MIéRCOLES, 27 DE NOV

Cecilia se recupera en un santuario de Brasil junto a otros orangutanes

La mona, “cuando llegó estaba deprimida”, cuentan los veterinarios del lugar que también aloja otros ejemplares que han sufrido maltratos en circos o zoológicos.

Por Rosa Sulleiro/NA

Como la mayoría de sus compañeros, este chimpancé de 20 años tenía el alma rota cuando llegó en abril al Santuario de Grandes Primates de Sorocaba, 100 kilómetros al oeste de Sao Paulo.

Venía procedente de un zoológico de Mendoza, en Argentina, donde había pasado toda su vida encerrada en una jaula, sin jamás sentir la hierba y consumida por la soledad tras la muerte de sus colegas Charly y Xuxa.

Sus «deplorables» condiciones fueron denunciadas por una ONG local, que consiguió que una jueza le concediera un habeas corpus para trasladarla al Santuario, considerándola un «sujeto de derecho no humano».

Cecilia había hecho historia, convirtiéndose en el primer chimpancé en el mundo en ser efectivamente transferido con una orden de este tipo, según especialistas, aunque la tristeza le paraba el pulso.

«Cuando llegó no tenía problemas físicos, pero estaba muy deprimida. Pasaba el tiempo acostada, no interactuaba con nadie», recuerda la veterinaria Camila Gentille, quien es capaz de reconocer a los 52 chimpancés que viven en el Santuario como si fueran familia.

La mayoría vive formando pequeños grupos en extensos recintos donde pueden correr, jugar y, sobre todo, sentir que no están solos. Aunque las marcas de algunos son demasiado profundas y necesitan fármacos para salir adelante o dejar de automutilarse.

Desde lo alto de una de las torres que coronan cada espacio, los gritos y golpes secos de Dolores hablan de los traumas que se trajo del circo donde trabajó parte de sus 18 años, y que apenas le permiten relacionarse.

Ella no ha podido romper con el dolor como lo hizo Jimmy, quien llegó al Santuario tras una intensa lucha legal contra el zoo donde vivía hacinado cerca de Rio, y ejerce ahora de ejemplar padre adoptivo de Sofía, Sara y Suzi.

Con la complicidad de los viejos compañeros de viaje, Jango muestra su enorme sonrisa sin dientes cuando ve llegar a este microbiólogo cubano de 77 años, que hizo de su afición por los animales una lucha que dura ya casi dos décadas.

A este veterano chimpancé al que le encantan los macarrones le castraron y arrancaron la dentadura en un circo del interior de Brasil antes de llegar al Santuario en 2003.

Por entonces, Ynterian ya había comenzado a invertir parte de la fortuna que hizo con la venta de materiales de laboratorio para convertir sus terrenos de Sorocaba en un íntimo retiro para los animales que ya no podían volver a la vida salvaje.

Sus prioridades habían cambiado tres años antes cuando adquirió a Guga, un chimpancé de pocos meses, que en la época costaba alrededor de 20.000 dólares.

«Yo quería que viviera con nosotros, lo cual es una imbecilidad total. Con él comenzamos a descubrir un mundo que no conocíamos, que es el de los abusos que se hacían contra ellos», rememora mientras pasea por este terreno donde trabajan ahora unos 30 empleados.

Pronto se asoció con el Proyecto internacional GAP de lucha por los derechos de los grandes primates y comenzó una campaña de denuncias contra circos y zoológicos, que le multiplicó los enemigos y casi le cuesta la vida.

«Tuve problemas serios, e incluso me intentaron matar hace años porque el mercado de los animales mueve mucho dinero», cuenta sobre la época más cruda.

De aquel tiempo es la denuncia que le interpuso la Unión Brasileña de Circos Itinerantes, acusándole de integrar una red de tráfico de especies. Tras abrirle una investigación, la fiscalía archivó la causa en 2012, según confirmó a la AFP el Ministerio Público de Sao Paulo.

Primeros pasos

Y la última lucha de este hombre, que no dudó en contar a los medios brasileños cómo participó en un atentado fallido contra Fidel Castro en 1962, ha sido por Cecilia.

«Aquí está conociendo un mundo diferente: primero puede andar por la tierra, por el césped, es libre en aquel territorio provisorio, y ya ve que existen otros chimpancés y familias cerca», asegura convencido de que, con el tiempo, también vencerá al miedo y podrá compartir su recinto.

«Ella está buscando eso, integrarse con alguien para dejar de vivir sola. Y lo va a conseguir», afirma. Después del fracaso de su acercamiento con el impetuoso Billy, el equipo del Santuario confía en que habrá más química con Marcelino, quien precisa salir del amplio espacio que comparte con su familia porque cada vez se lleva peor con su padre.

Pero serán ellos quienes dicten los tiempos, si quieren vivir juntos o compartir algo más que apartamento. Ella, mientras, no deja de caminar, como si quisiera recuperar los pasos que le robaron.

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