Rosario Sin Secretos: ¿y qué nombre le pondremos, mantantirulirulá?!
Cuando Fragueiro y Pérez hicieron “buena Junta” hace 170 años siguiendo al “piloto de avanzada” Timoteo Guillón, para bautizar cada calle del Rosario, ni soñaron en protagonizar esta columna que, en conclusión, busca honrar nuestros orígenes.
- Ciudad
- Por Graciela Molina
- Feb 26, 2025

El teniente prior Martín Fragueiro que estaba a cargo del Tribunal de Comercio y el doctor Eugenio Pérez, médico y también abogado designado por Nicasio Oroño para “dilucidar los problemas creados por la diferencia del rumbo magnético de las lonjas y el astrofísico de las nuevas propiedades” (¡tomá pa’vo!), se conformaron -un día como hoy, en 1855- como Junta de Nomenclatura.
¡Y resultó muy buena junta! Porque a partir de esta conformación se extendió el radio para empezar a ponerle nombre a las calles del Rosario de antaño.
Claro, ya habíamos sido declarada Ciudad hacía tres años a impulso de Oroño y crecíamos, a pasos agigantados, especialmente por la instaurada libre circulación de los ríos, no como ahora que prácticamente pretenden privatizar su cauce y al Paraná hasta le cambiaron el nombre sin consulta popular y lo llaman Hidrovía.
La cuestión que Fragueiro y Pérez (paradójica e injustamente la ciudad le está debiendo la denominación de alguna calle, pasaje o cortada para honrar sus memorias y su loable trabajo), ampliaron la primitiva traza urbana llevándola desde San Martín hasta General López y desde Chile, hasta del Carril.
No, no se enloquezca tratando de ubicar mentalmente ese plano porque ya no existe.
Cambia, todo cambia. Hasta el nombre de las calles. A veces para bien, otras no tanto, y muchas veces depende de la política imperante y/o de la ocurrencia de quienes, en su momento, detentan el poder. Pero todo puede ser revisado, comprendido y argumentado cuando la historia avala la letra y la palabra.
Volvamos al Tricentenario de este 2025: hoy la vieja San Martín se llama Martín, pero Martín Miguel de Güemes, y era lo más al norte que existía, y la antigua General López (no sabemos si por el brigadier Estanislao o por su hermano Pablo, el picado de viruela al que Juan Manuel de Rosas se refería despectivamente como “Mascarilla”), era nuestra hoy desempedrada Zeballos. ¡El Rosario de entonces tenía su límite sur allí!
¿Cómo no iba a salir la aldea entera (alrededor de unos 500) a recibir a Manuel Belgrano aquel 7 de Febrero de 1812 a las afueras del pueblo, detrás de la laguna Godoy en lo que hoy es la emblemática Plaza López (esta vez sí por Pablo, y no me refiero a Javkin que la remodeló), en lo que, con el tiempo, fue plaza de Carretas, Virginia Bolten dio encendidos discursos siendo una pionera defensora de los derechos de los trabajadores (una placa de la Asociación Empleados de Comercio la recuerda con una placa en el lugar, cerca del mástil); fue llamada Paseo de Arteaga cuando el empresario de los tranways embelleció el lugar porque allí tenía la estación central y hasta la mismísima Alfonsina Storni recorrió leyendo y escribiendo bellas poesías?
Perdón si son muchos datos, no es mi intención marear a nadie. Siempre está la opción, al menos quienes tenemos la fortuna de poder hacerlo, de releer el párrafo escrito.
En cuanto a los márgenes este y oeste teníamos, en 1855, a la calle Chile (que ahora se mudó a San Luis al 4900) actualizada hoy a Esmeralda, una de las calles más conocidas de quienes transitan la Ciudad Universitaria y que la imaginación popular bautizó como “la Siberia” porque cuando se la creó “quedaba en el fin del mundo”, y por el otro extremo, del Carril, que no era por Hugo, nombre que llegó cuando se inauguró el barrio Tango -no sabemos si entonando la Marcha Peronista-, sino por Salvador María del Carril, el primer vicepresidente constitucional de la nación que acompañó a Urquiza durante la Confederación, después de haber sido regidor del Cabildo, administrador de Aduana, diputado, dos veces gobernador de San Juan y ministro de Rivadavia, pero que nunca consiguió que su esposa le perdonara algo que la mantuvo furiosa durante 10 años de su vida en los que no le dirigió la palabra.
