MIéRCOLES, 27 DE NOV

¿De qué manera actúa la Divina Providencia en nuestras vidas?

¿Qué necesitamos hacer para vivir tranquilo, si creemos que Dios creó, preserva y gobierna el mundo y si pensamos que nada sucede sin su voluntad?

¿Qué necesitamos hacer para vivir tranquilos? Si creemos que Dios creó, preserva y gobierna el mundo. Y si pensamos que nada sucede sin la voluntad o el permiso de Dios. Al punto que están contados los cabellos de nuestras cabezas.

Entonces necesitamos descansarnos en la Divina Providencia.

El Catecismo Católico dice: “Llamamos Divina Providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección…” (CIC 302)

La doctrina de la Providencia Divina afirma que Dios está en control completo de todas las cosas.Él es soberano sobre el universo como un todo (Salmo 103: 19), sobre el mundo físico (Mateo 5:45); sobre los asuntos de las naciones (Salmo 66: 7), sobre el destino humano (Gálatas 1:15); sobre los éxitos y los fracasos humanos (Lucas 1:52), y sobre la protección de su pueblo (Salmo 4: 8).

A través de la Providencia Divina es que Dios lleva a cabo Su voluntad y para garantizar el cumplimiento de sus propósitos, gobierna los asuntos de los hombres y trabaja a través del orden natural de las cosas.

Como regla general, para preservar y gobernar el mundo, Dios utiliza las leyes de la naturaleza. Pero sabemos que Él sigue siendo Dueño y Señor de la naturaleza.

De allí que, cuando así lo decide con su Sabiduría Infinita, puede cambiar las leyes de la naturaleza: cambiar la naturaleza de las cosas creadas, aumentar o disminuir sus fuerzas, sustituir esas fuerzas por su poder divino, etc.

Es decir, Dios puede realizar “milagros” cuando así lo decide.

Las innumerables mediaciones de que Dios se vale -una persona, un libro, un encuentro, una persecución- no eliminan la inmediatez propia de la acción divina.

Gobierno providencial

Estos son los medios por los que Dios realiza su gobierno providencial:

-Por las leyes físicas, que imprime y mantiene vigentes en las criaturas. El Señor hizo desde el principio sus obras,

“las ordenó para siempre y les asignó su oficio, según su naturaleza…. y jamás desobedecerán sus mandatos” (Sir 16,27.29).

-Por las leyes morales, y las iluminaciones y mociones particulares con las que dirige al hombre. El Señor no solamente creó al hombre, y por las leyes morales “le llenó de ciencia e inteligencia, y le dio a conocer el bien y el mal” (Sir 17:6), sino que además obra una y otra vez sobre él; “es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito” (Flp 2:13).

Un ejemplo: el anciano Simeón, “movido por el Espíritu Santo, vino al Templo” y encontró a Jesús (Lc 2:27).Aquí no hay casualidad, hay providencia.

El hombre carnal atribuye todo lo que hace a sí mismo, a la casualidad o a las causas segundas.Pero dice verdad la Escritura inspirada cuando afirma que Simeón fue al Templo movido por un Intimo impulso de Dios providente.Toda nuestra vida está llena de iluminaciones y mociones de Dios.

-Por la oración de petición. El Señor quiere que pidamos; nos manda pedir, “Pedid y se os dará” (Lc 11:9).La oración de petición es eficaz, pero no porque cambie o fuerce la voluntad de Dios providente, sino porque ayuda a que en el hombre se realice el plan de Dios.

Sin necesidad de grandes especulaciones filosóficas y teológicas, los creyentes siempre han sabido que sus peticiones a Dios eran escuchadas, eran eficaces.Así Judit, antes de obrar, ora: Señor, “tú ejecutas las hazañas, las antiguas, las siguientes, las de ahora, las que vendrán después…” (Jdt 9:12-14).

Santo Tomás concilia la inmutabilidad de la providencia y eficacia de la oración de petición:“Excluir el efecto de la oración (alegando la inmutabilidad de la providencia de Dios) equivale a excluir el efecto de todas las otras causas”.

Así pues, si la inmutabilidad del orden divino no priva a las demás causas de sus efectos, tampoco resta eficacia a la oración.En consecuencia, las oraciones tienen valor no porque cambien el orden de lo eternamente dispuesto, sino porque están ya comprendidas en dicho orden” (S. Contra Gentiles III,96).

