JUEVES, 28 DE NOV

El buen comer y beber bien “no tiene precio”

Qué satisfacción cuando uno paga la cuenta con “gusto” ... Así sea abultada la tarifa.

Por Mandy Milesi

Hay un camino muy largo y laborioso para que un lugar se caracterice por dar al menos «decentemente de comer». Ahora, como se habló anteriormente, ¿cuándo un restaurant o casa de comidas da «bien» de comer?, ¿qué diferencia a un restaurant bueno de otro muy bueno de otro excelente?, ¿qué es lo que se aprecia? La comida, el ambiente, la atención, la limpieza, el precio, o una combinación de todos ellos, dando la sumatoria una sensación o apreciación final.

Sin lugar a dudas hay lugares a los que uno ansía volver y otros de los cuales salimos disparados. Hay lugares que dejan una sensación de satisfacción y otros un sensación de vacío.  Hay lugares que recordamos de por vida, tal vez no por algo en particular del lugar en sí, sino por el motivo que nos llevo ir a allí. No se si ustedes recordarán «Costa Brava» con el conejo negro caminando por entre las mesas o el restaurant «Rocío» … uno entraba a un mundo especial que demandaba volver. Al igual que las personas, hay lugares que tienen vida propia, algo que no se compra, algo que surge a veces sin querer.

En primer lugar deberíamos analizar el porque salimos a comer afuera como acostumbramos decir por estos lares.  Soy de los que piensa que salimos a almorzar o cenar a un restaurant para «pasarla bien», simplemente por una cuestión social, por una necesidad que va más allá de la comida. La comida es una excusa, podríamos salir a tomar un café después de cenar en casa o simplemente pedir comida a una rotisería y tomar el café en el balcón o algún patiesito interno de nuestro departamento. Salimos a comer afuera para ver gente, salir de la rutina, conversar con algún amigo, pareja o familia ( dependiendo de la charla la comida puede sentar mas o menos sabrosa ), o por el hecho de que no queremos estar encerrados en alguna mole de cemento y necesitamos salir a respirar.  Cualquiera sea la causa o la excusa, salimos para restaurarnos, para restaurar el alma,  de ahí la palabra restaurant.

Nuestro grado de satisfacción en relación a un sitio de comidas depende de nuestras expectativas, como todas las cosas en la vida.  Es por ello que cuando esta expectativa no es satisfecha  al día siguiente comunicamos esa sensación a quienes nos pregunten que hicimos el fin de semana …. Y ni hablar si la experiencia fue desastrosa; hacemos una solicitada en algún matutino o hacemos añicos el negocio a través de las redes sociales.

La primera impresión siempre es importante. Mire a su esposa u esposo o pareja y recuerde qué sensación tuvo la primera vez que la/lo vio. Al pasado me refiero, no ahora,  jejeje. Al ingresar a un restaurant, los colores, como están dispuestas las mesas, hay o no ventanales, hay mucha o poca gente comiendo, como están vestidos o parados los mozos, que aroma se respira, cuan intensa es la iluminación, cuan calmo es el ambiente, y una infinidad de factores que son personales. Es esto lo que nos predispone en un primer momento hasta llegar a nuestra mesa y sentarnos. Antes de sentarnos nuestra mente creó a simple vista  una expectativa de lo que esperamos en esa velada; los aromas nos llevan a la cocina sin siquiera visitarla, si los mozos nos reciben con una sonrisa ya lo empezamos a quererlo sin ni siquiera todavía habernos dado las cartas o sugerido algún plato.

Siempre el lugar condiciona la comida, no al revés. Cuando entramos a un lugar lujoso, no esperamos menos que un excelente servicio y una comida exquisita. Cuando entramos a un bodegón de mala muerte (sin despreciar a este tipo de lugares ya que en algunos se come mucho mejor que en lugares denominados «buenos» o «caros») la expectativa es diferente, no solo en el servicio sino también en la presentación del plato, la panera, la vajilla, los manteles, las sillas o las mesas, los baños, la cuenta.  De ahí que haya lugares de los cuales uno salga con una satisfacción muy grande, una alegría que le llena el alma, y tenga ganas de gritar a los cuatro vientos lo bueno que es ese lugar, de lo exquisito que comió, de lo bien que lo atendieron… Puede ser que sea así, o tal vez puede ocurrir que tenía tan pocas expectativas que todo lo sorprendió en demasía. Nos puede pasar a la inversa, ir a un lugar del cual le  hablaron mucho, que sale en todas las revistas especializadas de gastronomía, que está tildado de «muy bueno» y que al irse se fue con una sensación de poco; y tal vez comió bien y fue bien atendido pero no de acuerdo a las expectativas que tenía al entrar. Esto no quiere decir que debemos hacer caso omiso a las expectativas, nuestra vida gira todo el tiempo en relación a las expectativas.

Personalmente me gustan los lugares a los que al ingresar me siento cómodo, no pasa por una cuestión de lujo, sí de olores y calidez. Hay lugares a los que uno entra y se siente como en casa; lo ideal es sentirse relajado al sentarnos a comer, de lo contrario es difícil disfrutar de una buena comida, nuestra mente se cierra y por ende los sentidos. Es muy importante el primer contacto con el mozo, hay mozos buena onda y están los bulldog que le tiran la carta en la mesa sin ni siquiera decir buenos días o buenas noches. A esos no les dejo un peso de propina. Me cuesta no dejar propina porque viven de eso, pero no les dejo, no se lo merecen. Que lindo es sentarse en cualquier lugar y que el mozo diga: buenas noches, mi nombre es pepito y yo los voy a atender, cualquier cosa que necesiten estoy a su disposición. No me diga que un mozo que diga simplemente eso no lo predispone para pasar un buena velada, aunque no coma 10 puntos. Y hablando de puntos, ese es el «punto»: el mozo con esa presentación se ganó la mesa y sin todavía traer la comida, y por supuesto parte de la propina.  Es tan simple, pero tan difícil encontrar personas que se dediquen a esa maravillosa profesión de ser mozo y la sigan amando a pesar de los años.

Supongamos que en ese mismo restaurant, con ese mismo mozo al momento de llegar la comida está fría. Nos da hasta pudor llamarlo para pedirle que la caliente y si lo hacemos, lo hacemos diciendo: por favor  nos calienta un poco más el plato. Ni siquiera se siente molesto de que pepito se estaba fumando un cigarrillo en el patio de atrás y la comida hace 3 minutos está esperando ser llevada a la mesa. Y cuando vuelve con la comida caliente, agradece nuevamente y le dice a su partener… «qué rico». Viene el postre y pepito le sugiere un brownie con helado y nueces, trayendo una copita de champagne o de café sin cargo, estamos en éxtasis por este hombre que nos trata como reyes.  Usted, asiduo salidor a comer afuera, mira a su compañía consternado y por transmisión de pensamiento le dice: es cierto lo que estoy escuchando ?? Nos invitan a una copita de champagne o en su defecto a un café ?? Y en ese instante no ve la hora de pedir la cuenta sin importar cuanto sea el importe … Y dejar al menos el 20% sin pensarlo. Y porque ?? Por el simple hecho de que pepito lo  trató como lo debe tratar: como un «cliente», como a una «persona».

Un buen restaurante es cuando salimos y nos queda una sensación de satisfacción; uno muy bueno es cuando al salir el corazón aún se encuentra deleitado por la velada y uno excelente (pocos si los hay) son aquellos que quedan grabados en nuestra alma y recordamos como lo hacemos con un “gran amor”.

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