. Primeramente va a ser una hora, después dos, hasta naturalizarlo, y es allí donde comienza el problema, porque uno se cuestiona, no se interpela. En tiempos de hiperconexión, esquivarla es un acto de rebeldía saludable.

 

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