Otras más

-Por intervenciones extraordinarias y milagrosas. La fe cristiana nos enseña que Dios puede hacer y a veces hace milagros.Los santos suelen hacer no pocos milagros y es tan ‘normal’ que los hagan, que sin ellos la Iglesia no ‘reconoce’ oficialmente la santidad.

Pues bien, también por modos extraordinarios y milagrosos, la providencia de Dios gobierna la vida de los hombres y de los pueblos.Y si los milagros no son más frecuentes, esto se debe ante todo – como dice Jesús – a nuestra poca fe (Mt 13:57-58; Mc 6:3-6).

La Providencia de Dios dirige el curso de la historia de la humanidad.Especialmente en la Biblia vemos cómo guió al pueblo de Israel, cómo preparó a la humanidad para la venida del Mesías.Y, aunque no está escrito y tal vez no nos damos cuenta, sigue también guiando a la humanidad hacia el fin de este mundo terreno y el paso a la eternidad.

¿Qué necesitamos hacer para vivir tranquilos? Si creemos que Dios creó, preserva y gobierna el mundo. Y si pensamos que nada sucede sin la voluntad o el permiso de Dios. Al punto que están contados los cabellos de nuestras cabezas.

Entonces necesitamos descansarnos en la Divina Providencia.

El Catecismo Católico dice: “Llamamos Divina Providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección…” (CIC 302)

La doctrina de la Providencia Divina afirma que Dios está en control completo de todas las cosas.Él es soberano sobre el universo como un todo (Salmo 103: 19), sobre el mundo físico (Mateo 5:45); sobre los asuntos de las naciones (Salmo 66: 7), sobre el destino humano (Gálatas 1:15); sobre los éxitos y los fracasos humanos (Lucas 1:52), y sobre la protección de su pueblo (Salmo 4: 8).

A través de la Providencia Divina es que Dios lleva a cabo Su voluntad y para garantizar el cumplimiento de sus propósitos, gobierna los asuntos de los hombres y trabaja a través del orden natural de las cosas.

Como regla general, para preservar y gobernar el mundo, Dios utiliza las leyes de la naturaleza. Pero sabemos que Él sigue siendo Dueño y Señor de la naturaleza.

De allí que, cuando así lo decide con su Sabiduría Infinita, puede cambiar las leyes de la naturaleza: cambiar la naturaleza de las cosas creadas, aumentar o disminuir sus fuerzas, sustituir esas fuerzas por su poder divino, etc.

Es decir, Dios puede realizar “milagros” cuando así lo decide.

Las innumerables mediaciones de que Dios se vale -una persona, un libro, un encuentro, una persecución- no eliminan la inmediatez propia de la acción divina.

Gobierno providencial

Estos son los medios por los que Dios realiza su gobierno providencial:

-Por las leyes físicas, que imprime y mantiene vigentes en las criaturas. El Señor hizo desde el principio sus obras,

“las ordenó para siempre y les asignó su oficio, según su naturaleza…. y jamás desobedecerán sus mandatos” (Sir 16,27.29).

-Por las leyes morales, y las iluminaciones y mociones particulares con las que dirige al hombre. El Señor no solamente creó al hombre, y por las leyes morales “le llenó de ciencia e inteligencia, y le dio a conocer el bien y el mal” (Sir 17:6), sino que además obra una y otra vez sobre él; “es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito” (Flp 2:13).

Un ejemplo: el anciano Simeón, “movido por el Espíritu Santo, vino al Templo” y encontró a Jesús (Lc 2:27).Aquí no hay casualidad, hay providencia.

El hombre carnal atribuye todo lo que hace a sí mismo, a la casualidad o a las causas segundas.Pero dice verdad la Escritura inspirada cuando afirma que Simeón fue al Templo movido por un Intimo impulso de Dios providente.Toda nuestra vida está llena de iluminaciones y mociones de Dios.

-Por la oración de petición. El Señor quiere que pidamos; nos manda pedir, “Pedid y se os dará” (Lc 11:9).La oración de petición es eficaz, pero no porque cambie o fuerce la voluntad de Dios providente, sino porque ayuda a que en el hombre se realice el plan de Dios.

Sin necesidad de grandes especulaciones filosóficas y teológicas, los creyentes siempre han sabido que sus peticiones a Dios eran escuchadas, eran eficaces.Así Judit, antes de obrar, ora: Señor, “tú ejecutas las hazañas, las antiguas, las siguientes, las de ahora, las que vendrán después…” (Jdt 9:12-14).

