LUNES, 02 DE DIC

“Un niño que asiste a un velorio se ahorra 10 años de terapia”

Conclusión entrevistó a Carla Calvi, tanatóloga y psicóloga social. Desde niña la muerte acarició su vida llenándola de preguntas a lo largo de su crecimiento. Hoy se encarga de asistir a todos aquellos que no pueden recobrar el rumbo de su felicidad, producto de una perdida dolorosa.

Por Alejandro Maidana

“No basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre”. Stefan Zweig.

 

Ella se encuentra impávida, expectante, adueñándose de nuestros sueños pero por sobre todas las cosas, de nuestro día a día. Ella es la muerte, la que suele invitarse sola, la que no falla. La han descripto de muchas formas, pero lo concreto es que mientras uno exista, ella no lo hará.

Carla Calvi habla acerca de la muerte con una nueva mirada. Ayuda a comprender que esta es parte esencial de la vida. Sin la muerte, no es posible vivir.

— ¿Cómo nace tu interés en analizar la muerte y acompañar a quienes la padecen?

— Desde muy niña, el haber vivido situaciones de duelo y contemplar lo desprotegidos que quedan los más pequeños me movilizó. La negación ante la aparición de la muerte deja en un estado de indefensión notable a los que más contención requieren. Así fue como terminé especializándome en duelos y en acompañamientos paliativos.

— ¿Cómo fueron tus primeros pasos en esto de contener y preparar a las personas para asumir algo tan pesado?

— Acompañando a niños y adolescentes a morir, por la gran descontención que existe. El niño que vive ese proceso de muerte sólo, ya que está negado por las mayorías, lo vivía sólo, sufriendo y padeciendo el no ver más a su familia y sin poder dialogar con nadie.

— El paciente debe tener muchas inquietudes al respecto ¿Cuáles suelen ser las más recurrentes?

— La primera inquietud es tratar de evitar que suceda, ya que tenemos el pensamiento mágico que si no la pensamos la muerte no llega. Después de haber transitado 17 años en esto y de haber acompañado a niños a morir, pude percibir el desamparo que sufren los hermanos. Son estos los mas descontenidos, ya que sus padres dejan de ser lo que eran, su hermano no está, la muerte lo visita de repente, y eso consolida un cuadro complicado. El «¿qué hago con mis otros hijos?», o los «No quiero seguir»,  «No puedo» o «No encuentro la forma». Suele ser el pensamiento de aquellos padres con los que trabajamos y acompañamos en los procesos.

— ¿Desde qué lugar se aborda el tema de la muerte para poder ayudar en el camino del duelo?

— Primeramente explicarle a esa persona que es un proceso de duelo, que se pasa por cinco etapas que hay que elaborarlas y aceptar la ausencia. Las etapas son: la negación, el enojo, la depresión, la culpa (y el perdón) y la aceptación final. Transitar este proceso dura unos 3 años aproximadamente, normalmente y socialmente se queda en la negación: «No quiero tocar esto» , «No quiero hacer lo otro porque me hace acordar». Yo no me meto en las creencias y en qué sucede después de la muerte, ya que cada persona tiene la suya. Es fundamental trabajar sobre la base de la valoración de la vida, las vivencias compartidas con el ser querido que ya no está y ese privilegio de haberlo tenido.

— ¿Hay mas temor en la pérdida del otro que pensar en nuestra propia muerte?

— Exactamente. Los pacientes suelen decirte siempre lo mismo: “Si me pasa a mí, no importa. Pero si le pasa al otro, ¿qué hago?”. El ser humano cada vez que inicia un vínculo, lo hace con la idea del “para siempre”. El gran inconveniente nace con los apegos. El hecho de pensar que se va a perder al otro es abrumador, ya que cuando nos pasa a nosotros, recién nos percatamos de eso cuando estamos muy cerca.

— Tratar y acompañar los duelos es una carga muy pesada. ¿Cómo se hace para no claudicar y tolerar tamaña responsabilidad asumida?

— Existe un entrenamiento personal para poder trabajar en esto. Detrás de todo hay una filosofía de vida. Yo no lo vivo como una carga, sí como un aprendizaje. Yo siento que cada historia me construye. Es sobre esta base que hago mucho hincapié en el disfrutar de la vida. Vivamos. Aprovechemos este regalo que se nos dio. Es cierto que trabajar con pacientes atravesados por mucho dolor genera una carga, pero esta es decididamente física.

— Los velorios, esas angustiosas despedidas, suelen ser materia de debate permanente. ¿Qué opinión formada tenés sobre los mismos?

— Yo defiendo los velorios y cementerios, ya que en algunos casos la cremación suele ser problemática para los que quedan, en especial para los niños. Ellos generan un pensamiento abstracto que puede ser perjudicial. Recién a los 12 o 13 años están capacitados para comprender esa determinación. La muerte se va asimilando con el paso del tiempo, y en ese contexto necesitamos material externo. El cementerio, el velorio o un entierro. Un niño que va a un velorio, que visita el cementerio, es un niño al que le ahorrás diez años de terapia. ¿Por qué?, porque lo puede ver, no va a la fantasía. El punto es que el adulto no se banca ver a una criatura en esa situación. El tema del velorio es importante para poder contar con ese tiempo que necesitamos posterior a la pérdida. Debido al shock emocional que se sufre, esas horas posteriores resultan muy necesarias para poder volver en sí.

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