Tiburcia Domínguez dejó un testimonio eterno de su venganza al pedir expresamente que, a su muerte, el busto que a ella la recordara en el majestuoso panteón de La Recoleta, se colocara de espaldas a la de del Carril, para evidenciar que a él no lo pudo “encarrilar” pero al menos gritaría al mundo, con su decisión que, en algo le había fallado a su propia esposa.
Tres años después de la creación de la Junta de Nomenclatura llega el primer documento impreso que, afortunadamente, se conservó. Es el gráfico relevado, auspicioso y optimista porque había trazado 170 manzanas más de las existentes haciendo más una planificación que un plano, por el ingeniero y topógrafo Nicolás Grondona, el genovés que había combatido como oficial bajo las órdenes de Carlos Alberto de Saboya, rey de Cerdeña, duque del Piamonte y príncipe de Carignano, en la guerra de la independencia italiana, y que, llegado a Rosario en 1856, con su hermano Marcelo fundó la sociedad “Grondona Hermanos” con oficinas en la entonces Comercio (hoy Laprida), entre San Lorenzo y Santa Fe, a una cuadra de donde nació el Año 1 Nº 1 del Diario La Capital, la imprenta del socio y colega tipógrafo de Ovidio Lagos, Eudoro Carrasco.
A Grondona, que sí tiene un pasaje con su nombre de apenas dos cuadras (¡pucha que somos desagradecidos los rosarinos!), también le debemos el primer Monumento a la Bandera con forma de pirámide egipcia que se levantó en la isla El Espinillo para rememorar el 27 de Febrero de 1812, y que se lo terminó llevando la crecida del Paraná de 1878.
Una pena que nunca se haya encontrado el plano de 1853 trazado, más acorde a la realidad de la época, por el norteamericano Timoteo Guillón, el mismo que construyó el cementerio El Salvador y había participado de la erección de la Iglesia Catedral.
Este “Campo Santo”, que venía a llenar las necesidades de los muchos que vivían y morían en estos pagos, se levantó “a las afueras de la ciudad”, detrás de las vías del Ferrocarril Oeste Santafesino, un cinturón de hierro construido por el gran terrateniente Carlos Casado del Alisal para unir nuestra ciudad con La Candelaria (hoy Casilda) y así llegar, más fácilmente al puerto con sus cosechas. Los empresarios ganaban mucho dinero entonces, pero también invertían en su terruño para lograr esas ganancias. ¡Ni soñaban con las criptomonedas, gracias a Dios!
Por eso está bien que se le haya levantado una estatua, esculpida por Eduardo Barnes, en la esquina de Santa Fe y San Martín, recordando su paso como director del Banco Provincial de Santa Fe que fundara Servando Bayo y que casi le cuesta un bombardeo al Rosario por tocar los intereses del Banco de Londres. Si busca en el archivo de Conclusión, hallará ampliado el tema.
Pero por otra parte, es bueno recordar que el primer embarque de trigo argentino que se exportó a Europa, en 1878, llevaba 4.500 toneladas de cereal producido en los campos de Casado del Alisal, y fue bastante dificultoso porque no había transporte directo. Hubo que hacer toda una hazaña: llevarlo en carros desde las chacras a los galpones de la administración de la Colonia y desde allí a la estación Carcarañá del Ferro Carril Central Argentino, para su viaje final al puerto de Rosario.
Casado del Alisal usó Inteligencia Aplicada, no artificial, que no es más que activar el cerebro preparado para ello. Recordemos que “órgano que no se usa, se atrofia”, por lo que permítasenos ser pesimistas respecto al futuro de las generaciones que lo tienen todo resuelto.