Santo Tomás concilia la inmutabilidad de la providencia y eficacia de la oración de petición:“Excluir el efecto de la oración (alegando la inmutabilidad de la providencia de Dios) equivale a excluir el efecto de todas las otras causas”.

Así pues, si la inmutabilidad del orden divino no priva a las demás causas de sus efectos, tampoco resta eficacia a la oración.En consecuencia, las oraciones tienen valor no porque cambien el orden de lo eternamente dispuesto, sino porque están ya comprendidas en dicho orden” (S. Contra Gentiles III,96).

Otras más

-Por intervenciones extraordinarias y milagrosas. La fe cristiana nos enseña que Dios puede hacer y a veces hace milagros.Los santos suelen hacer no pocos milagros y es tan ‘normal’ que los hagan, que sin ellos la Iglesia no ‘reconoce’ oficialmente la santidad.

Pues bien, también por modos extraordinarios y milagrosos, la providencia de Dios gobierna la vida de los hombres y de los pueblos.Y si los milagros no son más frecuentes, esto se debe ante todo – como dice Jesús – a nuestra poca fe (Mt 13:57-58; Mc 6:3-6).

La Providencia de Dios dirige el curso de la historia de la humanidad.Especialmente en la Biblia vemos cómo guió al pueblo de Israel, cómo preparó a la humanidad para la venida del Mesías.Y, aunque no está escrito y tal vez no nos damos cuenta, sigue también guiando a la humanidad hacia el fin de este mundo terreno y el paso a la eternidad.

Pedido de confianza

Para los cristianos, el abandono en la Divina Providencia es el punto final de la vida espiritual, donde el creyente se esfuerza por llegar a estar tan lleno de confianza en el plan divino y por el amor por el planificador, que no hay nada más.

Incluso cuando no entiendan lo que está ocurriendo, o mejor dicho especialmente cuando no entienden lo que está sucediendo.

En este punto comenzamos a vivir en el poder de Dios y comenzamos a habitar en el corazón del amor, que Dante dijo que es el poder que “mueve el sol y las demás estrellas”.

Sin embargo, a pesar de la existencia de la Divina Providencia, aún los católicos no se sienten dispuestos a abandonarse a ella.

Porque se niegan a abandonar sus marcos explicativos sobre cada cosa que sucede en el mundo.Son incapaces de cesar su tendencia de darle una razón a cada cosa que sucede.

El Señor nos pide que confiemos en su Divina Providencia, pues Él está pendiente de todo:“Entonces no teman, pues hasta los cabellos de sus cabezas están contados. Con todo, ustedes valen más que los pajaritos” (Mt. 10:30-31).No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa.¿No es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa?” (Mt. 6:25).

“Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen. Pero Yo les digo que ni Salomón, con todo su lujo, pudo vestir como una de ellas.Y si Dios viste así el pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes? ¡Qué poca fe tienen!” (Mt. 6:28).

Dios no quiere directamente ningún mal físico, entendido como privación de algún bien físico (por ejemplo, una enfermedad).

Tampoco quiere directamente ninguna carencia, como una privación injusta de la libertad, una situación económica difícil.

Pero permite estos llamados “males” para obtener mayores bienes.

El arrepentimiento del pecador

Estos llamados “males” pueden resultar “bienes” cuando los aprovechamos como lo que son: gracias de privación, de sufrimiento, de dolor, para crecer en nuestra vida espiritual.

Asimismo con el pecado. Dios, por supuesto, no quiere el pecado.Pero también del pecado Dios puede sacar un bien: el arrepentimiento del pecador, para que se manifieste su infinita Misericordia; la humillación de la persona para que crezca en humildad y, por tanto, en santidad.

De allí que San Agustín enseñe:“El Dios Omnipotente no habría permitido que hubiese mal en sus obras si no fuese tan Omnipotente y Bueno que consiga sacar bien del propio mal”.

Cada ser humano, aun los que creen en Dios y en Cristo, tiene un “sistema de creencias” basadas en un cierto conjunto de supuestos que rara vez se examinan.

Sobre esta base de supuestos se construye un ‘mapa’ a través del cual se ve la vida y le da orden y sentido a las cosas que suceden en el mundo.

La humanidad no puede soportar el caos absurdo de cierto nihilismo.El espíritu humano debe llenar el vacío.

Y nuestra mente está en constante búsqueda de un patrón más profundo que le dé sentido a todo lo que se ve, incluso cuando no sea consciente lo está haciendo.

Sea que lo admitamos o no, la mayoría de nosotros creemos que hay un plan más grande, y un patrón subyacente que nos permite explicar lo que sucede en el mundo visible, y que está superpuesto al Plan de Dios o corre paralelo en el mundo.

Entonces en lugar de ver que hay un poder benigno y benévolo, hay “un poder invisible” que se convierte en algo que temer.

Meramente intelectual

Lo más interesante es que este miedo profundamente arraigado existe a menudo dentro de los religiosos que profesan creer en la Providencia Divina.Su fe y amor a la misma sigue siendo meramente intelectual de asentimiento a una proposición teológica.

Ellos no están en ninguna relación con la Providencia Divina, sino que recurren a la búsqueda de un patrón subyacente detrás de “lo que no se ve”.

Esta paranoia ha estado con la humanidad en todos los tiempos y tiene muchas formas.Una de las formas más típicas de la paranoia de estos tiempos es la apocalíptica.

De alguna manera el mundo está a punto de terminar o quizás para recomenzar de nuevo.

A menudo este pensamiento apocalíptico será presentado dentro de un contexto religioso.

Predicadores buscarán en sus Torás, sus Biblias, sus Coranes, o en las experiencias de los místicos y profetas signos secretos de los últimos tiempos.Y terminarán con predicciones histéricas del fin del mundo, del castigo, etc., que invariablemente vemos fracasar.

Esta paranoia no es, sin embargo, peculiarmente religiosa.Puede ser que tome la forma de teorías del fin del mundo basada en conspiraciones financieras, políticas o racistas, ecológicas, hambrunas…

Para los conservadores, los conspiradores pueden ser las familias de banqueros internacionales, los sionistas, los masones, los comunistas, los Illuminati, la CIA, el comunismo o una vasta conspiración de todos ellos trabajando juntos.

Para los progresistas, el mundo puede estar controlado por una vasta conspiración de la derecha, o por el problema es el calentamiento global, el desastre nuclear, la sobrepoblación, la discriminación o los ecosistemas mundo que se derrumban.

Todas estas son diferentes formas de paranoia que dan carnadura a la creencia de un “patrón secreto oculto”, que va a causar el colapso de todas las cosas.

El mundo paranoide

Cada artículo de noticias, los hechos de la historia, cada evento en el escenario mundial se interpreta como parte de la visión del mundo paranoide.

Y cuando el hecho no se ajusta a la teoría, se rechaza, ya sea como una mentira o encaja en el inmenso encubrimiento de los hechos que el poder oculto maneja.

Esta forma de ver la realidad es casi imposible de tratar.

El único remedio es la realidad, y la única realidad es la que es la realidad misma de la fe.

La solución es reconocer primero la Divina Providencia y luego cultivar una confianza infantil y obediente en el Planificador Divino.

Luego de lo cual los hechos se irán ordenando según los designios de Dios sin que nosotros añadamos hipótesis conspirativistas o patrones ocultos detrás.

Seguramente viviremos más tranquilos descansando en la Divina Providencia.

Para los cristianos, el abandono en la Divina Providencia es el punto final de la vida espiritual, donde el creyente se esfuerza por llegar a estar tan lleno de confianza en el plan divino y por el amor por el planificador, que no hay nada más.

Incluso cuando no entiendan lo que está ocurriendo, o mejor dicho especialmente cuando no entienden lo que está sucediendo.

En este punto comenzamos a vivir en el poder de Dios y comenzamos a habitar en el corazón del amor, que Dante dijo que es el poder que “mueve el sol y las demás estrellas”.

Sin embargo, a pesar de la existencia de la Divina Providencia, aún los católicos no se sienten dispuestos a abandonarse a ella.

Porque se niegan a abandonar sus marcos explicativos sobre cada cosa que sucede en el mundo.Son incapaces de cesar su tendencia de darle una razón a cada cosa que sucede.

El Señor nos pide que confiemos en su Divina Providencia, pues Él está pendiente de todo:“Entonces no teman, pues hasta los cabellos de sus cabezas están contados. Con todo, ustedes valen más que los pajaritos” (Mt. 10:30-31).No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa.¿No es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa?” (Mt. 6:25).

“Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen. Pero Yo les digo que ni Salomón, con todo su lujo, pudo vestir como una de ellas.Y si Dios viste así el pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes? ¡Qué poca fe tienen!” (Mt. 6:28).

Dios no quiere directamente ningún mal físico, entendido como privación de algún bien físico (por ejemplo, una enfermedad).