Como diría Einstein cuando le preguntaron cómo sería el arma de la Tercera Guerra Mundial y contestó: “No sé como será esa arma, sí puedo afirmarle cuál se usará en la Cuarta Guerra Mundial: ¡el garrote!”, dándonos a entender, una de las mentes más brillantes que ha producido la Humanidad, que muchas veces lo que creemos evolución termina involucionando.
Y en cuanto a descubrimientos, pomposamente se anunció hace unos días que se había “descubierto” un documento que atestiguaba que Francisco Frías (sepultado “de limosna” en el primer cementerio de la capilla, según registra el libro de Difuntos, foja 37, del 30 de octubre de 1748: «Enterré en esta parroquia al sargento mayor Don Francisco de Frías, con entierro mayor, quien fue asistido con todos los sacramentos de limosna, por muerto pobrísimo»), había sido el Primer Alcalde de la Santa Hermandad de Rosario en 1725, a propósito de los papeles que los académicos consideran necesarios para celebrar el Tricentenario.
No sabemos quién lo descubrió pero que Frías fue la primera autoridad civil se sabía desde hace mucho tiempo. Hasta hay en el pasaje Juramento una placa de mármol (foto de portada) que lo recuerda, junto a otra dedicada al primer maestro y cura párroco Ambrosio Alzugaray, descendiente del capitán Luis Romero de Pineda a quien le regalaron la merced del Pago de los Arroyos, germen de nuestra amada Rosario.
Pero nos fuimos del tema. Volvamos a la entrada (se subía desde el puerto el carbón mineral importado de Inglaterra) o salida (desde la capital de los cereales a la que le cantaron Los Fronterizos gracias a la magia de otra “junta”, Jaime Dávalos y Eduardo Falú) del túnel del Ferrocarril cuyos rieles pasaban por donde hoy está el cantero central de la avenida Pellegrini, y disfrutemos un poquito en el Parque Urquiza de su sello con la gran obra “El Sembrador”, de otro hijo de Italia, Lucio Fontana, de quien también nos ocupamos el 19 de febrero en el aniversario de su nacimiento.
Y ya que estamos sembrando conocimiento en gente joven, cosechemos recuerdos en mentes mayores. Como todo es un círculo, volvemos al título de la nota, rogando a los lectores que no googleen (¡hasta llegamos a conjugarlo como un verbo!), sino que hablen con sus mayores para conocer más de aquella canción infantil que antaño nos divertía al jugarla pero que hoy estaría prohibida, acusada de apropiación indebida de los hijos de Su Señoría. ¡Cambia, todo cambia!
Hoy la Junta de Nomenclatura creada hace 170 años por Fragueiro y Pérez se ha convertido en la Comisión Especial de Nomenclatura y Erección de Monumentos del Concejo que sesiona, cada tanto, en la Sala de la Memoria del edificio del Anexo “Alfredo Palacios”, y depende de la Comisión de Gobierno, en la actualidad, a cargo su presidencia de Julia Eva Irigoitía.
Entre muchas de las iniciativas presentadas se aprobó, por unanimidad en el pleno del recinto de sesiones, la denominación Plazoleta del Automovilismo a un sector del Parque de la Independencia, para memorar las gloriosas temporadas del Circuito Automovilístico Internacional corridas desde 1936 a 1966, época en que nuestra ciudad se convirtió en la Cuna de la Fórmula 1 cuando aún ni siquiera había recibido ese nombre. ¡Revisionismo, a fondo! Y más ahora que la provincia aprobó la ley de Patente Histórica, que tiene como uno de sus antecedentes, la ordenanza presentada por la ex concejal metalúrgica Silvana Teisa, hoy a cargo de la secretaría de la Oficina Municipal del Consumidor.
Nos despedimos con un abrazo especial, recordando el de Yatasto (que en realidad no fue allí, tema para otro capítulo).
Se trata del que protagonizaron nuestros prohombres José de San Martín y Manuel Belgrano y recrean (¡somos suertudos los rosarinos!), en la intersección de las calles en que se cruzan.