Tampoco quiere directamente ninguna carencia, como una privación injusta de la libertad, una situación económica difícil.

Pero permite estos llamados “males” para obtener mayores bienes.

El arrepentimiento del pecador

Estos llamados “males” pueden resultar “bienes” cuando los aprovechamos como lo que son: gracias de privación, de sufrimiento, de dolor, para crecer en nuestra vida espiritual.

Asimismo con el pecado. Dios, por supuesto, no quiere el pecado.Pero también del pecado Dios puede sacar un bien: el arrepentimiento del pecador, para que se manifieste su infinita Misericordia; la humillación de la persona para que crezca en humildad y, por tanto, en santidad.

De allí que San Agustín enseñe:“El Dios Omnipotente no habría permitido que hubiese mal en sus obras si no fuese tan Omnipotente y Bueno que consiga sacar bien del propio mal”.

Cada ser humano, aun los que creen en Dios y en Cristo, tiene un “sistema de creencias” basadas en un cierto conjunto de supuestos que rara vez se examinan.

Sobre esta base de supuestos se construye un ‘mapa’ a través del cual se ve la vida y le da orden y sentido a las cosas que suceden en el mundo.

La humanidad no puede soportar el caos absurdo de cierto nihilismo.El espíritu humano debe llenar el vacío.

Y nuestra mente está en constante búsqueda de un patrón más profundo que le dé sentido a todo lo que se ve, incluso cuando no sea consciente lo está haciendo.

Sea que lo admitamos o no, la mayoría de nosotros creemos que hay un plan más grande, y un patrón subyacente que nos permite explicar lo que sucede en el mundo visible, y que está superpuesto al Plan de Dios o corre paralelo en el mundo.

Entonces en lugar de ver que hay un poder benigno y benévolo, hay “un poder invisible” que se convierte en algo que temer.

Meramente intelectual

Lo más interesante es que este miedo profundamente arraigado existe a menudo dentro de los religiosos que profesan creer en la Providencia Divina.Su fe y amor a la misma sigue siendo meramente intelectual de asentimiento a una proposición teológica.

Ellos no están en ninguna relación con la Providencia Divina, sino que recurren a la búsqueda de un patrón subyacente detrás de “lo que no se ve”.

Esta paranoia ha estado con la humanidad en todos los tiempos y tiene muchas formas.Una de las formas más típicas de la paranoia de estos tiempos es la apocalíptica.

De alguna manera el mundo está a punto de terminar o quizás para recomenzar de nuevo.

A menudo este pensamiento apocalíptico será presentado dentro de un contexto religioso.

Predicadores buscarán en sus Torás, sus Biblias, sus Coranes, o en las experiencias de los místicos y profetas signos secretos de los últimos tiempos.Y terminarán con predicciones histéricas del fin del mundo, del castigo, etc., que invariablemente vemos fracasar.

Esta paranoia no es, sin embargo, peculiarmente religiosa.Puede ser que tome la forma de teorías del fin del mundo basada en conspiraciones financieras, políticas o racistas, ecológicas, hambrunas…

Para los conservadores, los conspiradores pueden ser las familias de banqueros internacionales, los sionistas, los masones, los comunistas, los Illuminati, la CIA, el comunismo o una vasta conspiración de todos ellos trabajando juntos.

Para los progresistas, el mundo puede estar controlado por una vasta conspiración de la derecha, o por el problema es el calentamiento global, el desastre nuclear, la sobrepoblación, la discriminación o los ecosistemas mundo que se derrumban.

Todas estas son diferentes formas de paranoia que dan carnadura a la creencia de un “patrón secreto oculto”, que va a causar el colapso de todas las cosas.

El mundo paranoide

Cada artículo de noticias, los hechos de la historia, cada evento en el escenario mundial se interpreta como parte de la visión del mundo paranoide.

Y cuando el hecho no se ajusta a la teoría, se rechaza, ya sea como una mentira o encaja en el inmenso encubrimiento de los hechos que el poder oculto maneja.

Esta forma de ver la realidad es casi imposible de tratar.

El único remedio es la realidad, y la única realidad es la que es la realidad misma de la fe.

La solución es reconocer primero la Divina Providencia y luego cultivar una confianza infantil y obediente en el Planificador Divino.

Luego de lo cual los hechos se irán ordenando según los designios de Dios sin que nosotros añadamos hipótesis conspirativistas o patrones ocultos detrás.

Seguramente viviremos más tranquilos descansando en la Divina Providencia.

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